—La gente le tiene miedo.
Se echa para atrás en su sillón de cuero, y desde ahí, con la voz tenue y la mirada fija en los ojos, dice: “Yo no lo veo así”.
Como en una imagen disociada, depende desde dónde se lo mire, Guido Girardi es dos personas, y quizás tres. En el mundo de la elite política, la de los empresarios, en los círculos de influencia, vestido de camisa blanca y corbata chillona, es “Guido”, el parlamentario más poderoso e influyente, el senador combativo que muchos temen, y algunos odian, y que quisieran desaparezca del mapa del poder.
Pero en el mundo de Santiago Poniente, en cambio, en Cerro Navia, en Lo Prado, en Renca, en Quilicura, de delantal blanco, es “el doctor Girardi”, el que por las mañanas visita a los enfermos y fiscaliza si funcionan los baños de hospitales, el que presenta leyes contra las farmacias, Isapres, AFP y la industria de la comida chatarra, y que en retribución recibe el afecto arrollador de las urnas: en la última elección fue el senador más votado de todo Chile. Incombustible ante la crisis de la clase política, ni mella le hizo que en su campaña presidencial, Andrés Velasco lo ungiera como el “niño símbolo” de las malas prácticas de la política; Girardi estuvo envuelto en el caso Publicam acusado de la entrega de facturas falsas, costeó cartas a militantes de su partido, el PPD con platas de la Cámara de Diputados, que luego tuvo que reembolsar, y tuvo un cuestionado rol en el caso Spiniak.
El tercer Guido Girardi, uno más privado, es un ser contemplativo, “autista” para sus cercanos, que se abstrae en la naturaleza y en el cosmos, que se considera hermano de las plantas y los peces, que se lee uno o dos libros de ciencia a la semana, su gran obsesión. Que en su casa lava los platos, comparte roles con su mujer, Paula Echeñique, directora de Santiago a Mil, y saca de vacaciones a sus hijos adolescentes en una casa rodante a lugares tan recónditos que no hay más conexión que con la naturaleza.
“No me importa que haya un sector de la sociedad que me odie. Yo tengo mi terapia: cuando me odian mucho, me voy a dar una vuelta a Cerro Navia, a Lo Prado, a Renca, a Quilicura, donde me quieren un poco”.
—Según esta encuesta, los mismos que lo califican como el parlamentario más poderoso, quieren que se vaya de la política.
—Bueno, esa es una maravillosa y evidente relación. Evidentemente yo soy, cómo pudiéramos llamarlo, un tipo de poder que incomoda porque no soy gobernable. Tomé la decisión de construir un espacio de poder luchando contra las AFP —de hecho tengo quince querellas por injurias y calumnias de los ejecutivos de las AFP por decir que eran unos ladrones de cuello y corbata, que gané en el Tribunal Constitucional—. He presentado todas las leyes contra las isapres, fui el senador que terminó con el cheque en garantía, que ha hecho leyes contra el tabaco, y anda a ver cómo están las carreteras con carteles mandados a hacer por las tabacaleras donde dice: a Girardi le importa un pucho la fuente laboral de los trabajadores. La más importante epidemia que hay en Chile es la obesidad hice una ley contra la comida chatarra, ¿y qué hizo la Sofofa?, dijo que no le iba a dar más plata a la Teletón ni al deporte, acuérdate. Entonces, esa elite conservadora recela de mí y recela con razón.
—Cuando dice “esa elite conservadora”, usted sonríe, como gozando.
—Mira, yo no tengo nada contra la elite, pero yo no soy el mocito de la elite. No trabajo para ella, no soy funcional a ella y no voy a serlo por convicción. Y ellos han hecho una caricatura y un estereotipo de mi persona.
—¿Y cuál es ese estereotipo?
—Da lo mismo cuál sea, lo han hecho.
—No da lo mismo.
—Yo no me he preocupado de mi imagen, me he preocupado de mis convicciones. Yo sé que si yo me domesticara y fuera manso y complaciente, finalmente sería un “gran hombre de Estado”. Sé muy bien que si hubiera sido gobernable, disponible, funcional, no tendría la imagen que tengo y que yo, algunas veces también, he colaborado a hacer. Todos cometemos errores.
—¿Ha colaborado con el personaje?
—Más que colaborar con el personaje, cuando yo me he equivocado, el trato que he recibido... bueno, yo sé que si me equivoco frente a ese mundo del poder van a ser implacables. Pero ahora hay otros que se han equivocado, algunos que me criticaron, y mira lo que están viviendo ahora.
—Velasco no le ha hecho muy buena propaganda.
—Cuando uno es capaz de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio ocurre lo que le ocurrió a él. Pero él lo está pasando mal y yo no me quiero aprovechar de eso. A mí cuando me preguntaron la primera vez por Velasco, pude haber dicho llegó mi hora de pasarle la cuenta, pude haber dicho todo lo que se me ocurriera, pero yo espero que su familia, su esposa, sus hijas, no la pasen mal, porque lo van a pasar mal.
—¿Su propia familia lo ha pasado mal?
—En los momentos difíciles, gratuitos, claro. Pero yo doy vuelta la página.
—En las redes sociales, con su nombre aparecen términos como mafioso, padrino, siniestro. Hay gente que lo detesta.
—No me importa que haya un sector de la sociedad que me odie. Yo tengo mi terapia: cuando me odian mucho, me voy a dar una vuelta a Cerro Navia, a Lo Prado, a Renca, a Quilicura, donde me quieren un poco.
NO HAY GIRARDI SIN SESMA
“Yo nunca busqué el poder”, dice Girardi. El poder le llegó cuando era un médico especialista en epidemiología que atendía su consulta en Cerro Navia, y le ofrecieron, durante el gobierno de Aylwin, hacerse cargo del Servicio de Salud Metropolitano del Ambiente (Sesma). No era un completo desconocido, pero políticamente era un pájaro raro: se declaraba anticomunista, antipinochetista, antiderecha neoliberal, antisocialismo tipo soviético y era un apasionado ecologista, aunque no era hippie. Durante su época universitaria había sido presidente del centro de alumnos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile por el movimiento ecologista Pehuén, que fundó.
“Éramos una reflexión de contestación a todo un mundo deshumanizado”, dice. Antes del Sesma, donde nació el político incómodo, sólo soñaba con ser médico, como su padre, como su abuelo.
A cargo del Sesma cerró las fábricas, cerró los restaurantes, cerró el Club de la Unión, con descerrajamiento de puerta incluido, cerró las fábricas de cecinas donde había gatos y perros. Y las cerró con prensa, sembrando el pánico en fábricas de alimentos y restaurantes, y el estupor y el asco entre los consumidores. Clausuró calderas contaminantes, incluso la del propio Ministerio de Obras Públicas, polémica que llegó hasta el presidente Aylwin, quien lo apoyó. Publicó en los diarios cuáles eran las empresas más contaminantes, que hasta entonces llevaban por años limitándose a pagar las multas, y por la sanción social empezaron a invertir en mejoras. Cuando del mismo gobierno le hacían sentir su incomodidad, enviaba su renuncia por fax.
—¿Ahí sintió por primera vez el poder?
—Me di cuenta de que podías devolverle el poder a la ciudadanía. Que podías usar a los ciudadanos como el aval para derrotar dramas ecológicos que afectaban la vida de las personas que nunca habían podido derrotar. Ahí yo construí un proceso ciudadano. Si la política pública no tiene ciudadanía, finalmente no tiene conducción, no tiene expansiva. Para mí fue una señal superterapéutica. Para mí la pega más interesante que he hecho fue esa. Yo no estaría aquí hoy si no hubiera pasado por el Sesma.
Ahí nació el político. Empezó como candidato a diputado, con una primera derrota previsible en Las Condes, que luego subsanó con triunfos, pero en el distrito que él exigió: uno que conocía bien, Cerro Navia, donde su abuelo había sido alcalde, y su padre y él médicos. Ahí con el aval de votaciones abultadas nació el Girardi incómodo, incluso para su propia coalición de la que fue piedra angular: es uno de los fundadores del PPD.
—Le gusta incomodar.
—No, no es que me guste, no. Yo quiero estar tranquilo conmigo mismo y con mi conciencia. Conmigo, ni siquiera para los demás, conmigo. Yo durante el gobierno de Lagos voté contra su ley de Isapres, voté contra el Auge. Yo sé que al presidente Lagos le indignó, pero voté en contra del Auge porque la derecha lo obligó a transar el fondo solidario; se iba a quedar sin plata e iba a terminar comprándo las prestaciones a los privados y se iba a destruir el sistema público, que es lo que pasó.
Pero hay ejemplos más recientes.
—Yo me tuve que agarrar con mi gobierno, este año.
Y fue por el lobby de la industria alimentaria que estaba pidiendo un reglamento más benevolente para la ley de comida chatarra que él patrocinó y que fue aprobada en 2012.
—Yo le dije al gobierno en un momento, si ustedes insisten en echar abajo nuestra ley con el reglamento, yo me voy de la coalición. Estaban haciendo un reglamento que echaba abajo toda la política de comida chatarra producto de la presión de la Sofofa. Es tan voraz el apetito de las empresas de comida chatarra, de las empresas publicitarias que prefieren seguir engañando, mintiendo. Pero se acabó la fase de los abusos, de la gente que envasa comida basura en envases saludables, se terminó el tiempo de la publicidad engañosa. Tuve una pelea durísima con el ministro de Economía y la subsecretaria. Llegó un momento en que les dije: muy bien, trasmítanle a la presidenta que si es que transa en esto, tienen un senador menos. El poder sirve para eso. Ellos tendrán que calcular qué significa que una persona como yo se vaya de la coalición.
“Tuve una pelea durísima con el ministro de Economía y la subsecretaria. Llegó un momento en que les dije: muy bien, trasmítanle a la presidenta que si es que transa en esto, tienen un senador menos. El poder sirve para eso”.
—¿Y qué podría pasar si usted se va de la coalición?
—Tal vez nada dramático. Yo sé que tengo la oportunidad de poder y la uso.
—Guido Girardi actúa con amenazas, entonces.
—No. No eran amenazas.
—¿Qué eran?
—Una decisión.
—Transmítanle a la presidenta que si es que transa.... ¿no es una amenaza?
—No, es una decisión. Una amenaza es más bien cuando tú haces una intención que no estás dispuesto a cumplir.
—¿Usted no negocia?
—Yo estaba dispuesto a negociar algunas cosas y negocié algunas, negocié el plazo —dice sonriendo—. Esta ley fue aprobada el año 2012 y producto de las presiones va a entrar en vigencia recién el año 2016. Yo negocio, pero no lo sustantivo.
Guido Girardi siempre ha hecho política desde lo que a él lo obsesiona. Escoge temas y arremete. Sin embargo hoy, cuando la política vive una gran crisis por el financiamiento ilegal de las campañas y el caso Caval, él ha mantenido un cómodo silencio y ha centrado su discurso en su nueva fascinación: la ciencia y la innovación; organiza los “congresos del futuro” donde discute junto a premios Nobel los desafíos del mundo que viene, uno horizontal pero que, dice, está gobernado por estructuras verticales y obsoletas.
—Está todo tan revuelto acá y usted tan callado.
—No se me ha escuchado porque yo pienso que gran parte de la crisis que estamos viviendo, y no quiero relativizar el tema de la probidad y el financiamiento ilegal de las campañas, es parte de este anacronismo vertical. El problema es mucho más profundo.
—¿O no se quiere quemar?
—No hay una voluntad de discutir los temas que a mí me interesan que creo que son los importantes, que es cómo reconcilias si tu chasis institucional está obsoleto. Mis hijos, que están en la Alianza Francesa, tienen la misma educación que yo recibí, expositiva, vertical, cuando tú tienes que hacer preguntas para generar pensamientos nuevos para responder. Cuando tienes instituciones ciegas que no son capaces para entender la sociedad, que no tienen respuestas para problemas de la sociedad que son complejos... ¿Qué es complejidad? Por ejemplo, antes la salud dependía del Ministerio de Salud. Hoy, todos los tipos de cáncer y accidentes vasculares también dependen del tipo de ciudad, de si tienes áreas verdes, si tienes dónde caminar. Eso es complejidad.
—¿Le aburren los problemas políticos de hoy?
—Yo estoy usando mi tiempo, mi espacio de poder, como lo usé en el pasado en el tema ambiental, para presionar en esta reflexión, entonces, para cuando se me plantea esta crisis, yo creo que la crisis política es mucho más profunda de lo que se dice, porque tiene que ver con que para los ciudadanos nuestra institucionalidad está completamente obsoleta, anacrónica y la política es irrelevante.
“Creo que la crisis política es mucho más profunda de lo que se dice, porque tiene que ver con que para los ciudadanos nuestra institucionalidad está completamente obsoleta, anacrónica y la política es irrelevante”.
—Usted es parte de eso mismo.
—Claro, como lo he sido siempre. Y lo era también cuando peleaba por el medioambiente.
—Siendo tan combativo con el poder económico, ¿cómo consigue financiamiento para sus campañas?
—Yo hay campañas que las he hecho con más plata y con menos plata, el punto es que independientemente de que alguien me pueda ayudar con el financiamiento yo no voy a ser su mozo. Con las leyes que he presentado, las leyes que he votado, no tengo mucho espacio para haber sido el mozo de nadie. Entonces las relaciones conmigo son muy claras. Si me quieres apoyar, sabes que eso no significa que dé garantías de nada.
—Se dice que usted maneja el PPD.
Sonríe.
—Yo no soy ni presidente del PPD, ni estoy en la mesa del PPD, ni estoy en la comisión política del PPD.
—Esa es justamente la paradoja.
—No estoy en ninguna parte, no voy a las reuniones del PPD.
—Pero los ministros lo llaman a usted para pedirle consejos.
—Bueno, soy el jefe de bancada y me respetan. Yo, si tengo un ascendiente en el PPD, es porque les propongo ideas, porque les propongo contenidos, ahora estoy empezando a crear una campaña sobre el agua. Este es el único país en el planeta donde el agua es propiedad privada.
—¿Qué viene para el futuro?
—Yo quiero ser gobernador de Marte.