Primero fue la entrevista en Qué Pasa donde, el actual rector de la UDP, Carlos Peña criticó la forma en cómo el ex ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, condujo la reforma educacional. Luego, vino la polémica entrevista en El Mercurio, donde el mismo Peña entrevistó al ex ministro de Hacienda y éste lo desmintió, para luego retractarse.
Aquí, el columnista vuelve a la carga: analiza las razones de la baja popularidad de Bachelet, las últimas acciones del actual ministro de Segpres, Nicolás Eyzaguirre, y el ánimo actual de la sociedad chilena.
—El gobierno y sus instituciones tienen grandes índices de desaprobación por parte de la ciudadanía. ¿A qué cree que se debe esto? ¿A las promesas incumplidas?
—La desaprobación del gobierno se debe, en mi opinión, a un desgraciado malentendido. Todo comenzó con el triunfo de Piñera el año 2010. Entonces surgió una pregunta lacerante: ¿Por qué Bachelet no entregó el gobierno a un miembro de su misma colación? La respuesta, mirada a la distancia, es increíblemente tonta.
"Lo que ocurrió, se dijo, fue que la Concertación no había sido suficientemente crítica con su propia obra ¡La gente habría dado el triunfo a la derecha porque era crítica de la modernización capitalista que emprendió la Concertación! La Nueva Mayoría surgió al amparo de esa tontería, aferrada al propósito de corregir la obra de la Concertación".
En suma, ha habido una devaluación de la experiencia vital de las grandes mayorías que explican el rechazo y la desaprobación gubernamental. Se suma a lo anterior que la subjetividad de la Presidenta –los atributos que la caracterizaban y que eran la amalgama de la Concertación, se desvanecieron al compás del caso Caval. Y desvanecidos, no quedó nada. En fin, la torpeza de los equipos gubernamentales y la falta de diseño en las políticas públicas (es cosa de recordar que ya en la mitad del gobierno la reforma educacional sigue a tropiezos) explican el resultado que todos vemos.
—¿Qué le parece que Nicolás Eyzaguirre haya asumido, en entrevista con El Mercurio, que las reformas se hicieron más rápido de lo debido? ¿Cree que está intentando mostrarse como estadista para una futura candidatura presidencial?
—El ministro Eyzaguirre no parece tomarse demasiado en serio lo que dijo antes, y tampoco lo que dice ahora. De otra manera no se explica que diga algo como eso –que todo fue rápido y equivale a un fracaso- y al mismo tiempo eluda toda responsabilidad. Bien. Aceptemos que el problema consiste en que las reformas fueron más rápidas de lo debido; pero de ser así ¿acaso no es el propio Eyzaguirre uno de los principales responsables de eso? ¿a qué nivel estamos llegando en que el sujeto que merece la crítica es el mismo que, sin conciencia ninguna, la formula eludiendo así, por la vía de adelantarse, su propia responsabilidad? Al escuchar al Ministro Eyzaguirre se tiene la impresión que la política hoy día no es la ejecución de programas previamente deliberados, sino un camino por el que se transita al compás del ensayo y el error.
Es probable que anide en el fondo de su subjetividad el anhelo de ser candidato presidencial; pero –la verdad sea dicha— no ha estado a la altura para abrigar tamaña pretensión. Si mantiene ese deseo sería la enésima confirmación que los seres humanos suelen tener anhelos para si mismos que están muy por sobre su propia realidad.
—El mismo Eyzaguirre plantea que hay que recuperar la amistad cívica. ¿A qué cree que se refiere con esto?
—El concepto de amistad cívica alude a un viejo lema del republicanismo: la idea que todos somos miembros de una comunidad y que el destino de cada uno depende de cómo seamos capaces de imaginar el mundo que tenemos en común. Desconozco si Eyzaguirre lo usa en ese sentido o si alude con él a las viejas complicidades de las élites que se reclaman mutuamente confianza personal. En el sentido del republicanismo se trata de un concepto valioso, sin duda; aunque la mejor forma de homenajearlo es aumentar la deliberación pública y la racionalidad en las decisiones colectivas, abandonando, es imprescindible decirlo, este estilo de ensayo y error, la creencia que se puede errar una y otra vez y salir, no obstante, impune.
—¿Ve a Chile hoy como un país más violento, disconforme?
—Ni violento, ni disconforme. Lo que hay en Chile es una gigantesca paradoja entre la forma en que la gente vive su cotidianidad y se alegra de la gigantesca movilidad intergeneracional que ha experimentado y el punto de vista de quienes se han visto invadidos por una fantasía retrospectiva: la idea que hubo en Chile hubo una comunidad de iguales que de pronto, a punta de consumo y de capitalismo, abandonamos. A todos ellos hay que recordarles que nunca las mayorías (que son las que importan) habían estado mejor y que lo que ocurre es que las expectativas han cambiado y se debe diagnosticarlas bien y estar a la altura.
Hoy día la chilena es una sociedad de una cultura meritocrática, en que se espera que las desigualdades se justifiquen en el mérito y el esfuerzo personal. Las mayorías, por decirlo así, se tomaron en serio al capitalismo (la meritocracia es la ideología, la fantasía del capitalismo) y hay que poner las instituciones a la altura.
—¿Qué le parecen las desprolijidades respecto del proyecto de gratuidad?
—¿Hay alguna manera de describir con justicia ese suma de tropiezos? Algún día se mirara para atrás y se preguntará cómo un país que se distinguió por la calidad de sus políticas, fue capaz de esa suma de errores, de idas y venidas, que jugaron con los anhelos inmediatos de los jóvenes más pobres. No había ningún motivo para tamaña falta de prolijidad -ninguno–- salvo el deseo de dar prestaciones que al provocar una gratificación inmediata aumentaran la aprobación gubernamental. Bastaba con comenzar con las instituciones estatales mediante un sistema de financiamiento a la oferta o con una ampliación del sistema de becas para los alumnos del sector municipalizado o particular subvencionado o con el ofrecimiento de convenios de desempeño a todas las instituciones dispuestas a satisfacer ciertas características para que la gratuidad en los primeros quintiles se hiciera realidad. Es de esperar que después de tanto tropiezo un programa de gratuidad razonable –que alcance a los cinco primeros deciles- pueda ejecutarse desde luego en las instituciones estatales y en las privadas a cambio que las instituciones que adhieran a él estén a la altura de las inevitables exigencias que habrá que plantearles.
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