Surge el perfil de un liberal firmemente anclado en el centro, que cree decididamente en la evolución y modernización de la izquierda. Que equilibra su visión de las cosas buscando alinear, armonizar al Estado, la economía de mercado y las demandas sociales. Todo su pensamiento gira en torno a la obsesión por la compatibilidad de estos tres órdenes: la economía, la política y la sociedad. Eso es Boeninger.
Su análisis de la evolución histórica es el objetivo, desapasionado, pero ordenado por un concepto. El país logró estabilidad, incluso progreso en los tiempos en que construyó consensos. En los tiempos en que reinó el desprecio al consenso, males mayores nublaron nuestros cielos. El consenso oligárquico del siglo XIX hasta la guerra civil, el Estado de compromiso a partir de 1932, las turbulencias durante los gobiernos de Eduardo Frei y Salvador Allende. Cuando los cambios no se alinearon con los acuerdos y predominó la intransigencia por sobre la cooperación, sobrevino la peor catástrofe de nuestra historia, el golpe militar.
Edgardo encarnaba una singular combinación entre convicción y pragmatismo, haciendo patente que no son éstas virtudes excluyentes. Su convicción base, la que ordenaba las demás, era la libertad. La libertad como bien superior, la libertad como un bien indivisible en la política, en la economía, en la vida personal (en el mal llamado orden valórico). La libertad no al servicio de nadie, no como instrumento para nada, sino como un fin en sí misma, como la definición básica, sustancial del ser humano.
Otra noción que recorre todos los textos es la generación de una conducta en todos los actores que privilegian la colaboración por sobre el enfrentamiento. Boeninger, como buen analista, no desconsidera las diferencias en la sociedad, sólo propone poner límites a esa diferencia. La reflexión sobre los límites de la diferencia está en la base de la construcción de sociedades viables. Las diferencias sin límites son el origen de fracturas sociales difíciles de reparar. Cuando Edgardo piensa en los límites de las diferencias, lo que tiene a la vista es la bestia negra de nuestra historia, la polarización, preludio siempre de males mayores.
La colaboración, la cooperación, el acuerdo, el consenso son palabras frecuentes en el universo del texto de Boeninger. Cooperación que define como la búsqueda de acuerdos con resultados que no son óptimos para nadie, pero que son aceptables para todos. Si el pensamiento de Boeninger se construye teniendo a la vista el horror de la polarización, también se puede decir que su concepto de la transición tiene a la vista las tesis que afirmaban en los 80 la incompatibilidad entre democracia y crecimiento económico, entre democracia y reformas económicas.
Su pensamiento siempre vuelve a la relación entre la economía y la política. Buena parte de los males de nuestra historia se originan en el desalineamiento entre la política y la economía (cada una por su lado). Poner en armonía a ambas es la clave del avance hacia la modernidad.
Probablemente, como un derivado de este concepto básico, Edgardo predicaba la combinación entre políticos y tecnócratas, entre viabilidad política y sustento técnico de las políticas públicas. Y probablemente por la misma razón, siempre postuló la estrecha relación e identidad entre el equipo político y el equipo económico de gobierno, como condición de un buen gobierno.
Reconstitución de las instituciones, gradualidad en la transición militar, apertura para recoger el impulso económico, preocupación por lo social, bajo la fórmula de entonces: la equidad. Respetando el rol importante de la derecha, evitando su aislamiento. Ésa fue la gobernabilidad de ese tiempo y el origen de un tiempo largo de estabilidad y mayor progreso que transformó la sociedad, haciendo posible mayor autonomía, más prosperidad relativa, nuevas demandas, propias ya de una sociedad más evolucionada, lejos de la oscuridad de la que salió en los 90 gracias a la transición.
Una lección final de Edgardo: en política hay adversarios, contendores, nunca enemigos. Contendores que sustentan tesis y propuestas del reino de este mundo. La política no es una lucha entre el bien y el mal, entre la virtud y el vicio. Es apenas la contienda entre racionalidades distintas y la búsqueda de convergencias entre ellas.