¿A quiénes debería escuchar más la presidenta Bachelet?
1er lugar: Jorge Burgos.
Media hora de antelación. Ni un minuto más, ni uno menos. Fue el lapso de tiempo que transcurrió desde que el ministro del Interior, Jorge Burgos, se enteró a través de una llamada telefónica de la presidenta Michelle Bachelet, que el abogado Jorge Abbott sería la propuesta del gobierno para convertirse en fiscal nacional, y el momento en que la mandataria lo anunció públicamente de la manera más impensada posible: desde un podio instalado en la ciudad de Quito, Ecuador.
Aunque el dato no era público entonces, no hubo dobles lecturas y todos entendieron que la presidenta había extremado las prerrogativas de un régimen presidencialista, reservando para sí, y quizás para uno o dos de sus más estrechos asesores, la decisión hasta último minuto.
El ministro Burgos resintió el desenlace de una historia que comenzó para él con su propia resolución de jugar todas sus cartas en favor de la designación de Enrique Rajevic, pero como contralor.
Una semana antes, el Senado había rechazado la propuesta presidencial para el órgano administrativo, propinándole una dura derrota política al jefe del gabinete, quien había personalizado la nominación al extremo de poner su cargo a disposición si el Senado no lo acompañaba.
Pese a las gestiones privadas que desplegó con los mismos senadores que habían rechazado a Rajevic, los laureles los recogió una semana después la ministra de Justicia, Javiera Blanco, luego que el Senado se inclinara de manera unánime en favor del nombre propuesto para el Ministerio Público, designación que asomaba como más compleja que la del contralor.
Ambos procesos significaron un golpe al liderazgo del ministro Burgos, quien recién comenzaba a sentirse cómodo en un rol que no había buscado. Sólo unas semanas antes había asomado como el ministro con mejor valoración positiva (31%) en la encuesta de CEP de agosto y venía saliendo airoso del conflicto que los camioneros de La Araucanía consiguieron instalar en las narices del gobierno, frente a La Moneda.
Pero los episodios del contralor y el fiscal nacional dejaron en evidencia las contradicciones de un ministro del Interior atípico, cuyas particularidades emanan de una personalidad que se vuelve, a veces, indescifrable para quienes conviven con él.
LEJOS DEL LOTE
En la Cámara todavía recuerdan que Jorge Burgos, muchas veces, la mayoría de las veces, almorzaba solo cuando era diputado. Siempre estuvo lejos de los “lotes” de la DC y, aunque ha estado en la mesa directiva de su partido, nunca la dinámica o la rutina político-partidista estuvo dentro de sus pasiones.
Quienes lo conocen señalan que por eso no significó un mayor problema convertirse en ministro de Defensa, pese a que había anunciado públicamente que estaba más cerca del retiro de su carrera política, que de una proyección.
Esta peculiaridad no fue obstáculo para que la presidenta lo nombrara su ministro del Interior, capitalizando un giro total: Bachelet abandonaba su diseño original, basado en la confianza y la relación personal por sobre las habilidades políticas, y ponía al frente de su gabinete a alguien que estaba lejos de su esfera. También traía a alguien resistido por los cuadros más progresistas de la Nueva Mayoría, que veían y siguen viendo en su figura la amenaza latente del conservadurismo y de alguien que no es necesariamente un entusiasta de la agenda original de reformas.
El camino se inició pedregoso luego de una serie de vaivenes que incluyeron una entrevista en La Tercera donde la presidenta salió a decir que el ministro Burgos y el titular de Hacienda, Rodrigo Valdés, no habían llegado para “cambiar el rumbo del gobierno”.
Enfrentados, meses más tarde, a la contingencia de una marcha de camioneros de La Araucanía, la presidenta empoderó a su ministro del Interior, quien se sentó a conversar con los manifestantes en La Moneda, a contrapelo de otras autoridades del gobierno, como el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy, quien defendía una línea de acción más dura y con quien sostuvo fuertes roces.
Los episodios del contralor y el fiscal nacional terminaron dejando en evidencia las contradicciones de un ministro del Interior atípico, cuyas particularidades emanan de una personalidad que se vuelve, a veces, indescifrable para quienes conviven con él.
Otra muestra de confianza fue, precisamente, el postergado nombramiento del contralor. Burgos había llevado varios nombres al Congreso, incluyendo un nombre impuesto por su antecesor, los que finalmente no concitaban el consenso en la Cámara Alta. Hastiado por este escenario, el ministro del Interior se convenció de que Rajevic era una propuesta idónea, que no podría ser rechazada, y cautivó, de paso, a la mandataria, quien confió en su palabra e hizo suyo el nombramiento.
Lo que vino después es historia conocida y el malestar de la presidenta fue tan evidente que optó por desoír la propuesta de su jefe de gabinete para el caso del fiscal nacional: Abbott no era el favorito ni del Congreso, ni de su ministro del Interior, quien se había jugado por el académico Juan Enrique Vargas.
Aunque, fuentes cercanas al ministro señalan que Abbott formaba parte de los tres nombres que él le sugirió a la mandataria, siendo el tercero, el preferido del Senado, el fiscal José Morales.
Tan lejos quedó Burgos del ámbito de esta decisión, que ni siquiera tuvo acceso el discurso preparado por la mandataria para anunciar a Abbott desde Ecuador, cuyos párrafos finales cayeron como una bomba tanto en el oficialismo como en la oposición. “A la hora de valorar y, finalmente, decidir sobre esta propuesta, pongan por delante los intereses de Chile y su futuro”, fue el mensaje que la presidenta le envió a los senadores, frase que, en privado, Burgos también consideró desafortunada.
En el entorno del ministro señalan que el capítulo completo Rajevic-Abbott lo dejó muy frustrado, algo que, muy en su estilo, externalizó sin filtros:“Es una frustración para mí”, repitió.
Triunfo constituyente
Cada quince días, cada tres semanas, o una vez al mes, el ministro Burgos convoca a un grupo de amigos a cenar o almorzar, fuera de la oficina, fuera del horario de trabajo. Siempre es el mismo grupo que entre otros integran habitualmente los abogados Jorge Navarrete, Jorge Correa Sutil, Patricio Zapata, y el ex asesor del Segundo Piso de Ricardo Lagos, Carlos Vergara, quienes analizan el tranco del gobierno y la gestión del ministro.
En el seno de este comité de asesores ad honorem nació la propuesta que el jefe de gabinete le llevó a la mandataria como punto de partida para el proceso constituyente y que terminó imponiéndose en el anuncio presidencial. La decisión de empujar una reforma constitucional para que el actual Congreso habilite al próximo para abrir un debate sobre los mecanismos para cambiar la Constitución, con un quorum necesario de dos tercios, venía a cumplir lo prometido por el propio Burgos cuando asumió en Interior. “No tomaremos atajos ni saltos al vacío”, había dicho.
La influencia directa de Burgos en este punto es reconocida en el oficialismo, donde admiten que los ministros de la Segpres, Nicolás Eyzaguirre y el vocero de gobierno, Marcelo Díaz, no compartían plenamente la fórmula.
Burgos no olvida
Varias de las fuentes consultadas para este artículo y que conocen de cerca al ex diputado DC son categóricas en señalar que Burgos no termina de sentirse cómodo en su rol de jefe de los ministros de Bachelet. Aunque tiene más que claro que en cualquier minuto podría dejar de ser ministro, también se apuran en señalar que nunca ha estado en la posición de irse del gabinete. Más allá de los escenarios de triunfo y derrota que ha vivido, ha sido su propia personalidad la que lo ha mantenido lejos de consolidar una relación, ya sea con la propia mandataria, como con su pares en el gabinete. Con Bachelet el vínculo es lineal, político, profesional. Aunque no le ha sido fácil convivir con un Segundo Piso donde asesores como la jefa de gabinete, Ana Lya Uriarte o el director de políticas públicas, Pedro Güell, han aumentado su nivel de influencia, en su entorno señalan que no necesita de intermediarios para hablar con la mandataria, aunque estas comunicaciones se limitan a lo estrictamente necesario.
Es sabido que quien detenta la relación más cercana con Bachelet en el comité político es el ministro Eyzaguirre, con quien Burgos también sostiene un vínculo más bien formal, al igual que con el vocero de gobierno.
En privado ha transmitido su incomodidad por las entrevistas dominicales que ha dado Eyzaguirre a El Mercurio y La Tercera, donde ha adelantado líneas de acción con la desenvoltura de quien habla con la mandataria.
Burgos tiene en su cabeza una lista de los capítulos que ha considerado desaires, ya sea de la mandataria como de sus pares. Con todo, quienes lo conocen bien aseguran que tiene toda la intención de acompañar hasta el final a la presidenta, pero no a cualquier costo.
Con quien definitivamente el ministro del Interior tiene una relación más fluida es con el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés. Ambos construyeron durante los primeros meses una dupla de trabajo fuerte e identificada con la “gradualidad” que necesitaba el gobierno. Hasta que el propio ministro Valdés se despercudió de esta etiqueta y señaló que “no hay tal dupla”. Dicen que las consecuencias de este episodio revelan a Burgos tal cuál es: se enojó tanto con su par de Hacienda que se bajó del viaje a Londres al ChileDay, aunque la excusa pública esgrimida fueron los problemas de agenda. Pese a este episodio una alta fuente del gobierno señala que ambos han retomado sus lazos, aunque sirve también para explicar lo que para algunos es otra característica que pone de relieve la personalidad del ministro del Interior: le cuesta olvidar.
Es por eso que, dicen sus cercanos, tiene anotada en su cabeza una lista de los capítulos que ha considerado desaires, ya sea de la mandataria, como de sus pares.
Como la famosa entrevista de Bachelet en La Tercera, o cuando la mandataria aclaró sus dichos sobre el fallo de La Haya cuando el ministro señaló que “desde el punto de vista procesal, fue un mal resultado para nosotros”. La presidenta respondió entonces con una ironía: “Creo que lo que el ministro hizo... Es que es abogado, entonces usó términos jurídicos”. Tampoco olvidará que le haya comunicado media hora antes el nombre del fiscal nacional, una designación vinculada directamente con las competencias de su cartera.
Con todo, quienes lo conocen bien aseguran que el ministro tiene toda la intención de acompañar hasta el final a la presidenta, pero no a cualquier costo. Está dispuesto a aprender de sus errores, pero no a cambiar su esencia de expresar lo que piensa, y de desenvainar su estilo, desaprensivo para algunos, displicente para otros. “No tiene intereses mayores de proyección, pero le gusta ser el DC mejor evaluado por la ciudadanía”, dice un amigo. De momento, ya dio señales de una lección aprendida: el lunes le entregó a la presidenta un listado de nombres para que ella escoja al futuro contralor después de poco más de seis meses. Dicen que esperará la decisión de la mandataria, e intervendrá cuando ella se lo pida.