Por Diego Zúñiga Marzo 13, 2014

© José Miguel Méndez

Evo Morales tiene un carisma particular: no es el encanto evidente que ha producido, por ejemplo, José Mujica en distintos sectores, sino que esto es otra cosa. Es algo mucho más ideologizado y, también, mucho más difícil de explicar.

Como si la historia siempre fuera un círculo: el presidente boliviano Evo Morales está arriba del escenario y abajo cinco mil, seis mil chilenos gritan fuerte, agitan banderas: piden mar para Bolivia. Esto ocurre el martes 11 de marzo en la noche, en el Teatro Caupolicán. La gente grita con fuerza, mientras el teatro está lleno de banderas de Venezuela y Cuba, banderas con el rostro del Che Guevara y Salvador Allende, banderas con las siglas del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y del Partido Comunista. Jóvenes universitarios, y hombres y mujeres mayores de 60 años  que gritan por Evo Morales.

Arriba, en el escenario, él acaba de dar un discurso de más de media hora, rodeado de la comitiva con la que vino a Chile para asistir al cambio de mando y junto a los organizadores del Encuentro por la Unidad de los Pueblos. Un discurso sobre cómo Bolivia ha nacionalizado sus recursos y así la economía creció, durante 2013, a un  6,8%. Un discurso que cada cierto rato se interrumpe por los aplausos de la gente, o las pifias, cuando en algún momento Evo Morales habla de Estados Unidos, del poder norteamericano, de la posible intervención en Venezuela. Aunque en realidad son más los aplausos que otra cosa. Y son los gritos, esas palabras que se vuelven a ratos un mantra que Evo Morales escucha con una sonrisa allá arriba, en el escenario: “Mar para Bolivia, mar para Bolivia, mar para Bolivia”.

Pero ésta es una historia que ya se contó, de alguna forma, hace varios años atrás. O que ya vivió Evo Morales, para ser precisos, en marzo de 2006, cuando vino también para asistir a un cambio de mando. Esa vez -la historia es realmente un círculo- asumiría la presidencia Michelle Bachelet de manos de Ricardo Lagos. Y entonces se realizó un evento parecido al del martes en el Caupolicán, aunque esa vez fue en el Court Central del Estadio Nacional y Evo Morales subió al escenario y escuchó cómo cinco mil, seis mil chilenos pedían mar para Bolivia.  Esa vez se sorprendió, se emocionó, dijo que era como un sueño, que cuando lo contara en Bolivia no lo iban a creer.

Esta vez no se sorprende. Su discurso ha calado hondo en gran parte de la izquierda chilena. La izquierda más dura. Y también en otros sectores. Porque tres horas antes de estar arriba de ese escenario, se juntó en la Fundación Progresa con Marco Enríquez-Ominami,  y diputados, y políticos e intelectuales a hablar de lo mismo: de estrechar los vínculos entre los países vecinos, de la necesidad de encontrar una solución para que Chile le dé a Bolivia una salida al mar. Los mismos temas, el mismo discurso, los mismos aplausos y el mismo carisma que ha llevado a Evo Morales a convertirse en un referente innegable de la izquierda latinoamericana.

Un carisma particular: no es el encanto evidente que ha producido, por ejemplo, José Mujica en distintos sectores, sino que esto es otra cosa. Es algo mucho más ideologizado y, también, mucho más difícil de explicar. Porque Morales vino por primera vez a Chile después de que Bolivia interpusiera la demanda marítima ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y eso no pareció haber repercutido en el apoyo de esos casi seis mil chilenos que fueron a verlo al Teatro Caupolicán y que no dejaron de gritar.

 

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-La corbata divide el pensamiento del sentimiento -dice, a modo de disculpas, el presidente Evo Morales, y la gente que lo acompaña en la mesa se ríe. Son políticos y intelectuales que están sentados junto a él en uno de salones de la Fundación Progresa. A un costado, Enríquez-Ominami y diversas personalidades, como los diputados comunistas Lautaro Carmona y Hugo Gutiérrez, el líder del Partido Humanista Tomás Hirsch, Roberto Garretón, Carlos Ominami, Faride Zerán, entre otras personas que fueron invitadas para compartir una conversación con el presidente boliviano. Dialogan sobre lo que ha impuesto en la agenda Evo Morales, sobre el mar y la cooperación, sobre la necesidad de dialogar entre vecinos, de restablecer el diálogo con Chile y este nuevo gobierno de la presidenta Bachelet. En un momento, Enríquez-Ominami le pregunta cuándo conoció el mar y él responde que fue en 1989. Recuerda que iba con un amigo y que ese amigo se puso a llorar. Es una imagen decisiva: ¿qué hicimos cuando vimos por primera vez el mar? Pero Evo Morales no se detiene en eso. Habla de los logros económicos de Bolivia, de cómo después de expulsar al embajador de Estados Unidos han estado mejor. Habla de la desconfianza. De la necesidad de restablecer los lazos, que “no hay que regalar lo que nos sobra, sino que compartir lo poco que tenemos”, dice y luego ese discurso conciliador se vuelve más agresivo cuando explica que hay presidentes latinoamericanos que no lo toman en cuenta, que él lo sabe, y que “no puede ser que nuestros pueblos sean gobernados por banqueros o por empresarios”.

La alusión al ex presidente Sebastián Piñera, entonces, se hace más explícita. Más tarde volverá a decirlo en una conferencia de prensa, pero de forma más contundente. Ahora no profundiza. Seguirá hablando de otras cosas hasta que se juntará, en otra sala de la fundación, con diversos artistas y será Marco Enríquez-Ominami quien hará un alto en la conversación y le explicará que hay unos humoristas que quieren conversar con él. Son Los locos del humor, que actuaron hace unas semanas en el Festival de Viña y que hicieron un par de chistes a propósito de la demanda marítima de Bolivia. Evo Morales los escuchó con atención, pero el desconcierto en su cara era bastante notorio. Los humoristas pidieron disculpas, él las aceptó en nombre del pueblo boliviano y les dijo que desde ahora serían chileno-bolivianos. La gente aplaudió. Los protocolos funcionan. Después se despediría de los asistentes y saldría rápido de la Fundación Progresa. Se supone que iba a hablar con la prensa a la salida, pero no: rápido, rodeado de guardias, se subió a una camioneta negra con los vidrios polarizados y se fue rumbo al Caupolicán. 

 

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Eran miembros de distintos sindicatos y movimientos sociales. Alrededor de seis mil personas, dijeron los organizadores del Encuentro por la Unidad de los Pueblos. Y esperaron más de dos horas en el Teatro Caupolicán hasta que apareció Evo Morales en el escenario y fue una ovación. Evo Morales no era el presidente de un país que demandó a Chile, sino que era otra cosa, una presencia difícil de describir, la gente lo aplaudía y esperaban que diera su discurso. Un discurso de alrededor de cuarenta minutos. Un discurso enfocado en esos dirigentes sociales, con cifras, con énfasis en las políticas que ha aplicado en Bolivia, la referencia a la Asamblea Constituyente que se hizo allá, su apoyo a Nicolás Maduro, su apoyo a todo presidente que haya sido democráticamente elegido. Dijo que tuvo miedo cuando llegó a Chile porque pensó que otra vez iba a temblar, haciendo referencia al cambio de mando en 2011. La gente reía y lo vitoreaba. No era el presidente de un país vecino, era como un estrella de rock ahí, arriba del escenario, o la expresión máxima de cómo una persona sin mayores influencias que la de ser un dirigente de un movimiento social -el movimiento cocalero- podía llegar a ser presidente de un país y cambiar algunas cosas. Varias cosas.

Y fue después de que se bajó del escenario que avanzó hacia una pequeña sala del teatro y atendió a la prensa. Y ahí volvió a decir lo mismo que planteó en la Fundación Progresa: que el ex presidente Piñera nunca lo había visto como un colega, y que a partir de eso no había forma de entablar un diálogo. Pero que estaba seguro de que con Michelle Bachelet sería distinto. Sin embargo no iban a desistir de la demanda marítima. Eso seguirá su curso. En un mes más presentarán la memoria de la demanda ante La Haya. Pero eso ocurrirá después. Ahí, en el Caupolicán, la gente no dejará de aplaudirlo y vitorearlo. Afuera de la sala de prensa, de hecho, lo esperará un buen grupo de personas para saludarlo y decirle que ellos también quieren mar para Bolivia.

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