"El déficit de nuestros partidos ha estado en las posiciones que han dejado de tomar. Esta semana, Eyzaguirre emplazó a la Alianza a pronunciarse sobre el lucro, y yo escuché un silencio ensordecedor"
Darío Paya tiene en su nueva oficina del Leadership Institute Chile, en Apoquindo, un póster enmarcado de la película Pink Floyd The Wall con la leyenda “Mother should I trust the government?” (Madre, ¿debería confiar en el gobierno?). Dice que lo tenía en su oficina en el Congreso cuando era diputado por San Miguel, Lo Espejo y Pedro Aguirre Cerda, y luego en su despacho como secretario general de la UDI. “Me sigue a todas partes”, cuenta el abogado, aunque precisa que en su tiempo como embajador de Chile ante la OEA durante el gobierno de Sebastián Piñera lo dejó en el escritorio de su casa en Washington. Dice Paya -un hombre con muchos contactos en el Partido Republicano estadounidense- que aquel verso cada día cobra más sentido para él, especialmente a su regreso tras su aventura norteamericana.
-¿Cómo encontró el país al que llegó?
-En paralelo con este país que avanza, la izquierda ha ido instalando un diagnóstico equivocado, que propone un mayor nivel de estatismo, y hay un porcentaje de la centroderecha que se compra ese diagnóstico, se compra las mamaderas líquidas que nos ofrece la izquierda. Y la verdad es que uno tiene que mirar a la calle para darse cuenta que Chile tiene una realidad que no se condice con esos discursos que parece que estuvieran analizando la realidad de países del África subsahariana.
-¿Le ha faltado fuerza a la oposición?
-No apunto a nadie. Yo digo que faltan más voces, más organización, más capacidad de activar, movilizar y comunicar nuestras ideas. Y hablo de impulsar nuestras ideas, porque éstas no requieren que las defiendan.
-¿Dónde cree que ha estado el déficit de los partidos?
-En las posiciones que han dejado de tomar. Esta semana, por ejemplo, Nicolás Eyzaguirre emplazó a la Alianza a pronunciarse sobre el lucro, y yo escuché un silencio ensordecedor. Si demonizas el lucro, si renuncias a estimular a los privados para contribuir al logro de fines públicos, tienes que reinventar Chile, porque ese estímulo cruza todo lo que ha funcionado en las últimas tres décadas en nuestro país. Por eso, encuentro sorprendente que no se advierta el alcance de esta discusión y no se haya reaccionado proporcionadamente.
-¿Ha sido un punto de inflexión en la centroderecha?
-Lo que yo considero el verdadero punto de inflexión en la política chilena es el cambio de voto obligatorio a voto voluntario. Esto implica, ni más ni menos, que la política, es decir, partidos, candidatos, campañas, debate, espacios de diálogo y de consenso, se encuentran en un proceso de cambio profundo e inevitable que aún no se dimensiona por la sociedad.
-¿Está en contra del voto voluntario?
-Sí, pero ésa es leche derramada. Si tú miras los países con voto voluntario, Estados Unidos, por ejemplo, lamentablemente descubres que la política comienza a radicalizarse, tiende a hacerse desde los extremos, y el desafío de los partidos ya no pasa por conectarse con la opinión de centro, sino por movilizar a la gente para lograr que vaya a votar. Por ello es que la fundación Leadership entiende que lo central es aumentar la cantidad y capacidad organizativa de las personas y de líderes individuales y organizaciones dedicadas a defender las ideas de la libertad.
-¿Cómo?
-El objetivo es aumentar la cantidad y eficacia de los líderes y organizaciones dedicados a impulsar las ideas de una sociedad libre. Por una visión distinta de la política y del Estado, algo constante en todas partes del mundo es que por cada 10 personas de izquierda que se dedican a la política, no son más de dos o tres las de derecha que se dedican a la actividad política.
-¿Cuál sería la razón?
-Probablemente porque hay más confianza en el Estado. Lo que sea, es reversible mediante un trabajo metódico, y cualquiera que sea la causa de ese contraste, hay que superarla. Ésa es una tarea prioritaria hoy. Con el voto voluntario, en Chile dejó de votar en las últimas elecciones un millón de chilenos. De ellos, ocho de cada 10 votaban por la centroderecha. Paralelamente hay un océano inexplorado de siete millones de chilenos que pueden votar y no lo han hecho nunca.
-¿Ése no es justamente el rol de los partidos?
-Suponer que en los partidos está la única capacidad de activar e impulsar las ideas de la libertad es una premisa falsa que no te conduce a la meta. En la sociedad chilena la gente que tiene inquietud por lo público y que está dispuesta a canalizarla a través de un partido es muy poca. Piensa tú que para incorporarse a un partido hay que estar de acuerdo con una larga lista de principios en temas muy distintos, sus dirigentes tienen que ser de tu predilección, hay que comprarse su historia... es decir, muchos prerrequisitos. En cambio, si se trata de manifestar una opinión y de organizar a gente que comparte esa opinión, hoy tienes medios que te ayudan para hacerlo muy rápidamente. De hecho, vemos la fuerza y la rapidez con que ha surgido el movimiento de los apoderados para oponerse al desastre que era el proyecto original de la reforma educacional.
-Algunos analistas hablan del fracaso de las ideas de derecha...
-Ni siquiera las mejores ideas se defienden solas, y lo que te permite el éxito de la idea no es su calidad, sino la cantidad de gente dedicada a promoverla y proyectarla. Nuestras ideas gozan de muy buena salud; yo nunca me he sentido solo, en el sentido de no percibir un apoyo intelectual. Al revés. Es en la proyección pública de esas ideas donde está nuestro déficit.
"ME HA SORPRENDIDO EL GRADO DE IMPROVISACIÓN"
-¿Cómo ha visto estos primeros meses de Bachelet?
-Me ha sorprendido mucho el grado de improvisación. Desde hace dos años, desde la primavera del 2012, que era evidente para todo el mundo que la presidenta Bachelet iba a gobernar. O sea, hubo mucho tiempo para pensar las cosas. Por eso es incomprensible llegar al punto de autocrearse una recesión, o verlos improvisar en educación, en circunstancias que el tema estaba instalado en el centro del debate político desde inicios de su gobierno anterior. Me ha sorprendido también el grado de ideologización, que se traduce en que éste sea el gobierno más tosco y retrógrado en las formas del que tengamos recuerdo. Actúa de una forma que es la antítesis de la modernidad y de los ambientes en los que progresan los países. No se puede atribuir esto a la inexperiencia de la presidenta, ni de su ministro de Hacienda, ni de su ministro de Educación.
“Lo complicado es el riesgo que eso significa para el país”, agrega. “La magnitud de los errores que se están perfilando es gigantesca en términos de costos para las personas. La gente le va a pasar la cuenta a Bachelet por las consecuencias económicas que está teniendo su improvisación: el desempleo, el congelamiento de los sueldos, los despidos, por la falta de competitividad. La gente percibe -y así lo estamos viendo en las calles- que este es un gobierno que se ha enfrentado al que quizás sea el instinto más potente de la naturaleza humana, que es la decisión de los padres para hacer todo lo que sea posible para mejorar la condición de sus hijos. Tenemos a un gobierno embarcado en una reforma que todos los días muta, pero que en su esencia es eso”.
-El cambio al sistema binominal ya es un hecho, ¿está de acuerdo?
-No. Todo lo que disminuya el potencial y el patrimonio de estabilidad del país y la capacidad de los gobiernos para gobernar es malo para el país. Y el sistema binominal solucionaba estas dos cosas. Históricamente ningún gobierno democrático antes de Aylwin gozó de mayorías con las cuales gobernar en el Congreso, y el fraccionamiento de la política chilena fue desastroso. Si buscas un punto en común de Alessandri, Frei Montalva y Allende, era que no podían gobernar.
CHILE POR FUERA
A principios de 2010, cuando Piñera comenzaba a armar su equipo de gobierno, su nombre figuraba en varias listas. Primero, el entonces mandatario electo le ofreció a Paya la Subsecretaría del Interior, pero éste rechazó la oferta. Luego, le ofreció la Secretaría de Comunicaciones (Secom), pero el ex diputado puso una condición tan alta -poder total en el manejo de las comunicaciones del gobierno-, que sabía que se la rechazarían. Finalmente, fue nombrado embajador de Chile ante la OEA.
-¿Cómo fue su experiencia en Washington? ¿Por qué mantuvo un bajo perfil?
-Es un trabajo donde manejas un volumen creciente de compromisos que se negocian y afectan mucho al país. Es una tarea muy desconocida, a cargo de personas que tienen tanta vocación pública como uno, pero que optaron por el servicio exterior, y lo ejercen sin conferencias de prensa, sin dar entrevistas… Sentí que debía adoptar esa misma actitud, eso explica mi silencio de todos estos años. El episodio más relevante de mi gestión fue lograr terminar con una situación que afectaba al país desde 1979: desde ese año que la aspiración marítima boliviana era parte de la tabla de la Asamblea General, donde se les pedía a los países miembros un pronunciamiento, algo completamente inaceptable, que logramos revertir.
-Antes de que Piñera fuera presidente, usted fue muy crítico, ¿cuál es la evaluación de su gobierno?
-Fue un muy buen gobierno en lo económico y en lo social, así lo cree la gente. En lo político, por supuesto que tengo matices, pero de esos que se comentan en el camarín con los propios. Ahora, no hay ninguna iniciativa política que no haya contado con el respaldo de la mayoría de mi propia tribu. Es decir, fue nuestro gobierno, por ello, cualquier crítica hay que hacerla como una autocrítica y no en tercera persona.
-¿Y cómo se apreciaba la política chilena en EE.UU.?
-Hay una contradicción gigantesca entre lo que te comenta toda la gente y esta sensación que se instaló en el país de que hay que cambiarlo todo. Chile lleva tres décadas progresando, avanzando por un buen camino y resulta incomprensible que hoy se esté hablando de asambleas constituyentes y otras cosas por el estilo. Eso produce perplejidad en el extranjero.