“Ella ha construido una relación de confianza con la presidenta Bachelet, así como ha construido una fluida relación con los presidentes de partido de la Nueva Mayoría”, dice Osvaldo Andrade. “Ya estamos conscientes y claros de que cuando ella llega a una reunión, no llega sólo a tomar nota”.
La tarde del domingo 19 abril, en uno de los salones del hotel NH, en Providencia, la disposición de quienes tomaban café en una mesa larga fue tomada como una inequívoca señal política. Los invitados vestían casualmente, pero la reunión no tenía nada de casual. El gobierno había convocado a los presidentes de los partidos de la Nueva Mayoría, a los presidentes de ambas cámaras del Congreso y a los jefes de las bancadas oficialistas.
Estaban sentados frente a una larga mesa con forma de herradura, con dos lados, pero un solo centro. Esa mesa central partía con el ministro de Justicia, José Antonio Gómez, y seguía con el presidente del Senado, Patricio Walker; la ministra de la Segpres, Ximena Rincón; el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo; el vocero de gobierno, Álvaro Elizalde y el presidente de la Cámara, Marco Antonio Núñez. La testera la cerraba Ana Lya Uriarte.
La jefa de gabinete de la presidenta Bachelet había llegado más temprano que el resto, lo que le dio tiempo para conversar a solas con el ministro Peñailillo, otro adelantado. Pero habría ocupado el mismo lugar aunque se hubiese atrasado más que todos: había un papel con su nombre en esa silla.
Era una reunión importante, una suerte de catarsis oficialista en medio de la aguda crisis política que vive La Moneda, atizada por los casos Penta, SQM y Caval. En silencio, tomaba apuntes sobre las intervenciones de una cita que dirigía el ministro del Interior.
Quienes querían deducir las opiniones que Uriarte no estaba traduciendo en palabras pudieron distinguir sus gestos de desaprobación cuando el presidente del PS, Osvaldo Andrade, y el senador del MAS Alejandro Navarro extremaron sus críticas hacia el gobierno por las dificultades que ha tenido para salir de la crisis.
La ubicación de la jefa de gabinete de Bachelet fue la confirmación de lo que se comentaba: hoy, hablar con Ana Lya Uriarte es hablar con la Presidenta de la República. Un alto dirigente oficialista lo resume a nivel sensorial: “Uno tiene la sensación certera de que es la presidenta la que, de alguna manera, está presente”, dice.
El crecimiento en influencia y poder que ha experimentado la ex ministra del Medio Ambiente desde que se convirtió en la principal asesora de la presidenta, el 14 de julio del año pasado, es evidente. Preguntar por ella en La Moneda deriva en una lluvia de halagos sobre su capacidad ejecutiva, eficiencia, dedicación al trabajo y sobre todo habilidades políticas. Y algo más: dicen que el caso Caval catapultó su rol y su importancia en las decisiones que se toman en Palacio y, principalmente, la acercó aún más a la mandataria.
“Ella ha construido una relación de confianza con la presidenta Bachelet que es muy importante para un jefe de gabinete, así como ha construido una fluida relación con los presidentes de partido de la Nueva Mayoría”, dice Osvaldo Andrade. “Ya estamos conscientes y claros de que cuando ella llega a una reunión, no llega sólo a tomar nota”.
UNA HISTORIA SUSTENTABLE
Los primeros días de julio del año pasado, en pleno invierno, la profesora de las cátedras de Derecho Ambiental e Institucionalidad Ambiental de la Universidad de Chile, Ana Lya Uriarte, pidió autorización a las autoridades del plantel para hacer uso de la comisión de servicio, estatus que le permitiría asumir las nuevas funciones a las que había sido convocada. La presidenta Bachelet la había invitado a ser parte de su equipo más estrecho, justo cuando su entonces jefa de gabinete, Paula Narváez, abandonaba sus funciones para cumplir con su fuero maternal. Se trataba de un reemplazo temporal. Pero terminó transformándose en definitivo.
También tuvo que dejar de lado su proyecto como socia y fundadora de Sustentabogadas, un estudio jurídico integrado por mujeres especializadas en derecho ambiental, que formó luego de abandonar la oficina Rivadeneira, Colombara y Zegers, donde recaló tras el término de sus funciones como titular del Medio Ambiente. Junto a Valentina Durán y Magdalena Atria, entre otras, decidió volcar toda su experiencia, gracias a sus pasos anteriores por la Comisión Nacional del Medio Ambiente (Conama) y también por el Consejo de Defensa del Estado (CDE).
Esa misma expertise había llevado a la presidenta Bachelet a sumarla durante los primeros meses de su gobierno a la Comisión Nacional del Litio.
Según quienes conocen a Uriarte, este fue el paso que dio las primeras muestras del nivel de su influencia: no sólo jugó un rol clave en el debate sobre las conclusiones de la instancia, sino que se le atribuye injerencia directa en la designación de varios de los integrantes de la comisión, con gran presencia de académicos de su alma máter. Entre ellos, además, la propia Durán, su socia en Sustentabogadas.
En ese mundo de las contiendas medioambientales, diversos actores repararon en otra decisión de la presidenta Bachelet. En enero pasado, la mandataria designó a la abogada Ximena Insunza como ministra suplente del 2º Tribunal Ambiental de Santiago. El 16 de enero, el Senado ratificó su nombramiento. Muchos leyeron ahí la opinión de Uriarte: Insunza no sólo había sido su compañera de cátedra como profesora del Centro de Derecho Ambiental de la Universidad de Chile, sino que había sido su principal asesora durante su gestión como ministra de Medio Ambiente.
Más allá de su perfil académico y su conocimiento en un área de interés para la mandataria, en su entorno y entre los dirigentes políticos con los que ha compartido reconocen que su historia personal también la ha acercado a la presidenta. A los pocos meses de convertirse en figura pública, la propia ex ministra reveló públicamente que había sido madre a los 13 años, hecho que ocultó por largo tiempo y por el que fue discriminada. Hoy su hijo José Antonio es abogado, igual que ella. Durante la crianza de este último combinó el trabajo, los estudios y el activismo político en la universidad, participando en el proceso de reconstitución de la FECh durante los primeros años de la década de los 80. Más tarde se casó con el abogado Claudio Troncoso, hoy director jurídico de la Cancillería.
Hacia el ocaso de la dictadura comenzó su militancia en el PS, a los 29 años, luego de un paso breve por la Izquierda Cristiana. Entre sus primeras amistades tempranas en el socialismo secuenta a Camilo Escalona, Mahmud Aleuy y Osvaldo Andrade, todos del sector de la Nueva Izquierda del PS, al que también pertenece la propia Bachelet.
EL MURO DE CONTENCIÓN
Tras el éxito legislativo con que el gobierno cerró su primer año, la jefa de gabinete de la presidenta partió de vacaciones con sus hijos y su segundo marido, José Concha, médico salubrista ligado al PPD, también cercano a la mandataria y, a la sazón, funcionario del Minsal. El destino fue México, y el plan contemplaba regresar unos días antes de que la presidenta retornara de su propio descanso, programado para el lunes 23 de febrero.
Pero el estallido del caso Caval y la renuncia de Sebastián Dávalos a la Dirección Sociocultural de La Moneda desmoronó todos sus planes y la obligaron a adelantar su retorno una semana. Uriarte llegó a Santiago justo después de la dimisión de Dávalos, cuando recién en el gobierno comenzaban a tomar nota de los alcances insospechados de la crisis.
Según varias fuentes en La Moneda, la jefa de gabinete tomó de inmediato el control de la situación, pues su regreso coincidió con el inicio del descanso de una semana que se tomarían los ministros de Interior y Justicia, quienes se habían encargado de la reacción inicial. Las mismas fuentes aseguran que durante ese fin de semana y los días siguientes, Uriarte se dedicó a reconstruir paso a paso el actuar de cada uno de los involucrados, antecedentes que le entregó a la presidenta a su regreso.
Entre la información que recibió la mandataria, Uriarte incluyó la génesis de las decisiones que llevaron al gobierno (Peñailillo y Gómez) a salir a decir que se trataba de un asunto “entre privados”, así como la propia recomendación que recibió Bachelet de no adelantar su regreso para enfrentar personalmente el tema. Ambas decisiones serían fuertemente cuestionadas posteriormente, tanto en Palacio como en la Nueva Mayoría.
Esa semana antes del retorno de la presidenta, Uriarte compartió labores con el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy, quien desplegó una fuerte estrategia política: contener las críticas que se desataron en el oficialismo, incluso desde las propias dirigencias partidarias. La jefa de gabinete colaboró en la articulación de una ronda de encuentros que Aleuy sostuvo con presidentes de ambos bloques. Hubo quienes leyeron en eso una estrategia de Aleuy de desmarcarse de Peñailillo y demostrar capacidad de conducción política, pero el plan también sirvió para aplacar, en parte, dichas críticas. Era algo que preocupaba especialmente a Uriarte, reacia a abrir un flanco en Interior.
Su principal prioridad, por supuesto, era otra: dar un mensaje claro a las dirigencias: había que blindar, proteger y defender la figura presidencial.
Fue un rol que la jefa de gabinete comenzó a sellar el sábado siguiente, el 21 de febrero, cuando acudió a una reunión en la casa de la presidenta en la comuna de La Reina. Ese mismo día, junto a un grupo de asesores estrechos bajo su dirección, Uriarte ayudó en la declaración que el lunes siguiente leyó la mandataria -Peñailillo fue consultado telefónicamente-, marcando el regreso de sus vacaciones. El texto fue conocido por los ministros del comité político recién un par de horas antes de su lectura en público.
Fue en esos días, cuando Ana Lya Uriarte cimentó una relación más personal con la presidenta. Su fuerte personalidad, experiencia, pero también empatía y capacidad de risiliencia, marcaron el ritmo de aquellas semanas en que el estado de desánimo en que se encontraba la presidenta era evidente. “Fue el muro de contención”, cuenta un parlamentario socialista, quien se encontró por esos días con la jefa de gabinete. Uriarte, además, se encargó de comentar personalmente a varios parlamentarios y dirigentes sobre el estado anímico de la presidenta. Viniendo de una persona a la cual se le reconoce una capacidad de discreción a toda prueba -algo que, es sabido, Bachelet valora en extremo-, la infidencia personal llamó la atención, y muchos lo interpretaron como un comentario dirigido a conseguir la solidaridad y recuperar la lealtad del oficialismo.
"OTRA MINISTRA MÁS"
“Ana Lya ha logrado transformarse, en la práctica, en otra ministra que se suma a la conducción política del gobierno”, dice el presidente de la Cámara, Marco Antonio Núñez, quien compartió espacio en la testera con Uriarte el domingo pasado. La visión del diputado PPD es compartida ampliamente entre la dirigencia oficialista. Le reconocen su habilidad para construir alianzas políticas y haberse convertido, en menos de un año, en un canal directo de las jefaturas oficialistas y de oposición con la presidenta Bachelet.
“Narváez nunca contestaba el teléfono, ni siquiera devolvía el llamado”, dice un parlamentario sobre las dificultades que había para acceder a la agenda de la mandataria. Algo que cambió radicalmente: “Ana Lya Uriarte contesta de inmediato el teléfono, si no, le dejas un mensaje con su secretaria, y te devuelve el llamado. Hubo un cambio del cielo a la tierra”, comenta el presidente del Partido Radical, Ernesto Velasco.
Pero también hay otra dimensión: hasta antes del episodio Dávalos, el ministro Peñailillo monopolizaba la influencia en el círculo íntimo de la mandataria, algo que los propios dirigentes reconocen que cambió.
“Uriarte aprovechó, consciente o no, el vacío de poder que se produjo tras el caso Caval”, asegura una alta asesora de La Moneda.
Su presencia en cada comité político, consejo de gabinete y reuniones del gobierno con los partidos de la Nueva Mayoría, desde que llegó al cargo, ha ayudado a consolidar sus redes políticas tanto fuera como dentro del gobierno: su complicidad con el presidente del PS ha llevado a ambos a sostener duras conversaciones privadas, cada vez que este último ha atizado los conflictos al interior del oficialismo. Pese a esta cercanía con la Nueva Izquierda, Uriarte ha intentado mantenerse al margen de la disputa al interior del PS. En el entorno de la senadora Isabel Allende, principal contendora de Escalona, reconocen que “ha demostrado plena independencia y que su preocupación es la presidenta”.
Pese a ello, en el PS admiten que la jefa del gabinete presidencial le debe mucho a “Camilo”, pues fue su férreo defensor en su momento más complejo en la cartera de Medio Ambiente: una serie de episodios críticos en la contaminación ambiental de Santiago llevaron al senador PPD Guido Girardi a recurrir a la justicia. Según cuenta la historia, de inmediato Escalona consiguió el respaldo cerrado del comité central para la ministra PS en pleno invierno de 2008. Dos años más tarde y con la derrota de la Concertación sobre los hombros, en una instancia similar, la todavía ministra levantó junto a Andrade una férrea contención a una ofensiva liderada precisamente por Allende para provocar la dimisión de Escalona a la presidencia del partido.
Son antecedentes que han alimentado la teoría de que Uriarte ha construido una alianza con el subsecretario Aleuy -otro escalonista acérrimo- para desbancar a Peñailillo. Sobre todo luego que las disputas de las últimas semanas y el debate sobre la supuesta llegada inminente de la “vieja Concertación” han evolucionado hacia una pugna del PS con el PPD, que se ha cuadrado firmemente con el titular de Interior. A esa postura incluso se ha sumado, en privado, el senador Girardi, quien aún mantiene una vieja rencilla con Uriarte: esta última no sólo respaldó a su principal contendor por su reelección, el hoy ministro de Obras Públicas, Alberto Undurraga, sino que formó parte de su equipo político de campaña.
Por eso, en el PPD se lamentan que, en la danza de nombres para reemplazar a Peñailillo, el PS busca promover, según esta teoría, a la propia Uriarte.
En La Moneda, por el contrario, lo desmienten categóricamente. Una alta fuente lo dice con la contundencia de una frase directa: “No va a ser ministra”.