Por David Muñoz Enero 8, 2016

Durante el atardecer del martes 29 de diciembre pasado, el ministro del Interior, Jorge Burgos, ya estaba fuera de sus funciones en La Moneda. La noticia de su marginación de la planificación y organización del viaje de la presidenta Bachelet a La Araucanía, ese mismo día, había comenzado a esparcirse a través de diversos medios digitales y su teléfono se atoraba de llamadas entrantes, perdidas, mensajes de texto, chats de WhatsApp y Telegram. Contestó sólo unas pocas comunicaciones, principalmente de dirigentes de su partido y amigos. Hasta la mañana siguiente, cuando a primera hora recibió una llamada del ex presidente Ricardo Lagos Escobar.

Fue la conversación telefónica más larga que tuvo ese día, cuentan en su entorno. El ex mandatario se había comunicado para manifestarle su apoyo y solidaridad por el complejo momento que atravesaba al haber quedado fuera del rango de acción presidencial en un asunto prioritario para su cartera. Según quienes conocieron el contenido de la conversación, si bien ni Lagos ni Burgos mencionaron a la presidenta Bachelet, ambos intercambiaron opiniones sobre la situación que enfrentaba el jefe de gabinete de la mandataria. La comunicación no fue casual. “Fue un respaldo político”, reconoce un cercano a Burgos, quien añade que la escena revela el estrecho vínculo existente entre el ministro del Interior y el ex presidente, donde la confianza personal y política es el principal activo.

El contraste de esta realidad fue el hecho que durante el día anterior y toda esa mañana, el ministro no tuvo contacto de ningún tipo con la Presidenta de la República.

El más cercano fue la conversación telefónica que sostuvo a las 08.15 del martes con la jefa de gabinete de Bachelet, Ana Lya Uriarte, quien buscaba cumplir con el trámite de informarle sobre los hechos ya consumados del viaje. “No me digas nada, ya lo sé todo. Esto es muy grave. Quiero hablar con la presidenta apenas vuelva a Santiago”, le dijo el ministro a la funcionaria del Segundo Piso de asesores de La Moneda, buscando transmitirle temprano su profundo malestar tras haberse enterado de boca de los periodistas acreditados en La Moneda, quienes supieron antes que él del viaje.

Para la anécdota quedará escrito que en el entorno de la mandataria señalan que Bachelet intentó llamarlo a su oficina esa tarde mientras regresaba de Temuco, pero en el ala nororiente del palacio de La Moneda le respondieron que el ministro se había retirado temprano, para cumplir con una postergada cita con el dentista.

El ministro quería hablar en persona.

Nada personal

A las 12 del día del miércoles 30, Burgos recibe de parte de sus asesores la confirmación de que la presidenta lo recibiría a las 16 horas en su despacho.

Aunque había solicitado hablar a primera hora con Bachelet, sólo había recibido mensajes de postergación en virtud de la agenda ya organizada de la presidenta, en control de Uriarte. De hecho, esa mañana la mandataria desayunó con la prensa acreditada en La Moneda y luego viajó a Talca a una actividad en terreno. En el fuero interno de Burgos, y también entre sus más cercanos, se instaló esa mañana un temor evidente: la posibilidad que Bachelet se resistiera a reunirse con él. Esa sería, según quienes lo conocen, la razón por la que apenas llegó a La Moneda esa mañana reconoció escuetamente a los periodistas que lo abordaron camino a su oficina, que no se había enterado del viaje.

Hasta ahí, todo era una versión extraoficial, por lo que el sinceramiento de Burgos aumentaba inevitablemente la presión en Palacio y forzaba la situación: con todos los medios de comunicación encima no había posibilidad de que la presidenta y su ministro no se encontraran.

En la retina estaba el recuerdo del ex ministro Belisario Velasco, quien renunció a Interior luego de no ser recibido por Bachelet después de casi una semana.

Si bien el secretario de Estado efectivamente salió fortalecido según los análisis posteriores de los presidentes de los partidos de la Nueva Mayoría, se trata de una realidad de frágil sustento en los pasillos de La Moneda.

El resto es historia conocida: Burgos llegó hasta el despacho presidencial en busca de explicaciones. Según ha trascendido, Bachelet reconoció que hubo un error radicado en sus asesores del Segundo Piso, que iba a pedir las explicaciones del caso y que nunca imaginó que él no estaba informado del viaje. No convencido del todo, el ministro incluso le hizo una pregunta un tanto incómoda: “¿No será que usted está molesta por mis declaraciones sobre el caso Caval?”, dicen que planteó Burgos, aludiendo a su reacción a las declaraciones judiciales de Sebastián Dávalos, primogénito de la mandataria, cuya arremetida contra el ex ministro Rodrigo Peñailillo reavivó todos los fantasmas del caso en La Moneda. Burgos fue el único ministro que opinó sobre el tema, considerando “poco atingentes” las frases del ex director sociocultural de la Presidencia. Aunque se dijo que la presidenta estaba molesta por esta reacción, en el cara a cara con su jefe de gabinete negó esta versión.

Fue ahí cuando Burgos presentó su carta de renuncia, lo que terminó por desarmar a la mandataria.
Quienes accedieron a la conversación dicen que a partir de ese momento cambió de tono y se convirtió en un instante “muy humano y personal”.

Burgos vio tan mal a la mandataria, según las mismas fuentes, que se vio obligado a retroceder ante lo que significaba una crisis de proporciones incalculables, a un día de culminar el 2015, catalogado por la propia presidenta como el “peor año” de sus dos gobiernos.

Aunque había sido aconsejado por amigos y dirigentes DC que, ante el escenario de revertir su decisión de abandonar La Moneda debía pedir rodar cabezas (probablemente la de Uriarte), Burgos prefirió solicitarle una señal.
Le pidió pactar un relato común que le devolviera “algún nivel de dignidad”, dicen en su entorno, y que él pudiera decirlo a la prensa tras la cita.

Bachelet aceptó la propuesta, lo que explica la soltura con que el ministro afirmó: “Le dije a la presidenta que esto no se podía volver a repetir”.

La frase hizo pensar a moros y cristianos que quien hablaba era el Presidente de la República y no el ministro del Interior.

“Fue el fruto de una manera en que Bachelet le ofreció una salida reparatoria para evitar un escalamiento, eso fue así”, dice un dirigente DC cercano al ministro. Si la frase, que repitió cuatro veces en esa rueda de prensa, se ajustó al acuerdo entre ambos, es una pregunta que varios se hacen en La Moneda.

Poder imaginario

Si bien la DC se acuarteló, se mostró unida y sacó dientes y garras para defender a su ministro del Interior, sin duda fue el presidente del partido, Jorge Pizarro, quien más provecho sacó de la crisis de fin de año.

El senador por Coquimbo se despercudió de la mochila de críticas y peticiones de renuncia que arrastraba tras varios episodios: vinculaciones de sus hijos al caso SQM, su viaje a Inglaterra al Mundial de Rugby en plena semana distrital y tras el terremoto en su región, Coquimbo; escasa influencia DC en proyectos clave y dificultades evidentes para conseguir acuerdos electorales con sus socios de coalición.

Fue así que tras la arremetida de Burgos tras la cita con Bachelet, Pizarro salió con todo a poner la alfombra roja al nuevo escenario: reveló públicamente que el ministro había renunciado y la presidenta le había pedido “encarecidamente” reconsiderar su decisión, antes de pedir en cuanta entrevista pudo, explicaciones a La Moneda y exigir asumir responsabilidades políticas, incluso apuntando a la presidenta Bachelet.

Para varios en el partido, Pizarro se extralimitó. Se salió del libreto al revelar la dimisión frustrada del jefe de Interior —a la que nunca este se ha referido en público— y equivocó el camino al insistir una y otra vez que el ministro había quedado “empoderado”, según los DC.

Si bien el secretario de Estado efectivamente salió fortalecido según los análisis posteriores de los presidentes de partido de la Nueva Mayoría —el lunes tras la cita con Burgos y los ministros del comité político quedaron convencidos de que había un nuevo trato con el gobierno—, se trata de una realidad de frágil sustento en los pasillos de La Moneda.

“Ganó el rito del poder, en la forma. La pregunta es si es que en el fondo esto es algo distinto o es una maqueta que le permita a Burgos sobrevivir un tiempo más”, reflexiona un funcionario del gobierno.

Bachelet y BurgosLo cierto es que incluso en el entorno del ministro Burgos están conscientes de que no existe tal poder: el titular de Interior ganó en relación directa con la presidenta, por lo que probablemente en los próximos meses no necesite pasar por su Segundo Piso cuando tenga que hablar con la mandataria. Pero, hay algo que no cambió y que ya no tiene vuelta: la relación personal entre ambos. No existe confianza, aseguran varias fuentes en Palacio.

En la DC están conscientes de que entre los varios caminos, quizás Burgos podría tomar el del ex ministro Edmundo Pérez Yoma, quien no detentaba una gran relación con la mandataria, pero ejercía poder a su antojo sin reparo alguno desde la Presidencia. En el partido coinciden en que Burgos tiene hoy el espacio y debería aprovecharlo, pero dependerá de sus ganas y sus intenciones.

Con todo, en La Moneda señalan que el principal escollo de ese poder es la propia presidenta Bachelet, quien, ya se sabe, no cambiará su diseño de trabajo basado en la confianza de un círculo de hierro que hoy se reduce a Uriarte y la jefa de prensa, Haydée Rojas. Precisamente el esquema que quieren derribar desde la DC y gran parte del oficialismo. De hecho, las mismas fuentes añaden que la presidenta está molesta con su ministro del Interior y con su partido, el que creen aprovechó de jugar sus cartas para mejorar su posición de poder y negociación en todos los desafíos políticos y electorales que se vienen. La presidenta considera además que Burgos tiene todo a la mano y es él quien no logra empoderarse, o no quiere hacerlo.

La fragilidad del vínculo es evidente. Otros creen que Bachelet busca ganar tiempo para un cambio de rumbo mayor, sin Burgos en un nuevo mapa de poder.

El verano podría, quizás, ayudar a aquilatar la resaca de un Año Nuevo para el olvido en el palacio de La Moneda.

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