Por David Muñoz Diciembre 2, 2015

La “demonización” del empresariado


“Los gobernantes de la izquierda renovada en América Latina fundaron el éxito de su gestión en las buenas relaciones con el empresariado, como es el caso de los presidentes Lagos y Lula en Brasil. Un asesor de este último le dijo al comienzo de su mandato que “el poder es como un violín: se toma con la izquierda pero se toca con la derecha”. Esta fórmula, que esconde dosis elevadas de cinismo, fue usada por Lula a pie de la letra.

El éxito de la izquierda moderada en la región se debe al reconocimiento de los beneficios de una economía social de mercado. Es curioso que en Chile, luego de veinte años de aplicar políticas económicas responsables, la Concertación pretenda volver al poder retornando a su pasado carnívoro.

Es la paradoja del bombero pirómano: los mismos que administraron con gran éxito el modelo, se vanagloriaron de sus logros y recibieron grandes elogios a nivel internacional, ahora desconocen sus méritos y hacen lo posible por socavar sus cimientos”.

La “satanización” del lucro


“El lucro o ganancia es el corazón mismo de la economía social de mercado. No voy a extenderme aquí sobre el papel que juega una economía libre, solo basta decir que sin incentivo no hay progreso. Esta realidad, que se funda en la esencia de los seres humano y en su natural tendencia a ser mejores, es desconocida por el socialismo, básicamente porque no confía en las personas. Por ello propone suprimirles la libertad de actuar en ciertos ámbitos de la economía. Por ahora, la educación y la salud son las áreas más atacadas. Luego podrán venir muchas otras”.

En educación


"Desde mi perspectiva, lucrar es absolutamente legítimo, ya que la ganancia permite el surgimiento de proyectos de calidad (...) Cien mil pesos en manos de un incompetente no valen lo mismo que en las de un empresario eficiente".

Desigualdad


“Las mediciones de desigualdad tienen su gracia: sin importar cuánto mejoren los ingresos y la calidad de vida de los más pobres y la clase media, estos pueden arrojar preocupantes cifras —de ‘inequidad’, dirán algunos— si es que aumentan en la misma proporción los ingresos de los más ricos. Esa es la ventaja de la desigualdad. Una vez instalada como máxima puede ser usada para siempre y con el mismo fin: destronar al ‘mercado voraz’ como herramienta de prosperidad económica y poner en su lugar al Estado. Ya no uno reducido, eficiente y subsidiario, sino un Gran Estado que proteja a todos los que necesiten algo (aunque sea el 90% de la población).

La igualdad de resultados no solo es una aspiración imposible, sino que además es una máxima que desconoce la propia naturaleza humana. Las personas tienen distintas capacidades y habilidades, y esa diferencia genera desigualdad. Pretender pasar por encima de esta realidad o intentar equiparar artificialmente a individuos con distintas aptitudes no solo es un error, sino franca demagogia.

La meritocracia ofrece una visión superadora de la desigualdad de resultados. Para ello hace la distinción entre los factores que la originan y considera aceptable aquella generada en libre competencia de talentos en el mercado”.

Relativismo moral


“En la batalla de ideas que diariamente se da en la opinión pública está primando una visión carente de valores, aquejada por un fuerte relativismo moral. Quienes promueven esta posición pretenden que todos los valores sean iguales y que, por lo tanto, no hay ninguno por el que valga la pena luchar. Esta matriz relativista proviene de algunas corrientes académicas y políticas que poco a poco han logrado posicionar contenidos ‘progresistas’ en la discusión pública. Pretenden distancias a la actividad política de la ética, y por lo tanto niegan la posibilidad de alcanzar un bien común reconocido por los diferentes actores que garantice el respeto a la dignidad de todos los integrantes de la sociedad.

Impera la ley del todo vale, donde el respeto a la autoridad y a las normas está en franca retirada. Algunos incluso creen que pueden hacer uso de la violencia para obtener lo que quieren. El movimiento estudiantil demostró en general poco respeto por las leyes, por los derechos de los demás, y por la propiedad privada, destruyendo todo a su paso: comercio y espacio público.

Se está imponiendo lentamente la percepción de que los ciudadanos tienen solo derechos y ninguna obligación. La condonación de deudas asociada a créditos para la vivienda, el borrón de deudores del registro de Dicom y la puerta giratoria en materia de delincuencia dan la sensación a la ciudadanía de que no se les puede exigir responsabilidad a las personas. El Estado garantista que promueve la izquierda está favoreciendo, en gran medida, a esta cultura de la irresponsabilidad.

El relativismo moral y un pluralismo mal entendido han permeado de tal manera a la sociedad que ya no es posible sostener valores absolutos, como lo son la dignidad del ser humano y el valor de la vida. Incluso este último, derecho humano por antonomasia, está siendo cuestionado y subordinado, en el caso de derecho a la vida del que está por nacer, a la decisión de su madre y sus circunstancias”.

Matrimonio igualitario


“Afirmar que el matrimonio debe reservarse a las uniones entre un hombre y una mujer es mirado como una discriminación inaceptable. ¿Por qué habría de serlo? El matrimonio como institución jurídica no hace más que reconocer una realidad que ya existía y que es producto de miles de años de evolución. Esto es: la unión afectiva entre un hombre y una mujer que tiene como una de sus finalidades principales la de procrear para conservar la especie y generar un ambiente que permita la crianza y la educación de los hijos. Las uniones homosexuales son distintas. No son inferiores ni condenables desde el punto de vista moral, son diferentes. Por lo tanto, la institución jurídica que las regule tiene que ser otra.

 

 

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