Fue la imagen más gráfica de la decadencia del movimiento estudiantil: una Alameda semivacía, con un par de miles de estudiantes en una marcha convocada en medio de versiones contradictorias y divisiones internas, sin la FEUC ni los secundarios de la Cones.
Para los líderes estudiantiles, ese 7 de octubre fue el momento más amargo de un 2014 difícil para esos movimientos incrementales que, de varios sacudones, cambiaron el escenario político e ideológico de Chile. El levantamiento de Magallanes, la protesta por HidroAysén y la rebelión de los universitarios. Regionalistas, ecologistas y estudiantes unificados en el singular “movimiento social” que pretendía jubilar a los partidos políticos como intermediarios entre el poder y los ciudadanos.
Tres años después, la marea retrocede. Los universitarios y secundarios vuelven a ser actores de reparto del debate educacional, junto a otros grupos de presión aliados (como los profesores) o rivales (como la Confepa o los sostenedores de colegios). La batalla principal se da en el Congreso, cuyas paredes amortiguan el ahora débil eco de la voz de la calle.
¿Y los partidos políticos? En un momento dados por muertos, lograron cooptar la calle atrayendo a sus figuras simbólicas. En las urnas, la suma de líder social más máquina política resultó imbatible en los casos de Camila Vallejo y Karol Cariola (PC), Iván Fuentes (pro-DC) y Giorgio Jackson (RD apoyado como candidato único por la Nueva Mayoría). A ellos se suma Gabriel Boric, quien se las arregló por fuera gracias a la singularidad política de Magallanes.
No sólo aportaron votos. La sangre nueva de los veteranos del movimiento social oxigenó, al menos temporalmente, la agonizante legitimidad de la clase política. En marzo, el nuevo Congreso dobló de un salto su aprobación ciudadana, pasando del 21 al 40% en el caso del Senado, y del 18 al 38% en la Cámara de Diputados, según la encuesta Adimark.
Desde entonces, la percepción ciudadana se ha vuelto a erosionar (en la última encuesta el Senado está en 27% y la Cámara, en 23%), pero el experimento de los veteranos del 2011 en el Congreso está resultando muy interesante de seguir. Ya antes de asumir lograron su primer trofeo, la cabeza de la designada subsecretaria de Educación, Claudia Peirano.
El poder de la bancada estudiantil es incuestionable. Al gobierno le preocupa mucho más contentarlos a ellos que a “la calle”, y la palabra de Giorgio Jackson o Camila Vallejo pesa infinitamente más en la balanza de poder de la reforma que las de sus versiones 2014, Melissa Sepúlveda en la FECh y Naschla Aburman en la FEUC.
La gestión de Jackson y Boric, libres de la disciplina partidista, es especialmente interesante. Pese a su falta de experiencia, ambos han sido eficientes en empujar temas en la agenda. Sumados a otro joven independiente que rompió el binominal, Vlado Mirosevic, lograron que la Cámara de Diputados aprobara, aun antes del caso Penta, el fin de los aportes reservados y de las donaciones de empresas a campañas políticas. Con ello demostraron que la renovación de la dirigencia puede ir más allá de los temas prototípicamente “juveniles”, y cuestionar con éxito los usos y prácticas fosilizados de la elite política, en especial su incestuosa relación con los negocios.
Claro que los ex dirigentes también pagaron el noviciado con su clamoroso error político de no votar a favor de la comisión investigadora de la Universidad Arcis. Al no entender que toda votación en el Congreso es necesariamente política, y no sólo técnica o jurídica, pisaron la trampa que erosionó la legitimidad moral con que los veteranos de 2011 cuentan en materia educacional.
En resumen, mientras los ex dirigentes oxigenan al Congreso y a los partidos políticos, el movimiento social languidece. Y no sólo el estudiantil. Los ecologistas no han vuelto a lograr una convocatoria como la protesta contra Hidro Aysén, y el modelo de la rebelión regional, patentado en Magallanes, seguido luego en Aysén, y en menor escala en Tocopilla y Calama, no se ha repetido con esa fuerza.
LA PRÓXIMA OLA
¿Se acabó el maremoto social y los políticos son de nuevo los administradores del vínculo entre el poder y los ciudadanos? No. No tan rápido, al menos. Que la marea haya bajado no significa que no vuelva a subir.
La gran paradoja de la decadencia del movimiento social es que coincide, y es consecuencia en parte, con su gigantesco éxito. Aun con las calles vacías, 2014 ha sido por mucho el momento más efectivo del movimiento social.
Partamos por la educación. Las consignas de 2011 fueron ratificadas en las urnas, son la base del programa de gobierno, ya tienen financiamiento, al menos parcial, vía reforma tributaria, y avanzan a paso firme en el Congreso. El fin del lucro, el copago y la selección con fondos públicos son una realidad aceptada o tolerada prácticamente por todos, y la discusión legislativa se centra en detalles operativos más que en los grandes principios.
En el medioambiente, 2014 es el año en que los ecologistas ganaron la madre de todas sus batallas, con la lápida definitiva al proyecto de HidroAysén. Esto se suma a un cambio radical en el equilibrio de poder de la disputa entre proyectos energéticos y comunidades locales, con los jueces jugando un rol decisivo para descarrilar iniciativas tan grandes como Castilla.
Y para el regionalismo, 2014 también es un año de logros. Asumieron los primeros consejeros regionales elegidos por voto popular, y ya hay compromiso oficial para sacar adelante algunas de sus demandas más acariciadas, como la elección directa de intendentes y los contratos regionales con el nivel central.
Logrados esos éxitos, 2015 ofrece un clima propicio para que la marea vuelva a subir. La alta legitimidad con que asumió el nuevo gobierno posiblemente se vaya erosionando, dando alas al discurso de desconfianza al que se aferran los estudiantes. El debate parlamentario se centrará en la reforma a las universidades, con la promesa de gratuidad universal sobre la mesa. Después de una deriva cada vez más a la izquierda, que le dio independencia pero también la alejó del sentido común de la ciudadanía, la FECh enfrenta una elección interesante. La Izquierda Autónoma, que lideró en 2012 y 2013, se unió a la dirección actual para enfrentar la alianza de comunistas y socialistas. Sea quien sea el ganador, debería tener un mandato más fuerte que el de Melissa Sepúlveda.
Esos elementos juntarán algo de combustible. La duda es si aparecerá la chispa que lo haga arder. En 2011, los fósforos los proporcionó el gobierno, que primero subió el precio del gas en Magallanes, luego dio luz verde a HidroAysén y finalmente hizo caso omiso de la protesta estudiantil. Ello se sumó a la indignación por La Polar para encender las llamas.
En 2014, la chispa no apareció. Casos como la colusión de los pollos, Cascadas o Penta tienen perjudicados demasiado difusos como para indignarse, el miedo por las bombas tiene efecto desmovilizador, y hasta el fútbol hizo lo suyo para enfriar el momento favorito del movimiento social: el invierno.
¿Quién mandará en 2015? ¿El movimiento social o los partidos políticos? ¿La calle o el Congreso? Contra cualquier juicio apresurado, la batalla del poder sigue abierta.