Piñera se mantendrá visible en el escenario público de una manera inversamente proporcional al reconocimiento que tenga su gobierno. Si su cuatrienio es atacado continuamente, mantendrá una presencia fuerte y defensiva. Si, por el contrario, recibe los elogios que no tuvo en el gobierno, será magnánimo y generoso con los nuevos actores de la escena política.
Los cinco presidentes que han gobernado Chile en los últimos 25 años están vivos. Cada uno de ellos debió soportar la sombra de su antecesor por algún tiempo, pero antes de un año ya se habían encargado de que el espectro se esfumara en camino a sus cuarteles de invierno. Ese trabajo sucio no lo acometen los presidentes, sino sus equipos de gobierno (casos Frei y Bachelet) o los partidos que los apoyan (casos Lagos y Piñera).
Piñera le entregará a Bachelet el mando que recibió de ella misma. En conjunto, habrán ocupado 12 años de la vida nacional y es seguro que Piñera aspira a que sean 16. Ambos se parecen en una sola cosa: no les gusta dar cornadas a la luz del día; ese ejercicio lo dejan para la noche, celebrado por el grupo de amigotes. Piñera sólo criticó al gobierno de Bachelet de manera genérica, nunca personal, y ella ha respondido con similar cortesía. Uno y otro abrazarían el consejo de Lady Erlynne a Lord Windermere: “Los modales antes que la moral, querido”.
Otra cosa son los partidarios, y en especial la Cámara de Diputados, que es el lugar donde suele convivir lo mejor con lo peor de los partidos. Los parlamentarios de derecha formaron no una, sino tres comisiones investigadoras para acusar a Bachelet de las consecuencias del terremoto del 27-F, una imputación totalmente contraintuitiva cuando se trata de una catástrofe natural. Como no hay ningún error peor que repetir el mismo tropiezo varias veces, a la vuelta de cuatro años Bachelet obtuvo un macizo respaldo en todas las zonas más golpeadas por el terremoto.
El 27-F de Piñera será el fideicomiso ciego. Con el 27-F, los diputados menos diestros de la Alianza buscaban demostrar lo mismo que habían dicho de Bachelet desde la campaña presidencial del 2005: que carecía de liderazgo y capacidad de decisión. Con el fideicomiso ciego, los diputados más exaltados de la Nueva Mayoría intentarán confirmar lo que dijeron de Piñera desde la campaña del 2009: que no ha sido capaz de resolver los conflictos de interés derivados de su patrimonio.
Aunque el aprendizaje no es uno de los fuertes de la Cámara, los diputados de la Nueva Mayoría podrían tomar alguna lección de sus adversarios: por ejemplo, que cuando las acusaciones no están muy bien fundadas, terminan por fortalecer y hasta favorecer al acusado. O bien: que las pruebas “técnicas” irrefutables rara vez existen. Es verdad que muchas comisiones investigadoras se forman con el único e inconfesable propósito de dañar la imagen de los acusados, pero también es verdad que esta ganancia es muy magra.
Piñera terminará como empezó, con más popularidad que su coalición -aunque la mayor parte de su período estuvo lejos de esa situación-, y ese solo hecho debería convertirlo en el líder de la oposición. Pero es improbable que quiera asumir ese papel ingrato (tampoco lo hizo Bachelet), por al menos dos razones: porque su objetivo está centrado en el 2017 y porque los partidos que lo apoyaron no lo quieren en eso (ni en nada).
Naturalmente, las cosas pueden cambiar a lo largo de cuatro años, pero por lo menos durante el 2014 la presidenta podrá estar tranquila respecto de Piñera. Es bastante probable que más adelante se sienta tentado a contrastar sus logros -en especial, los económicos- con los del nuevo gobierno, porque hay en él cierta compulsión por este tipo de resultados.
El actual presidente se convertirá en el blanco móvil de la Nueva Mayoría, entre otras cosas porque ésta aún no tiene recursos visibles para enfrentar el 2017 y es incierto que pueda lograr en cuatro años más de lo que no logró en los cuatro pasados -levantar un liderazgo distinto de Bachelet-. En forma más oblicua, Piñera también será el objetivo de su propia coalición, que no oculta su deseo de reemplazarlo cuanto antes. Sólo que él es un sobreviviente, y su capacidad de resistencia sólo se compara con su incapacidad de rencor.
Piñera se mantendrá visible en el escenario público de una manera inversamente proporcional al reconocimiento que tenga su gobierno. Si su cuatrienio es atacado continuamente, mantendrá una presencia fuerte y defensiva. Si, por el contrario, recibe los elogios que no tuvo en el gobierno, será magnánimo y generoso con los nuevos actores de la escena política. Cuestión de modales.