Por Juan Pablo Sallaberry y David Muñoz Agosto 14, 2015

En el avión presidencial, durante el vuelo rumbo a El Salvador para iniciar una gira que la llevaba también a México, la presidenta Michelle Bachelet se acercó a saludar a los integrantes de la comitiva presidencial y sostuvo varias conversaciones. En algunas de ellas reveló que tiene la convicción de que la gratuidad universal en la educación superior comprometida originalmente en su programa no se va a cumplir en el plazo de seis años. En la Nueva Mayoría ya saben que ni siquiera se va a alcanzar el 70% comprometido hacia el final del gobierno y la meta hoy es asegurar la promesa explicitada en el cónclave del 3 de agosto pasado: el 50% de los alumnos vulnerables podrá acceder a educación universitaria gratuita.

Este escenario, que de a poco han ido interiorizando los dirigentes oficialistas, ha instalado la idea de que pese a las definiciones cargadas de “progresismo” que ha entregado la mandataria en la última semana después del cónclave, donde incluso optó por reafirmar el impulso reformista original de su gobierno, finalmente el “realismo” al que han obligado los vaivenes de la economía se terminará imponiendo.

La señal más evidente se dio el lunes en el comité político, donde el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, tomó inesperadamente el protagonismo, pues en ausencia del ministro del Interior, Jorge Burgos, quien atendía en la Oficina Nacional de Emergencia (Onemi) las vicisitudes del temporal en el norte, dirigió la reunión del gobierno con los partidos.

Valdés, según varios de los presentes, habló con plena autoridad y sin espacio para las dudas: les anunció a los jefes partidarios que el gobierno había tomado la decisión de enviar un proyecto de ley al Congreso para corregir la emblemática reforma tributaria; y ante las consultas de varios dirigentes adelantó que ya había iniciado las conversaciones para preparar las indicaciones necesarias para “equilibrar” la reforma laboral, como él mismo había dicho días antes.

Esta última era una señal evidente de que Hacienda tomaba el control del proyecto de ley que hasta ahora había liderado la ministra del Trabajo, Ximena Rincón.  El empoderamiento de Valdés en el tema era total: justo esta semana fichó al asesor clave de la ex ministra del Trabajo Javiera Blanco, y el principal articulador de la reforma, Roberto Godoy, y gestionaba en paralelo su primer encuentro con la Central Unitaria de Trabajadores (CUT).

El martes, el ministro Burgos dio otra señal. Ante el Foro Anual de la Industria en CasaPiedra entregó un discurso en representación de la presidenta Bachelet que intentaba despejar varias dudas.  Sus palabras ante el empresariado fueron una señal potente, considerando además que actuaba, en el papel, como vicepresidente del país, pues horas después la presidenta abandonaría territorio nacional rumbo a una gira por Centroamérica.

Junto con afirmar que la “gradualidad es principal y esencial”, entregó señales claras sobre el proceso constituyente: “No será ni a la boliviana ni a la venezolana” dijo validando la opción de la vía institucional y mandando un claro mensaje a los partidos de izquierda que promueven fórmulas como la Asamblea Constituyente.

El “realismo” se apoderaba de la agenda. Las señales de Burgos sobre la nueva Constitución coincidían con lo que ya ha resuelto internamente la mandataria: iniciar un proceso de educación cívica en juntas de vecinos, centros de madres y organizaciones locales, es decir, avances mínimos y, eventualmente deja enviado un proyecto de ley al Congreso antes del fin de su mandato.

Todo esto ocurrió en una semana en la que los presidentes de los partidos oficialistas no ocultaron su asombro por lo que llamaron un “zigzagueo inexplicable” de la mandataria, a propósito de su entrevista del fin de semana en el diario La Tercera. Ante el reclamo vehemente de varios, el lunes en el comité político, pero principalmente del presidente de la DC, Jorge Pizarro, quien expresó con todas sus letras su molestia, sin ocultarla luego cuando salió de la cita y enfrentó a la prensa, los ministros optaron por seguir adelante con el libreto pactado la semana anterior con la mandataria, mientras el jefe del gabinete masticaba los hechos en silencio.

Se había instalado la certeza entre los dirigentes que la presidenta había terminado desautorizando a la llamada “dupla Burgos-Valdés” al señalar en esa entrevista que no habían llegado a La Moneda para “cambiar el rumbo del gobierno”.  Esta distancia entre la mandataria y sus dos ministros más importantes se instaló públicamente dos días después del cónclave del 3 de agosto pasado, cuando ambos aparecieron en una conferencia conjunta en el patio de Los Cañones hablando de la gradualidad y de la necesidad de “equilibrio” en las reformas, lo que fue leído como una respuesta a la decisión de la presidenta de reafirmar, 24 horas antes, el tranco reformista del gobierno.

Luego de eso Bachelet había dado otro pequeño giro: el jueves volvió a respaldar a la llamada “dupla” al retomar el discurso del “realismo” desde un jardín infantil en Quilicura, lo que Burgos y Valdés sintieron como un espaldarazo.

Pero la entrevista del domingo desordenó de nuevo el escenario político. Ante eso, los titulares de Interior y Hacienda tuvieron reacciones diferentes: si bien ambos optaron por mantener su línea de acción, siendo el ministro de Hacienda el más explícito en tomar el toro por las astas y avanzar decididamente en materia tributaria y laboral, el jefe del gabinete fue el que más resintió la ambigüedad del discurso presidencial.

Fue en ese contexto que lo que buscaba ser un encuentro necesario entre la mesa directiva, los ministros y subsecretarios militantes de la DC, se convirtió en una catarsis precisa esa noche de lunes en la sede del Centro Democracia y Comunidad (CDC) en Providencia. Si bien la cita había sido pactada con antelación, para Burgos fue un necesario desahogo y refugio.

“Desconcierto”, “inquietud”, “incomodidad” fueron las palabras más repetidas en boca de los dirigentes DC y del jefe de gabinete. El problema para La Moneda fue que la jugada fue leída como un “atrincheramiento” de las fuerzas partidarias. “Un ejercicio de enlace”, como lo calificó al día siguiente el senador del MAS, Alejandro Navarro.

Lo que hubo fue un respaldo cerrado del partido a la labor del ministro del Interior y una señal de que la DC estaba unida. Esta vez se trataba de un malestar generalizado de la militancia DC, una inquietud por lo que se definió internamente como un rumbo “impreciso” del gobierno y la decisión de la mandataria de hacer “excesivos” gestos a las fuerzas de izquierda de la Nueva Mayoría.

En privado, los dirigentes DC explican que si bien nunca estuvo en el debate ni de cerca la posibilidad de abrir una discusión sobre acciones de quiebre, como abandonar la coalición o el gobierno, ni menos una eventual renuncia de Burgos como se especulaba en la Nueva Mayoría, la jugada sirvió más bien como señal de fuerza del principal partido del bloque.

Si bien el senador Ignacio Walker, autor de los “matices” DC con el programa de gobierno, fue el primero en criticar abiertamente los vaivenes del discurso presidencial, tras la cita del lunes en la CDC se convirtió en una postura oficial de partido. Llamó la atención el duro tono de Pizarro en sus dichos hacia la mandataria, siendo él uno de los dirigentes DC más cercanos a ella y de una línea mucho más “progresista” en el partido.  En tanto, un lote de diputados del PS y el PPD tambiérn se sumaron la noche del miércoles a la tesis del “realismo”.

EL ENIGMA DE EYZAGUIRRE

El miércoles el ministro de Hacienda se desmarcó de lo que se venía configurando como una dupla con Burgos. En radio Duna señaló que se trataba de un “mito urbano”. Lo cierto es que ambos mantienen una línea de acción de sintonía fina en la que también participa el  ministro de la Segpres, Nicolás Eyzaguirre. Aunque este último ha optado por mantenerse al margen de la disputa entre los dos bandos, dicen en La Moneda que su rol es clave pues buscará mantener los equilibrios al ser muy cercano a Valdés en términos políticos y económicos, y  a la vez ser el único ministro del comité político de diálogo y confianza más directa con Bachelet.

También ha sido el encargado de transmitir un mensaje a las dirigencias partidarias: ningún ministro se manda solo, y si Valdés y Burgos marcan una línea, no lo hacen sin tener espalda suficiente.

En este escenario, en que el ministro del Interior ha mostrado dificultades para concentrarse en la conducción política del gobierno —virtud que varios le atribuían y esperaban de él cuando asumió— es el ministro de Hacienda quien además ha demostrado  juego de piernas para abrir diálogo y debate con parlamentarios y jefes de partido.  “Valdés es el mejor jugador, el más cotizado y el más aplaudido por la hinchada de la selección chilena”, dice un dirigente en alusión a su destreza para recuperar la confianza del empresariado, pero también para ganarse el respeto tanto del oficialismo como de la oposición. Esta semana llamó la atención que no escatimó en tiempo ni espacios para conversar con parlamentarios en el Congreso. El martes sostuvo largas conversaciones con el diputado Gabriel Boric y con el secretario general del PC, Lautaro Carmona, así como almuerzos con las bancadas de diputados PPD y senadores de la Nueva Mayoría. De momento, Valdés es quien mejor está jugando políticamente el “realismo”. Está por verse si consigue los resultados esperados por quienes buscan descomprimir la incertidumbre de las reformas y entregar certezas a la economía.

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