La derecha, en vez de haber transmitido sus convicciones, se ha dejado llevar por el discurso igualitarista, validándolo en sus distintas formas.
Luego de las elecciones pasadas, la derecha ha entrado en un proceso de severa autocrítica y recriminaciones, por mi parte he sostenido en esta misma revista que en los últimos años ha sufrido una derrota cultural muy profunda y que, mientras no sea capaz de encontrar la voluntad y el coraje de dar la batalla en este campo, poco hay para consolarse en algunas encuestas e incluso en eventuales repuntes electorales que pudieran venir en el futuro.
La expresión concreta de esta derrota es la forma indiscutida en que se han instalado tres conceptos: que nuestra sociedad es intolerablemente desigual, lo que la hace intrínsecamente injusta; que las personas son víctimas sistemáticas de abusos por parte de los empresarios; y que el lucro es en sí mismo un beneficio reprochable, al punto que se debe excluir de la educación.
Ésta es la victoria de quienes piensan que el resultado de una sociedad libre es injusto, pues en ella siempre habrá personas con mayor poder, riqueza e influencia, que lograrán sacar ventaja de los más débiles. Por lo tanto, se requiere un gran árbitro que ejerza un poder compensador de las diferencias y que evite el abuso del poderoso respecto del débil. Ese gran árbitro es, desde luego, el Estado.
Pero el núcleo del pensamiento de izquierda va más allá, porque aun si este árbitro fuera capaz de emparejar la cancha, de todas maneras el resultado no será justo, porque habrá personas más capaces, más hábiles, con talentos sociales tan frívolos como la belleza, que sacarán ventaja. La injusticia está en que talentos como la inteligencia, los hábitos o incluso la suerte de haber tenido un mejor profesor no son mérito de quien los posee, sino fruto del azar, razón por la cual no es justo que de esos atributos azarosos se derive una ventaja.
Por ello, inevitablemente el discurso y el proyecto político de izquierda, que empieza por defender la igualdad en la partida, termina por abogar por la igualdad de resultado. La izquierda, y aquí está el núcleo de la diferencia valórico/cultural con la derecha, no cree en el mérito personal o al menos no está dispuesta a tolerar sus efectos. Es más, no logra evitar un dejo de reproche por todo aquel que tiene éxito, puesto que para ellos se trata siempre de alguien que, de alguna forma, ha sido injustamente privilegiado.
Este año, en la PSU hubo un resultado inédito, José González Pincheira, un joven de Pudahuel, hijo de dos feriantes, egresado del Instituto Nacional, obtuvo puntaje nacional en Matemática, Lenguaje y Ciencias. José estudió primero en la Escuela Andantino de Pudahuel y después en el Colegio Andacollo en calle Mapocho. En octavo básico fue el mejor alumno del Instituto Nacional, y en los últimos dos veranos estudió matemáticas en los cursos de temporada que hace la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. En una entrevista de prensa dijo que en los últimos dos años él se concentró en sus estudios, a pesar de que en un par de ocasiones participó en marchas. “En el instituto era complicado participar en el Centro de Alumnos y mantener un buen rendimiento académico”, señaló.
José debiera ser un símbolo para los que creen que una sociedad libre produce un resultado justo, porque existen personas como él que, junto a su familia, a las que les ha tocado una vida difícil, pero han trabajado duro para salir adelante. Es un testimonio ejemplar de que el mérito personal existe y que tiene un valor inmenso que merece ser retribuido, aunque de ello se derive una sociedad con ese cierto grado de desigualdad que algunos siempre considerarán intolerable e injusta.
Entre las muchas razones que hacen admirable a José está el que, aunque fue a un par de marchas, su testimonio refleja que sabía que su futuro personal dependía de él, de su propio trabajo y no de la marcha. Su historia y testimonio contradicen la esencia de los postulados de quienes quieren terminar con los Liceos de Excelencia, se oponen ya casi a cualquier forma de evaluación (pues perpetúa la desigualdad), y no ven en el copago un sacrificio familiar encomiable, sino la discriminación del dinero.
Pero la mayor derrota de la derecha está en que probablemente José y muchos como él no alcanzan a percibir que su vida y sus valores encuentran auténticos representantes en nuestro proyecto político, que se funda en la libertad y cree en el mérito y sus efectos; y si no lo perciben es porque la derecha, en vez de haber transmitido estas convicciones, se ha dejado llevar por el discurso igualitarista, validándolo en sus distintas formas.
Lo primero para enfrentar esta derrota es que la derecha vuelva, o tal vez empiece, a hacer política pensando en esa mayoría de chilenos que ven a José como un modelo a seguir y con la convicción de que toda la legitimidad ética de su proyecto político está en construir un país para que ellos tengan las oportunidades que merecen y no en intentar vanamente obtener la validación de las Camila Vallejo de este mundo.