Por Nicolás Alonso Diciembre 5, 2013

© Fernando Rodríguez

Lo que pasó en la campaña es algo que le cuesta comprender. Incluye, entre otras cosas, recibir escupos, amenazas de muerte,  escuchar a sectores de su misma coalición gritándole “vendido”  y  notar cómo se puede pasar de héroe a traidor en cosa de minutos. Tan rápido como de pescador a diputado.

“No sé cómo me va a ir en el Parlamento, tengo serias dudas a ratos. Es una barrera muy difícil, hay mucha trampa, muchas caretas, se dice de una manera pero se hace de otra. Eso no es lo que Chile quiere, y me da angustia”.

Toda la mitad derecha de su cuerpo le tiembla, porque al nacer sufrió epilepsia, y vivió el primer año y medio de su vida en un hospital.  Por eso, cuenta, siempre mueve tanto los brazos al hablar. Por eso todos piensan que es tan gallardo: si se quedara quieto, la gente notaría su problema.

En medio de un living pequeño y desordenado, entre afiches de campaña ya inútiles, ropa revuelta y un horno a leña apretado contra un pasillo, hay un busto de Andrés Bello roto. Si no fuera por ese recuerdo de una charla a auditorio lleno en la U. de Chile, la casa sería igual a la de cualquier pescador. Es, de hecho, igual a todas las del sector, un nuevo barrio de viviendas sociales azules en Puerto Aysén, uno de los logros tangibles del desaparecido movimiento social. Allí vive hoy Iván Fuentes, luego de perder la vivienda de lata en que vivía antes del alzamiento. El rumor, eso sí, dice otra cosa: que vive en una casa de tres pisos. Que se hizo millonario.

Son las 8 de la mañana y Fuentes lleva media hora pegado al celular, mientras su esposa, Andrea, lo mira con un mate en la mano y cara de cansancio. Comenta, bajando la voz, que le gustaría pedirle que se retire, que vuelva a su vida anterior. Pero no se lo dice. Anoche, Fuentes llegó cerca de la una de la mañana, entre actividades políticas y entrevistas, y a esta hora la casa ya está llena de gente esperando para hablar con él. Así son todos los días. Resulta imposible encontrarlo solo, o sin alguno de sus dos celulares sonando. Su hija menor, Dalila, que nació en medio de las protestas y ya tiene, como la nueva realidad de la familia, un año y diez meses, apenas lo ha visto desde entonces, y lo persigue por la casa tratando de llamar su atención.

Pero ahora la atención del pescador la tiene Stefan Kramer, quien desde el otro lado del teléfono se asegura de que Iván no se vaya a enojar cuando vea que en su nueva película, en donde lo interpreta en uno de los roles protagónicos, la caracterización del presidente de RN, Carlos Larraín, lo ningunea y se queja de que le presten atención, siendo que no tiene ni dientes.

-¡Cero rollo con mi dentadura, si aquí nadie tiene dientes! Estuve 18 años encerrado en una isla y el dentista iba tres días al mes a sacar los dientes en vez de taparlos -dice Fuentes, con el teléfono en la oreja-. Mejor que salga eso, así alguien va a ayudar a los pobres viejos que están lejos.

Ahora Fuentes está apurado por dejar varias actividades listas antes de viajar a Santiago al estreno de la película de Kramer. Es una de las pocas cosas del último tiempo que lo tienen contento. Porque su elección como diputado -en donde se impuso con un 25% de los votos como primera mayoría regional- vino precedida de un proceso que, cuenta, ha sido uno de los más amargos de su vida.

Luego de ser recibido como un salvador en marzo del año pasado, cuando volvió con el acuerdo de la mesa negociadora en Santiago y la gente salió en masa a la ruta y lo llevó en andas por toda la región, las cosas pronto empezaron a empantanarse. Algunas de las promesas del gobierno se cumplieron: el hospital de Aysén ya está en parte funcionando, recibieron una barcaza, bonos para taxistas,  un bono de leña, y la U. Austral abrió una sede en la región con la única carrera de Pedagogía. Otras cosas más sensibles aún no se han concretado, como la zona franca, la subvención al transporte y el sueldo regionalizado. Pero lo que más cambió, sin duda, fue la vida del propio Fuentes. En ese viaje a negociar a Santiago, luego de 40 días de enfrentamientos, pasó de un momento a otro de pescador anónimo a figura nacional, y empezó a recibir invitaciones para dar charlas frente a empresarios, y para iniciar una carrera política.

No pasó mucho tiempo antes de que en la calle comenzaran a gritarle que había vendido al movimiento, y que muchos de sus ex compañeros de protesta le dieran la espalda.

“En el movimiento, era tan mágico estar todos juntos, tomarnos un café en la noche fría, tiznados por el carbón de los neumáticos. Yo decía: que no se acabe nunca, por favor, pero era una utopía, porque se iba a acabar”, dice Iván Fuentes. “Entonces me asustaba el cariño de la gente, porque en esto nunca se cumplen todas las demandas, y acá hay gente que no accedió a ningún beneficio. Pronto por la radio ya me acusaban de yanacona, de vende patria, de traidor”.

El momento exacto en que se dio cuenta del cambio sucedió tres meses después del movimiento, en el edificio del MOP en Coyhaique. Había sido invitado por el obispo de Aysén a una actividad religiosa con la comunidad, y decidió ir, por primera vez a un acto público, con su señora y sus hijos. Una vez allí, cuando le dieron la palabra, desde distintos rincones de la sala los presentes comenzaron a insultarlo. Vendido, le gritaban. Traidor. Alguien gritó más fuerte: “¡Iván Fuentes, cuándo te vas a ir de la región!”. Entonces notó que todo estaba siendo transmitido en directo por radio. Él, confundido, agarró a su mujer y a sus hijos y salió rápido del lugar.

Hoy recuerda ese momento como una primera señal, una advertencia de otro giro inesperado en su vida, igual o mayor al que le ocurrió en Santiago. Conoció, dice, el precio del liderazgo. “Algo ahí se me quebró”, dice hoy Fuentes. “Ahí pensé: se viene dura. Y supe mi camino”.

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Iván Fuentes se transformó en candidato a diputado sin estar convencido. El senador DC Patricio Walker le había enviado una carta comprometiéndole el apoyo de 140 militantes y 10 concejales, pero él intuía que las cúpulas locales no aceptarían a un intruso. Llevaba cuatro meses inquieto por la decisión, mientras muchos de sus seguidores, aún mayoría en su ciudad pese al ruido de sus enemigos, pasaban por su casa a diario a pedirle que se presentara. “Me decían: nunca he votado por nadie, pero por ti voy a votar. No nos puedes fallar”, cuenta Fuentes. Walker lo llamó por última vez a principios de año, y ante la presión de tener que dar una respuesta, dijo que sí. Esa noche durmió sólo tres horas. A las 6 se despertó arrepentido de su decisión por primera vez.

Los lazos con el senador DC venían desde 2009, cuando lo apoyó para su candidatura en Aysén, y de tres visitas de Fuentes a la Comisión de Pesca de la Cámara, antes del movimiento. Allí, Fuentes propuso ideas como la creación de las parcelas familiares, que fue incluida en la Ley de Pesca, la creación de un ministerio de recursos hídricos y la diversificación campesina. Al apoyo de Walker sumó el del partido entero en la junta nacional, con un encendido discurso sobre crear una política “de cardumen” y dejar las odiosidades, que terminó con toda la sala ovacionándolo. Pero en la región seguía teniendo a la mayor parte de los militantes en contra. Pocos meses antes de las primarias, Fuentes redactó su renuncia a la candidatura, pero Walker lo interceptó antes de que la presentara. “Él tenía al 80% del partido en contra. Y en Aysén se da la guerra sucia, habían muchas descalificaciones. Yo le jugué al orgullo. Le dije: te enfrentaste al gobierno, a las Fuerzas Especiales… esto es menor. No puedes perder tu coraje”, dice el senador Walker.

El pescador tenía decidido entregar la carta, apagar el teléfono y desaparecer del mapa. Irse al campo. Pero la peregrinación de gente que fue a pedirle que siguiera lo convenció de que no estaba tan solo. Entonces empezó su campaña. Lo primero que hizo fue formar un equipo de siete personas, casi todos amigos y sin sueldo, y ordenarles que no se llamaran a sí mismos “comando”. No quería, dice, entrar en el juego de agresiones. “Los políticos hablan de ‘maquinar’, para mí una máquina es un tren, yo no sé qué significa eso”, dice Fuentes. “Y después gozan hablando de que hicieron pedazos al otro. No es la vida que yo quiero vivir. Aunque tal vez sea irreal mi sueño, yo creo que hay que competir con ideas. Chile tiene que madurar políticamente”.

Lo que pasó entre ese comienzo y las elecciones que lo proclamaron primera mayoría el 17 de noviembre, es algo que le cuesta comprender. Incluye, entre otras cosas, cuenta Fuentes, recibir escupos y monedazos al asistir a un debate en una radio regional, ser amenazado por un adherente del Partido Socialista en Coyhaique con la frase “si ganas te voy a pegar un tiro en la cabeza”, o estar parado en un escenario junto a Michelle Bachelet, en la visita de la candidata a Aysén, y querer bajarse al escuchar a sectores de su misma coalición gritándole “vendido” desde el público. Y notar, desde ese escenario, cómo se puede pasar de héroe a traidor en cosa de minutos. Tan rápido como de pescador a diputado.

Fue en el último debate de la campaña, el 13 de noviembre en la Radio Santa María y transmitido por televisión para toda la región, cuando la política de no agresión de Fuentes llegó a su fin. Un mes antes, se había destapado que el candidato a la reelección por el PRI, René Alinco, habría usado su asignación parlamentaria para crear la web el regionalista.cl, en que atacaba anónimamente a Fuentes y lo acusaba, entre otras cosas, de “traidor, chanta y parásito”. La noticia había salido a la luz por la denuncia del diseñador del sitio, por el no pago del sueldo acordado. Ya en el debate, Alinco acusó a Fuentes de haberse enriquecido con el movimiento gracias a acuerdos secretos en La Moneda, de estar financiado por las pesqueras, y por último cuestionó su vida privada: “¿Quieres que te muestre tus valores? Responde a lo que dijo Renato Flores ayer. Tratas muy bien a los menores. Esos son tus valores”, le dijo Alinco ante las cámaras.

El diputado hizo referencia a una acusación del pescador Renato Flores, viejo enemigo de Iván Fuentes en el mundo sindical, quien días antes había llamado a una conferencia de prensa para denunciar que su esposa Andrea -con quien está casado y tiene cuatro hijos- no era mayor de edad al nacer la primera hija de ambos. En el entorno de Fuentes acusan a Alinco de haber coordinado esa operación, por la ventaja que el pescador le llevaba en las encuestas. “Eso es lo más oscuro de la política. Llegar a un extremo como ése, de tratar de destruir tu vida. ¿Aquí todo es válido?”, dice hoy Fuentes, indignado. “Todos los miedos que tuve con la política los ratifiqué en ese momento, pero echarme para atrás era darles la razón. Permitir que los que están sigan estando”.

En ese mismo debate, después de 12 minutos sin decir una palabra, por primera vez decidió volver a ser el contestatario que había sido. Pensó, dice, en toda la gente humilde que es pisoteada por quedarse en silencio.  Pensó que si se callaba era como permitir que eso siguiera pasando.

- Me cansé de pasarle la carpeta a diputados como usted que no han hecho la pega -dijo entonces Fuentes levantando la voz frente a Alinco-. Ahora voy a ir yo mismo al Parlamento a hacer la pega.

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-¿Te sientes premiado por lo que te ha tocado vivir?

-Yo no sé si esto es un premio. Es la posibilidad de entregar un mensaje. He pregonado la sintonía, y quiero sentarme con la Nueva Mayoría, con los independientes y con la derecha. Por el bien de Chile nos tenemos que sentar con todos. Quiero llevar ese mensaje, y espero que los políticos actúen con grandeza de alma. Pero no sé cómo me va a ir en el Parlamento, tengo serias dudas a ratos. Es una barrera muy difícil, hay mucha trampa, muchas caretas, se dice de una manera pero se hace de otra. Eso no es lo que Chile quiere, y me da angustia.

-¿Te pesa la expectativa de la gente ?

-Lo que me da miedo es que los políticos desaprovechen esta oportunidad para hacer los cambios que el país pide. Porque entonces va a haber nuevos movimientos sociales, y los líderes ya no van a  ser una Camila Vallejo, un Giorgio Jackson o un Iván Fuentes. Ya no van a ser líderes reflexivos, dispuestos a negociar. Van a ser líderes más duros, que no van a querer saber nada de nada. Y eso es muy peligroso para el país.

-¿Te sientes un político?

-No, no todavía. Siento que tengo la misión de entregar un mensaje, y que sea una huella para que vengan otros mejores que nosotros. Y luego tengo la misión más grande de mi vida: volver a casa.

                       
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Ahora Iván está lejos de casa. Está en Santiago, y ha estado todo el día haciendo puerta a puerta por Bachelet por barrios que no logra identificar. Dice que le sorprende lo bien que lo trata la gente, mejor que en su propia ciudad. Pero que no logra sentir Santiago como suyo. A lo mejor, dice, venda su nueva casa y se vaya a vivir con su familia al campo, donde pueda estar solo.

Cuenta que aún no sabe qué hará con su nuevo sueldo, que pasará de $350 mil pesos a $5 millones de un día para otro, pero que lo que más ilusión le hace es poder potenciar la “comisión social” que creó para su campaña en Aysén. Allí, con un grupo de adherentes, hacen cosas como pintarles las casas o instalarles agua potable a los ancianos, ayudarles a los campesinos de la zona a emprender, o apoyar a conjuntos musicales locales. Dice que eso es lo que más le ha gustado de la política, y que sueña con algún día crear una fundación que cree vínculos para que los empresarios apadrinen a campesinos, y los ayuden a salir de la miseria.

Se está preparando para el Parlamento, y para eso le pidió a Walker tomos de la Constitución y otros reglamentos legales. Un abogado de la bancada le hará durante el verano clases de leyes, y él le pidió a Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Gabriel Boric que lo ayudaran una vez adentro. Teme no entender si las discusiones se vuelven muy técnicas.

Ahora está parado en el balcón en penumbras de un departamento que le pagó Stefan Kramer frente a la Escuela Militar, para que pudiera asistir al estreno de la película en que lo interpreta. Es de noche, y de fondo las luces de los edificios recortan la oscuridad de Santiago. Toma un vaso de agua con el brazo derecho tembloroso, y cuenta un secreto: toda la mitad derecha de su cuerpo le tiembla, porque al nacer sufrió epilepsia, y vivió el primer año y medio de su vida en un hospital. Entonces querían adoptarlo los doctores, pero al final lo adoptó un profesor.

Por eso, cuenta, siempre se para y mueve tanto los brazos al hablar, ya sea en un afiebrado discurso político o en una conferencia. Esa es la razón, dice con un tono entre risueño y nostálgico, por la que todos piensan que es tan gallardo: si se quedara quieto, la gente notaría su problema.

Ya no tiene su famosa chaqueta azul, se la regaló a Kramer para que la usara en la película. Tiene una parecida que se compró para reemplazarla, pero es más clara, y no tiene los agujeros de perdigones en la espalda. Sobre la mesa hay una revista con un antiguo reportaje sobre él. Es la primera vez en mucho tiempo que ve fotos del movimiento. Él no tiene ninguna. En ellas se ve a una turba triunfal llevándolo  como un trofeo por la calle, y a un hombre besándole las manos. Se ve a gente de rostro decidido, que en ese momento, tal vez, lo hubiera seguido a cualquier lado.

“Mira la foto. Hay tanta energía aquí. Este es mi mundo, no en el que estoy ahora”, dice, observando una imagen. “La gente quiere salir adelante… y yo no les quiero fallar”.

Con las luces de la ciudad de fondo, Iván se queda solo, sin nada que hacer o a quien visitar, en una ciudad que aunque hoy lo trata mejor que la suya, nunca será la suya.

En dos días verá a un cómico, vestido con su ropa, haciendo una parodia de su nueva vida.

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