Nicolás Eyzaguirre tiene privilegios en La Moneda: los funcionarios de Palacio comentan que es el único al que se le permite romper la prohibición de fumar en la sede de gobierno. No es extraño, también fumaba en su oficina en el Ministerio de Educación, y en el Congreso se escapa varias veces de las comisiones para calmar la ansiedad con uno, dos o más cigarrillos.
Para muchos es hoy el hombre más poderoso del gabinete. Así lo dejó de manifiesto con la entrevista que dio el pasado domingo a El Mercurio, donde hizo la más feroz autocrítica que se haya escuchado al curso del gobierno y sus reformas, llamando a la gradualidad y el diálogo. “La gestión del gobierno no ha sido buena —dijo—, estábamos metidos en una vorágine de reformas que no íbamos a ser capaces de diseñar apropiadamente, ni de tramitar políticamente, sin provocar excesivos conflictos”. Un ánimo y un discurso absolutamente opuesto al que tenía en junio de 2014, cuando entrevistado por Qué Pasa declaraba que “pasan los estudiantes libres por las anchas Alamedas” y decía sentirse parte “del grito libertario por una educación desmercantilizada”.
Pero ahora evita las frases altisonantes. El ministro bajó la línea tras los dos meses de silencio que mantuvo desde que asumió la Secretaría General de la Presidencia. En ese período muchos especulaban sobre cuál sería el rol que jugaría Eyzaguirre, considerado uno de los políticos más cercanos a la presidenta Michelle Bachelet —amigos desde la juventud— y si se inclinaría al lado de los “sin renuncia” o de los “realistas”. Optó, sin margen de dudas, por estos últimos.
Ese mismo día comenzaron los telefonazos al interior de su partido, el PPD; los senadores Guido Girardi y Jaime Quintana estaban molestos y consideraban las declaraciones como un portazo de la Nueva Mayoría a las demandas ciudadanas. Sin embargo, al final concluyeron que el ministro sólo intentaba marcar su dominio al interior del comité político, y decidieron no escalar la polémica. “Es el momento de pasar de la autocrítica a la acción”, se limitó a decir Quintana, como presidente del partido, guardándose sus reparos de fondo, y agregó: “Tal vez no debería hablar desde la caseta de transmisión cuando él está en la cancha”. Girardi, en tanto, evitó cuestionarlo y lo saludó fríamente a la distancia cuando se divisaron el martes en el Senado.
Las palabras del ministro generaron una soterrada tensión en el bloque oficialista. Mientras el senador del MAS, Alejandro Navarro, en su debut como vocero de la Nueva Mayoría señaló que “él tuvo la valentía de hacer pública una autocrítica que hasta ahora se hacía en privado, es el verdadero vocero de la presidenta”, por el contrario, el PS Carlos Montes —quien era cercano al ministro, pero se distanciaron por sus desacuerdos en educación—, dijo que la entrevista no tenía propuestas, “no me gustó porque aporta poco”. El martes, Montes y Navarro tuvieron un cruce de palabras a la entrada del hemiciclo. El primero le dijo que la intervención del Segpres era indefendible, el segundo replicó que “yo defiendo a la presidenta, quiero que le vaya bien”.
Mientras la oposición pidió que el nuevo giro del gobierno se traduzca en una revisión consensuada de las reformas, otros celebraron el protagonismo que adquirió el ministro: “¡Cómo está el hombre del momento!”, le gritó el diputado PPD Tucapel Jiménez en el pasillo de la Cámara. En la DC, el senador Ignacio Walker publicó un irónico tweet diciendo “para evitar equívocos y ante numerosas consultas dejo constancia que entrevista es de Nicolás Eyzaguirre y no de Ignacio Walker”.
Pero más allá del debate sobre la oportunidad y el tenor de las declaraciones de Eyzaguirre, en el mundo político y al interior de la coalición de gobierno comenzó a repetirse una idea que fue cobrando fuerza: el ministro llegaba a llenar el vacío de poder que se percibe en La Moneda. La Presidenta Bachelet no hizo comentarios y se mantuvo al margen durante toda la semana.
El nuevo orden de Palacio
Ante la exhibición de poder que hizo Eyzaguirre, el ministro del Interior, Jorge Burgos, resultó el principal damnificado. Sin tener ni de cerca las buenas relaciones históricas que tiene su par con la mandataria, el DC ha debido librar una dura batalla para abrirse un espacio en el gobierno. Cuando fue él quien intentó marcar el giro al centro, la propia Bachelet lo desmintió diciendo que el nuevo ministro no había llegado a cambiar el rumbo. Entonces Eyzaguirre también aclaraba que el curso de las reformas lo define la presidenta y no los ministros.
A fines de junio, Burgos ya se mostraba zigzagueante sobre la llegada de Eyzaguirre a La Moneda. Primero dijo que “los rumores de si pierdo o no pierdo poder, créanme que me dan exactamente lo mismo”, y después rectificó con que “si alguien quiere pasar por encima de mi rol me demoro cinco minutos en golpear la mesa, y se acabó”. Tras la entrevista del domingo en la que todos entendieron que Eyzaguirre hablaba a nombre de Bachelet —rol que antes sólo cumplía el destituido ministro Rodrigo Peñailillo—, el titular de Interior tuvo una reacción improvisada. El lunes a la pasada dijo a los periodistas que “las entrevistas son personales, la encontré una autocrítica legítima y honesta”. Lo opuesto a lo que declaró minutos después el vocero de gobierno, Marcelo Díaz: “Es una opinión compartida de todo el comité político, esos elementos que están presentes en la entrevista del ministro Eyzaguirre son sin duda elementos que definió en su momento la presidenta y con los que estamos trabajando”.
Para resolver el entredicho, Eyzaguirre debió salir al día siguiente con una explicación intermedia: “Como dijo el ministro Burgos, las entrevistas siempre tienen una dimensión personal. Pero lo que yo hice es contribuir con reflexiones a un proceso que lideró e inició la presidenta”.
Varios inquilinos de La Moneda coinciden en que Burgos y Eyzaguirre mantienen una relación distante y no hablan mucho. Eyzaguirre apenas sale de su oficina a los patios de La Moneda, se queda largas horas encerrado estudiando los proyectos.
Atrás quedaron los tiempos del 2014 en que Eyzaguirre desde el Ministerio de Educación decía que Burgos, quien estaba en Defensa, era “su amigo” dentro del gabinete (comparten amistad común con el consejero del CDE, Carlos Mackenney). Sin que tengan una disputa abierta, varios inquilinos de La Moneda coinciden en que ambos mantienen una relación distante y no hablan mucho. Al contrario de anteriores Segpres, Eyzaguirre apenas sale de su oficina a socializar a los patios de La Moneda; se queda largas horas encerrado estudiando los proyectos, señalan en la cartera. Habitualmente es Burgos quien debe cruzar el Palacio para visitarlo en la Segpres y no al revés. En el gobierno explican que a Eyzaguirre le juega en contra una cierta soberbia —que él mismo reconoce como defecto— y que choca con los otros miembros del gabinete. Hasta el titular de Hacienda, Rodrigo Valdés, quien es su aliado más cercano y con quien habla varias veces al día, le ha pedido en privado que no intervenga en los temas económicos, dice un cercano a ambos. “Claramente en este comité político no son Hugo, Paco y Luis, eso es una fantasía. Hay ruidos propios de una máquina que está andando, pero nada grave”, señala una fuente de Interior.
En sus primeros meses fue Eyzaguirre el encargado de reunirse con cada uno de los ministros sectoriales para revisar sus proyectos y definir —en representación de la presidenta— qué iniciativas seguían y cuáles se archivaban ante el escenario de ajuste económico. Esta semana salió a corregir a la ministra de Educación, Adriana Delpiano, quien fijó un ambicioso cronograma para despachar la reforma educacional en julio de 2016. El titular de la Segpres aclaró que son fechas “tentativas”, ya que el debate se hará con diálogo y en profundidad.
Mario Waissbluth, de Educación 2020 y muy cercano a la ministra Delpiano, criticó con dureza el giro del ministro, diciendo que “si esta fuera una república parlamentaria, cae el gobierno frente a un reconocimiento de esta envergadura”, de paso calificó de “machistoide” que Eyzaguirre se refiera publicamente a Delpiano como “la Nanita”.
Un rol protagónico
Eyzaguirre está asumiendo su nuevo rol de primera línea y durante esta semana agendó dos y hasta tres actividades diarias con prensa, superando al ministro del Interior. Su prioridad son los proyectos de probidad; este martes se anotó un triunfo con el de autonomía constitucional del Servel y negoció con los senadores aumentar el período de campaña y porcentaje de donantes anónimos en las elecciones; “aumentémoslo a 20%, aunque mis asesores se enojen”, dijo en la comisión. Recorre el Congreso con un numeroso y hermético séquito de asesores, que integran, entre otros, Exequiel Silva, operador DC, quien es su nexo con los parlamentarios; Hugo Arias, su histórico asesor de contenidos; el sociólogo Raúl Valdivia, su nuevo jefe de gabinete, y María José Solano en comunicaciones, ex jefa de prensa de la Fundación Dialoga. También ha hecho buena dupla con la subsecretaria Patricia Silva (PS).
Diputados reconocen que está haciendo un esfuerzo por mejorar sus lazos políticos e incluso ahora suele empezar las conversaciones con un “¿cómo está tu distrito?”, gesto que antes resultaría impensado proviniendo de él.
Aunque ha logrado con dificultad alinear a las bancadas detrás de los proyectos, por su carácter difícil y escasa actividad partidaria no cuenta con mayores lazos de confianza con los parlamentarios. Sin embargo, diputados reconocen que está haciendo un esfuerzo en esta línea e incluso ahora suele empezar las conversaciones con un “¿cómo está tu distrito?”, gesto que antes resultaría impensado proviniendo de él.
Un cercano al ministro dice que él está haciéndose cargo de su influencia frente a Bachelet y está decidido a salvar al gobierno y a la presidenta. Hace tres semanas en la fiesta de aniversario de la Segpres en el estadio El Llano, aunque llegó tarde debido a un comité político de emergencia, hizo un simbólico discurso ante los funcionarios de la cartera. Les dijo que aunque él llegó de imprevisto al cargo —nunca aspiró a esa cartera, pero la caída de Jorge Insunza lo obligó a asumir— estaba decidido a tomar el control en plenitud. Los funcionarios le pidieron que tocara guitarra, pero no aceptó. En cambio se sumó a los músicos de la fiesta, tomó el cajón peruano y comenzó a tocar. Eyzaguirre puso el ritmo.