Por Javier Rodríguez y Juan Andrés Quezada Septiembre 4, 2015

El próximo año se cumplen cuatro décadas de aquella fatídica mañana del 21 de septiembre de 1976 en Washington, en que Orlando Letelier se subió al auto donde el agente de la CIA Michael Townley había puesto una bomba que terminó con su vida y la de su asistente Ronni Moffitt, de 25 años de edad, a pocas cuadras de la Casa Blanca. Juan Gabriel Valdés —hoy embajador chileno en Estados Unidos, en ese entonces asistente de Letelier— se salvó de subirse a ese auto gracias a que su mujer, justo ese día, le pidió que se quedara con sus hijos.

“Espero seguir siendo embajador el próximo año, porque estamos preparando una buena cantidad de recordatorios y homenajes para Orlando”, cuenta Valdés, desde un café en Las Condes, quien viajó a Santiago por algunos días para ver a su hermano, el director de orquesta Maximiano Valdés, dirigiendo por primera vez una obra de su madre, Sylvia Soublette, el fin de semana pasado.

Pero no sólo de los homenajes se ha preocupado Valdés. Cuenta que apenas asumió como embajador hizo la petición al gobierno de Obama para que desclasifique los documentos que puedan tener vinculación con el crimen. “Sabemos, sí, que alrededor de un 30% de ellos están tachados, a un punto que se hacen incomprensibles, pero habiendo pasado 40 años es posible que algunos de esos documentos puedan ser revisados y podamos conocer mejor cómo funcionaba el sistema”, explica.

El diplomático socialista se encuentra hoy en Estados Unidos preparando el viaje de la presidenta Bachelet a Naciones Unidas, en Nueva York, en septiembre, el que coincidirá con la visita del Papa Francisco.

—Desde Washington tiene una perspectiva más reposada y más alejada para revisar lo que está pasando en Chile. Aquí han aparecido muchos estudios que coinciden en que la ciudadanía se siente insegura, que le preocupa la baja del crecimiento económico. Usted, ¿cómo ve el país desde afuera?

—Lo que yo noto es una enorme exageración. Un grado de excitación desorbitado, por cuanto Chile parece expresar, a través de sus medios de comunicación, que lo que sucede aquí no le sucede a nadie más en el mundo. Pareciera que tenemos la clase política más corrupta del planeta, la situación de salud más delicada de la Tierra y los grados de delincuencia más aterrorizantes de América Latina, y la verdad es que no es así. Impresiona ver a economistas distinguidos, como el ex ministro Felipe Larraín, contradiciendo a todos sus colegas del mundo, señalando que lo que le sucede a Chile no es un tema de la economía internacional.

—¿Por qué cree que ocurre eso? ¿Por las expectativas generadas?

—Responde a un país muy ensimismado por razones de su encierro biográfico y su forma de construcción cultural. Tuve la oportunidad de almorzar largo con la presidenta Bachelet y conversamos de todas estas cosas y de las percepciones externas que hay sobre Chile. Yo le decía que, mirado desde Washington, cuando uno se encuentra con situaciones como las que preocupan en América Latina —Venezuela, Brasil, el cuadro de transformación de Cuba, los cambios en Centroamérica, la violencia y el desarrollo de la guerrilla vinculada a la droga, el cuadro mexicano—, la situación actual de Chile es vista simplemente como un crecimiento que tiene limitaciones, porque es una sociedad que ha triplicado su ingreso, pero tiene todavía una estructura social extraordinariamente deficiente.

—¿Eso en qué se nota?

—En las enormes distancias entre ricos y pobres, que la perciben todos los extranjeros que vienen a Chile y que es un tema bien de fondo que no lo resuelve un gobierno, menos aún en un período, porque tiene que ver con nuestra manera de construirnos como sociedad y con un individualismo cerval que se ha establecido en este país desde hace muchas décadas, que yo creo que hace difícil entender esto como una comunidad. Eso los extranjeros lo perciben.

—¿Cómo vio a Bachelet?

—Muy bien, la encontré entera, con claridad en el camino que estamos.

—¿Cree que ella logre revertir la baja en su popularidad?

—Espero. Yo creo que es tarea de todo su gobierno el buscar una manera en que se restablezca la confianza. Por lo pronto, los ministros Valdés y Burgos contribuyen a ese restablecimiento de confianzas. Y creo que el ministro Marcelo Díaz también contribuye a eso. La forma en cómo se está estructurando el comité político y el tipo de trabajo que están realizando hace posible recuperar esa confianza.

SURREALISMO CHILENO

—¿Qué le parece la confrontación de realistas versus sin renuncia?

—Surrealista. Esto es algo muy parecido a los que pasó cuando empezaron a decir que la visita de Lagos a La Moneda era una especie de desacato a la autoridad presidencial, y sesudos y campanudos analistas escribieron largos análisis en los principales diarios acerca de lo que esto significa del punto de vista sociológico y psicológico para sólo enterarse después que resultó que el presidente Lagos estaba citado no solamente por Burgos, sino también por Eyzaguirre y por Díaz a raíz de su trabajo con constitucionalistas y que la instrucción original venía de la presidenta.¿Cómo pudo el país gastar una semana entera de debate sobre una polémica absolutamente falsa? A eso me refiero yo cuando hablo de un país que entra en estados psicológicos desorbitados.

Chile parece expresar, a través de sus medios de comunicación, que lo que sucede aquí no le sucede a nadie más en el mundo. Impresiona ver al ex ministro Felipe Larraín contradiciendo a todos sus colegas del mundo señalando, que lo que le sucede a Chile no es un tema de la economía internacional

Naturalmente que el país cambia, las costumbres, los políticos y los parlamentarios cambian, y hoy es imposible esperar que existan los comportamientos que hubo en los primeros años de la transición. Hay que recuperar el espíritu republicano para volver a ser el país respetable de siempre. Y que cuando se dice algo, se hace. Y que cuando se compromete algo, se hace bien. En que no hay correcciones técnicas hechas por autoridades políticas. En que no existen situaciones en las cuales se entra a cuestionar el Estado de derecho. Eso es lo que ha hecho de Chile un país al que el mundo le tiene confianza y tiene respetabilidad.

—¿Chile ha perdido su respetabilidad internacional?

—Tengo la impresión de que la sigue teniendo. Obviamente, eso pasa mucho por fortalecer el sector externo. La Cancillería hace un muy buen trabajo y hoy día tenemos desafíos importantes por delante, pero yo no puedo dejar de observar que, desde el período de Frei en adelante, si ustedes miran el presupuesto de la Cancillería, ha ido bajando. Hoy en un mundo interconectado, donde estamos buscando inversiones, que estamos preocupados por China, vemos que se derrumban las bolsas en Estados Unidos y que se pueden desviar los capitales hacia allá y quitarnos la posibilidad de inversiones, necesitamos tener una presencia internacional mucho más fuerte.

—Usted habla de un país que ha triplicado su ingreso en los últimos 25 años, ¿las reformas que se plantean van camino a resolver los desafíos de este nuevo Chile?

—Siempre he pensado que cuando uno incorpora a una familia diez nuevos miembros que son instalados en la misma casa y tienen que convivir, obviamente que esos diez nuevos miembros van a tener muchas críticas sobre cómo bestaba esa familia organizada antes. Aquí hemos hecho aparecer en la sociedad chilena nuevos sectores medios, en muchos casos, con situaciones de precariedad. Personas que por primera vez han pedido un crédito bancario, que por primera vez han ido a la universidad, que por primera vez han querido pagar un colegio... Y de pronto ellos miran esto y dicen “esto no me gusta, esto no me corresponde”. Y se rebelan frente a esa forma de la sociedad y las maneras como esa sociedad se organizó para conseguir que la transición no fuera rupturista y no generara tensiones. ¿Significa eso que todo lo que hemos hecho en los últimos 30 años estuvo mal? En absoluto, era lo que teníamos que hacer. Y lo volveríamos a hacer. Pero, resulta que sí significa que tenemos que atender estos nuevos problemas porque este nuevo grupo social quiere cosas diferentes.

“TRUMP ES EL PARISI ESTADOUNIDENSE”

—¿Comparte la idea de que los actuales problemas de la política interna chilena tienen que ver mucho con la situación mundial?

—Durante toda mi vida me ha interesado mucho cómo y por qué estos fenómenos aparecen coordinados y conectados. Hay momentos de la historia que son demasiado bestias como para no darse cuenta. Golpes militares hubo en América Latina en todos los países. La razón de que hoy haya esta aparición de estos sectores sociales que cuestionan de manera radical a sus gobiernos, que cuestionan a la clase política, que hacen aparecer figuras totalmente inesperadas, es un fenómeno global. Yo no puedo dejar de ver a Donald Trump como la expresión de una especie de Franco Parisi norteamericano. Como me decía alguien el otro día, muy probablemente va a haber un candidato en Chile que no va a estar en la libreta de teléfonos de la secretaria de ninguno de los políticos chilenos. Y eso es un fenómeno curioso que se está generando en distintas partes y que tiene que ver con la introducción del espectáculo en la política, con la desconfianza radical sobre los políticos profesionales, sobre las clases políticas y, por lo tanto, la búsqueda de liderazgos fuera de las clases políticas. Tiene que ver con internet y la enorme cantidad de información que se distribuye por ella y que no necesariamente es correcta. Y tiene que ver con la aparición de figuras cuasi fascistoides, que lo que hacen es recoger lo que ellos ven en las encuestas que la gente quiere, y lanzarlo como política de manera autoritaria. Vincular el clientelismo de las encuestas con el autoritarismo, al final, es demagogia, populismo que bordea el fascismo.

—¿Cree que pueda ganar Trump?

—No.

—Pero es el candidato republicano con más posibilidades frente a Clinton.

—Sin duda. Está más fuerte porque, además, es menos republicano de lo que la gente piensa, porque está diciendo cosas que los republicanos rechazan. Por ejemplo, apoya los planes de salud de Obama, apoya a quienes sostienen que la guerra de Irak fue un error radical. Pero es sorprendente que alguien argumente cosas como el muro con México y la detención de las exportaciones de México a Estados Unidos en caso de que México no quiera pagar el muro, o que el petróleo de Irak debía ser ocupado por tropas norteamericanas y sus ingresos debían ser distribuidos entre las familias de los soldados que habían peleado en Irak. Yo creo que el emperador Tiberio de Roma no lo habría dicho de una manera más clara.

—¿Qué análisis hace de esa candidatura?

—Yo me limito a observar lo que dicen los comentaristas norteamericanos, que sostienen que es muy probable que Trump debilite mucho al Partido Republicano, más aún si en algún momento se produce una ruptura entre él y el Partido Republicano y el va como tercera fuerza. Eso aseguraría la elección de un demócrata y la continuidad de las políticas de Obama. Hay que pensar que en el campo demócrata hay un candidato que se llama Bernie Sanders, que es de izquierda, socialista, y está empujando la candidatura demócrata a posturas que son, más bien, izquierdistas, socialdemócratas, por ponerlas así.

No puedo dejar de ver a Donald Trump como la expresión de una especie de Franco Parisi norteamericano. Como me decía alguien, muy probablemente va a haber un candidato en Chile que no va a estar en la libreta de teléfonos de la secretaria de ningún político chileno

—Uno de los grandes debates en Chile este año ha sido el del financiamiento de la política. ¿Cómo se zanja este tema en Estados Unidos?

—De la peor manera. Porque la Corte Suprema levantó todo límite a la contribución política a través de fundaciones. Ahí se canalizan los fondos. Me limito a decir que el Washington Post escribió un editorial semanas atrás que se llamaba “La oligarquía americana”, donde informaba que a estas alturas, cuando ni siquiera estamos a un año de la campaña, ya había US$ 265 millones repartidos a los candidatos republicanos y demócratas por estas fundaciones. Naturalmente que ese tipo de contribuciones y el manejo que se hace han sido denunciados y develados por el propio Trump.

—¿Cómo?

—Una vez le preguntaron si él había dado dinero para política americana y mostró a todos los demás participantes del foro, que eran políticos republicanos, y dijo “a todos ellos”. Cuando le preguntaron por qué les dio dinero, él repondió “para que hagan lo que yo quiero”. Por eso, déjenme decirles, que cuando yo he expuesto en Washington lo que recomienda la Comisión Engel me han dicho: ¿Y no pueden enviar al señor Engel a Estados Unidos?

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