Las complejas relaciones que tuvieron Chile y Argentina entre 1977 y 1984 -y que llevaron a ambos países al borde de un conflicto armado en diciembre de 1978- volvieron al centro del debate luego que el ministro de Defensa, Jorge Burgos, declarara que “los chilenos no estamos orgullosos de la actitud de la dictadura en la guerra de las Malvinas”. Sus palabras generaron inmediatas críticas, como la del ex canciller Hernán Felipe Errázuriz, quien señaló que no hay que pedir disculpas, ya que esta ayuda militar sólo se explica en medio de la crisis del Beagle.
El cientista político chileno, Andrés Villar Gertner, investigador de la Universidad de Cambridge, ha estudiado a fondo la tensa relación bilateral de esta época así como los factores que fueron claves para la resolución del conflicto. Recientemente acaba de publicar su tesis de doctorado, titulada “La resolución de las disputas fronterizas entre Argentina y Chile: la crisis del canal de Beagle”.
-¿Cómo ve el debate sobre el apoyo de Chile a Inglaterra en la guerra de las Malvinas?
-Hay un problema de falta de contextualización para llegar a la conclusión de si fue bueno o malo el apoyo de Chile a Inglaterra. Falta un poco más de claridad, de entender la situación estratégica en la que estaba Chile en ese período y cómo se desarrolló el conflicto del Beagle desde el 77, en momentos que Argentina rechaza el laudo, y cómo evoluciona ese proceso durante la mediación y hasta la guerra de las Malvinas. En todo ese período uno observa claramente, en el caso de Argentina, gran predominio del sector más duro del régimen militar, que siempre estuvo proclive, ya sea por intereses particulares de la marina y del almirante (Emilio) Massera, a una guerra con Chile.
Afortunadamente primó el triunfo de los moderados, en este caso de Jorge Rafael Videla, que logró junto a (Augusto) Pinochet y otros actores entrar a un proceso de mediación. Pero ese proceso de mediación si bien evitó la guerra, en ningún caso disminuyó los problemas de seguridad a nivel estratégico. No hay que olvidar que los mejores batallones argentinos estaban al borde de la frontera chilena para el conflicto de las Malvinas.
-Pero para la guerra de las Malvinas, Argentina ya había aceptado la mediación papal con Chile.
-Argentina rechazó la fórmula papal del 81 y dio varias señales a nivel político y diplomático poco amistosas: había amenazado también que si Chile iba a la Corte Internacional, esto iba a ser casus belli. Chile tenía razones para desconfiar todavía de la actuación de Argentina. Ante una Argentina errática, se entiende la cooperación logística de Chile con Inglaterra. No era fácil para Chile tomar esta decisión, pero llegó a esta coyuntura y había una conjunción de intereses estratégicos entre Chile e Inglaterra y se tomó la opción de apoyar.
-¿Quizás las declaraciones de Burgos hay que entenderlas en el marco de fomentar las buenas relaciones actuales con Argentina?
-Hay una idea en esa dirección. Tal vez ocupó mal las palabras y entiendo el sentido en cuanto a que la relación más importante que tiene Chile en términos vecinales es con Argentina. Desde el 84, con la firma del Tratado de Paz y Amistad, se elimina la hipótesis de conflicto y se instauró un proceso de resolución de controversias.
-¿En definitiva, cuál fue el rol que jugó el Vaticano?
- Fue clave para evitar la guerra del 78 y no necesariamente para entender la resolución del conflicto el 84. Durante todo el proceso, como muestran los documentos que cito en la tesis, Argentina nunca se sintió cómoda con la figura del cardenal (Antonio) Samoré. La resolución del conflicto tiene más relación con la transición democrática en Argentina: para Raúl Alfonsín era necesario eliminar las hipótesis de conflicto externo para disminuir la influencia y el rol de las Fuerzas Armadas, el objetivo era consolidar la democracia.
-¿Qué lecciones se sacan de cómo se resolvió el conflicto del Beagle?
-En esta materia, Pinochet fue bastante conservador y racional en su decisión. En un comienzo había una sobreideologización de la política exterior, en cuanto a una cruzada anticomunista, que le afectó su capacidad de negociación. Esta verborrea ideológica anticomunista lo único que generaba es que no tuvo la capacidad de persuadir a otros actores internacionales -como Brasil o las grandes potencias- para que Argentina cumpliera el laudo. Pinochet se dio cuenta de eso y toma la decisión de rearmar el equipo de Cancillería con Hernán Cubillos y el coronel Ernesto Videla. La lección es que si bien se siguió con la idea de privilegiar el derecho internacional, también se entendió que había que hacer política.
-¿Comparte la crítica de que la diplomacia chilena siempre ha sido muy legalista, cuando el brazo más importante debería ser el político?
-Dada la percepción de su peso real en el contexto internacional, Chile tomó la decisión de ir por esa vía, que es lo que hacen varios países pequeños y medianos. Tal vez se ha abusado de la estrategia jurídica y se ha descuidado el factor político. El caso de Perú de alguna manera lo demuestra. Aunque claramente hay un giro más político a partir de Heraldo Muñoz en cuanto a ser más proactivo políticamente hablando, de generar redes e involucrar a otros actores. Fue la incapacidad de Chile de hacer alianzas el 78, lo que explica en gran medida por qué Argentina quería mantener la negociación bilateral. Lo mismo pasa con los conflictos actuales: si tuviéramos mayor peso en ámbitos regionales y globales tal vez sería más fácil persuadir para que otros países presionen a Perú.