Por Carlos Correa, ex subdirector de la Secom Octubre 23, 2015

En la película de Barry Levinson, Wag the Dog, un asesor de la Casa Blanca contrata a un productor de Hollywood para inventar una guerra con Albania y así copar la agenda de los medios de comunicación , y evitar las conversaciones públicas sobre un escándalo que involucraba directamente al presidente y que sin duda lo iba a impactar en las encuestas.

Si bien es una sátira, muestra lo que siempre es interés de los gobiernos: controlar las agendas de los medios de tal manera que sean favorables a ellos.

Pero una cosa es tratar de influir en las agendas, y otra distinta es comprar espacios en los medios para “romper el cerco informativo”. Lo segundo va directo al fracaso, por la sencilla razón que en una democracia, y en particular en la chilena, no existe tal cerco informativo.

"La presidenta no necesita un séquito de colaboradores haciendo control de los medios y comprando espacios para que se escuche su voz y lo que piensa de cómo ejecutar las reformas. Ella misma ha tenido, muchas veces en su historia, la gracia de marcar la pauta y hacer que todas las conversaciones giren sobre ella y su proyecto de país"

Es cierto que los medios configuran las conversaciones públicas, y también seleccionan a qué darle énfasis, como dice la vieja teoría del “agenda setting” tan conocida y utilizada por la comunicación estratégica, pero eso ocurre como parte de las realidades de una democracia y las propias dinámicas del mercado informativo, y no como una conspiración para impedir que la opinión pública conozca cuáles son las políticas que está tomando un gobierno determinado.

En especial, porque cada vez más la conversación sobre política, de todo tipo, ocurre en los medios y no tanto en las antiguas reuniones de partido o en los pasillos del Congreso, donde se acordaba y se podía cocinar todo. La necesidad de transparencia que se ha instalado en la sociedad ha puesto paredes de vidrio en las antiguas cocinerías políticas. Según una reciente encuesta de la Subtel, el 70% de los chilenos tiene acceso a internet, por lo que el acceso a información se puede realizar cada vez menos a través de los canales tradicionales. Y los medios más antiguos, para no perder audiencias, han tenido que ser más punzantes con el poder.

También la realidad económica de la prensa ha cambiado de manera dramática. Bien lo padecen varios canales de televisión abierta que atraviesan delicadas situaciones financieras o la baja de tiraje y suscriptores de los medios impresos en Chile. Las audiencias se fueron a otra parte, y eso no tiene vuelta alguna.

Lo que la industria publicitaria ya notó, cambiando sus pautas e invirtiendo más en espacios digitales, pareciera que no ha sido leído todavía por quienes tienen a cargo la comunicación política. Con mayor dispersión de las audiencias y con el poder económico que da tener más acceso a la torta publicitaria, el poder de los medios antes llamados alternativos es mucho mayor y, por cierto, tratar de controlarlos es como combatir contra las hormigas.

"Quizá la vieja fórmula, que la presidenta maneja al dedillo, de ganar corazones, en vez de controlar medios de comunicación, sea la manera de remontar las dificultades"

Incluso si no hubiera posibilidad de medios alternativos, las redes de comunicación de los ciudadanos se imponen por sí mismas. La experiencia de la Primavera Árabe, donde los propios ciudadanos ocuparon las redes sociales para coordinar y alzarse por más democracia, prueba lo inútil de controlar los medios como política pública.

Hay otro factor que pareciera que se ha pasado por alto en la estrategia de comprar espacios para mejorar la popularidad del gobierno. La gente tiende a desconfiar de la prensa cuando su relación con el poder es demasiado obvia. Cuando las noticias se vuelven publirreportajes, los ciudadanos, de manera natural, buscan otras fuentes de información. Así ocurrió en Chile en los años 80, donde los chilenos no creían los montajes que hacía la dictadura en televisión, y los videos de Teleanálisis pasaban de mano en mano, o en la RDA, donde muchas personas escuchaban radios del otro lado del muro, para contrastar las verdades oficiales o a veces para escapar de los ladrillos ideológicos de los avisos emitidos por el gobierno comunista, o simplemente escuchar música y programas de conversación en la radio.

La presidenta no necesita un séquito de colaboradores haciendo control de los medios y comprando espacios para que se escuche su voz y lo que piensa de cómo ejecutar las reformas. Ella misma ha tenido, muchas veces en su historia, la gracia de marcar la pauta y hacer que todas las conversaciones giren sobre ella y su proyecto de país.

Hay que recordar que al terminar su gobierno anterior, su popularidad sobrepasaba el 70%, pese a que la dispersión de los medios era mucho menor que la de ahora, y quienes La Moneda sindica como “medios hostiles” se peleaban por una cuña de ella o por recoger de mejor forma su legado.

O también en la pasada campaña presidencial, donde con una estrategia que privilegió la presencia en televisión y el contacto directo con sus electores logró tener un resultado excelente. Y, por cierto, todas las operaciones comunicacionales que buscaron dañar su imagen tratando de asignarle responsabilidad en la tragedia del tsunami del 27-F fueron directamente al fracaso.

Dentro de esta misma administración, a principios del año 2015, a pocos días que la revista Qué Pasa publicara el artículo que estalló el caso Caval, el gobierno remontó en las encuestas, como resultado de una exitosa gestión legislativa y política que permitió aprobar la agenda de inclusión y cumplir con los compromisos que se trazaron en el primer año.

Quizá la vieja fórmula, que la presidenta maneja al dedillo, de ganar corazones, en vez de controlar medios de comunicación, sea la manera de remontar las dificultades.

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