"Lo fundamental sería que pudiéramos construir una suerte de narrativa conjunta -la narrativa de un terrible pleito de familia-. Yo buscaría una narrativa que no tenga epítetos, que no tenga adjetivos denigrantes"
Le dicen el hombre que llevó a Perú al diván. Titulado del Instituto de Psiquiatría de la Universidad de Londres y fundador de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, Max Hernández Camarero es una voz reconocida en la sociedad limeña y en los últimos años se ha abocado a la tarea de reconstruir la historia del Perú desde el punto de vista psicoanalítico.
En su libro En los Márgenes de Nuestra Memoria Histórica (Universidad San Martín de Porres-Fondo Editorial, 2012) elabora su diagnóstico sobre las consecuencias de la Guerra del Pacífico y la pérdida de territorio en la autoestima del país: “Es necesario entender los complejos sentimientos generados por la guerra, la invasión y la derrota. Para ello puede ser útil recurrir a una descripción clínica y extrapolarla al plano sociohistórico. La rabia narcisista gira en torno a una injuria psicológica no resuelta, una herida que permanece abierta e impulsa a quien la recibió a zanjar con aquel que la habría inferido abusiva e injustamente. Parte de la rabia se dirige contra quien infligió la herida, y la otra contra uno mismo por haberla sufrido”.
-En Chile hay interés respecto al fallo de La Haya, pero al parecer en Perú esto genera una pasión y conmoción mucho mayor, que implica más que el límite marítimo. ¿Por qué ocurre esto?
-Yo creo que implica mucho más. Implica una capa de la cual no todos tenemos conciencia. Moviliza afectos tempranos, moviliza sentimientos muy fuertes, es decir, está la idea de que luego de tanto tiempo se ha encontrado una fórmula pacífica, una formula civilizada de hacer valer lo que sentimos, lo que son nuestros derechos, eso puede explicar la diferencia de sentimientos frente a este fallo. Por otro lado, en esta decisión, que empezó con la presentación del presidente Alejandro Toledo de las líneas de base, continuó con Alan García llevando la demanda a La Haya y concluye con el presidente Humala, por primera vez es una suerte de fruto visible de una política de Estado. Hay una clara sensación de que aquí estamos de acuerdo todos.
-¿Qué significaría para Perú, desde el punto de vista del psicoanálisis, un fallo favorable en La Haya?
-Un reconocimiento de los planteamientos que ha hecho el Perú podría tener un valor bastante importante. Yo creo que esos gestos simbólicos tienen un poderoso sentido. En mi libro, lo que he intentado hacer es ver el revés de la trama de una encrucijada política, social, cultural, que fue la Guerra del Pacífico y los años posteriores. Un tejido cuyo revés tenemos que mirar para destejer los nudos que nos afectan a ambos lados. La guerra y la ocupación dejaron una secuela melancólica en Perú, un sentimiento de rabia contra el propio país por no haber actuado de otra manera. Cuando en un país se pierde una guerra y hay cesión territorial como la que hubo, hay un sentimiento largo de pérdida, duelo e incluso mutilación. Por otro lado, el comportamiento de los soldados durante la ocupación no fue el comportamiento más generoso ni humano, y entonces muchas de esas historias han quedado grabadas.
-¿A qué se refiere cuando habla de la rabia narcisista de Perú respecto a Chile?
-Ése es un concepto que formuló el psicoanalista austriaco Heinz Kohut. Lo que a él le llamaba la atención eran ciertos sentimientos en lo cual la rabia, al no poder tener expresión hacia fuera, rebotaba contra la propia persona. Se produce mucho como efecto del bullying.
-¿Pero por qué estos sentimientos han perdurado por más de un siglo, pese a que han cambiado las generaciones?
-Quedó con mucha fuerza una narrativa del horror de lo que fue la guerra, que duró cinco años, lo que es mucho para América Latina, y se sintió como una injusticia que no se realizara el plebiscito en Tacna y Arica. Desde fines de la guerra hasta el tratado del 29 hubo 50 años en que se subrayaba el abuso, en momentos que Chile y Perú construíamos las identidades nacionales. Nosotros teníamos la tarea dolorosa de construir una identidad post pérdida de nuestro territorio y en Chile, por el contrario, la construcción de una nación victoriosa, el triunfo de la nación en armas.
-¿Y la modificación de límites sería una suerte de reparación?
-En alguna medida sí. Podríamos sentir que cosas que creemos son justas, son reconocidas. Y más que lo que La Haya sentencie, la respuesta de Chile será muy importante para nosotros. Si hay una respuesta en que valora el fallo como justo, aunque sea negativo, podría abrir en el futuro próximo posibilidades de una mayor comprensión e integración entre nuestros pueblos. Así como los peruanos estamos tratando de superar ese duelo, esa melancolía, esa rabia narcisista, esos resquemores que han durado mucho, sería interesante que se pudiera explorar de parte de los pensadores chilenos cómo se fue afirmando esa especie de sentimiento de superioridad, una historia de ego ampliado, la transición del legítimo orgullo nacional a una suerte de soberbia con respecto a los vecinos, particularmente a bolivianos y peruanos.
-Usted en su libro plantea la necesidad de revisar la historia, para escribirla en conjunto entre Chile y Perú.
-Para mí lo fundamental sería que pudiéramos construir una suerte de narrativa conjunta -la narrativa de un terrible pleito de familia, si me permite otra metáfora de inspiración psicoanalítica-. En mi texto siempre utilizo la idea de que la palabra historia significa dos cosas, por un lado, lo qué pasó, y por otro, la narración de lo que pasó. Yo buscaría una narrativa que no tenga epítetos, que no tenga adjetivos denigrantes del uno o del otro lado, una historia que también resalte momentos de enorme apertura, generosidad y caballerosidad y no sólo que ustedes hablen de lo que pasó en la batalla de Concepción como una suerte de ferocidad peruana y que nosotros hablemos del repaso a los caídos en la guerra. Yo lo que quisiera de La Haya, más que movilizar chovinismos en ambos lados, fuera más bien la ocasión de decir, caramba, vamos a procesar todo esto, vamos a elaborar creativamente esto y hagamos cosas en conjunto que muestren que las fronteras son cosas artificiales en América del Sur, como ha resultado ser en Europa.
-¿Cuál es la gran diferencia entre América Latina y Europa respecto a estos procesos?
-La comunidad europea de naciones ha sido liderada por Alemania y Francia, dos enemigos irreconciliables. La gran diferencia es que ellos han podido procesar y que han sido guerras de una ferocidad para todos, es decir, no fue solamente que un país fue invadido, todos sufrieron la guerra. No quiero decir que los soldados chilenos o sus familias no sufrieran, pero no vieron invadido su suelo. La otra gran diferencia es que nosotros compartimos una lengua y es más complicado: hay otro concepto freudiano que habla del narcisismo de las pequeñas diferencias, cuando nos parecemos mucho a los otros terminamos desarrollando animadversión. Freud decía “he visto portugueses que odian a los españoles y españoles que odian a los portugueses, pero para mí son igualitos”.