Durante los últimos años, cuando el tiempo y su estado de salud se lo permitían, el ex presidente Patricio Aylwin, le pedía a su enfermera que lo llevara a pasear a la calle Visviri, en Las Condes, ya que los árboles que decoraban el paisaje de la pequeña calle le recordaban a los de su infancia en San Bernardo, donde se crió junto a su familia.
Son poco más de las once de la mañana de hoy, y la carroza fúnebre que transporta el cuerpo de la figura más representativa de la transición chilena desde la dictadura hacia la democracia, enciende el motor. El ataúd va cubierto con la bandera de Chile. Sus familiares y más cercanos comienzan a salir de la casa de Arturo Medina en Providencia, donde el ex presidente vivió por más de 60 años, luego de una misa privada liderada por el cura jesuita Felipe Berríos.
La familia comienza a subir a los autos. En el primero, detrás de la carroza, va Leonor Oyarzún, su esposa y compañera de toda la vida. Seis motoristas encabezan la caravana. La primera parada será en la municipalidad de Providencia, por expresa petición de la alcaldesa Josefa Errázuriz, debido a que el último acto público con presencia del símbolo de la falange fue cuando lo nombraron hijo ilustre de su comuna adoptiva.
A las 11.23, parten los autos con sus hijos, nietos, hermanos y su viuda.
Arturo Medina, Diego de Almagro, Bilbao, Pedro de Valdivia, Eliodoro Yáñez. Luego la Alameda. La misma que, una vez, un presidente al que él se opuso dijo que se abriría algún día. Hoy, con el tráfico cortado y la gente esperando la procesión, podría decirse que la profecía de Allende sí se cumplió.
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A las 11.56 la carroza del Hogar de Cristo que lo transporta toma Providencia desde Eliodoro Yáñez. En Eliodoro Yáñez con Román Díaz el cuerpo de bomberos de Providencia hace sonar las sirenas de sus carros bomba. En Condell los autos de la familia Aylwin disminuyen la velocidad para poder saludar a la gente. Leonor, abrazada de su hija Mariana, baja la ventana para saludar a la ciudadanía.
En Plaza Italia todos los carabineros, que son más de cien, saludan al presidente.
Luego vino la Casa Central de la Universidad de Chile, donde la caravana bajó la velocidad. Aylwin, a diferencia de las últimas generaciones de abogados de la casa de Bello, estudió Derecho cuando la facultad estaba en la sede central. La carroza pasa y el rector Ennio Vivaldi junto a otras autoridades de la universidad, como el decano de derecho, Davor Harasic, además de alumnos y administrativos, lanzan claveles blancos al auto que lleva el cuerpo de su ex profesor. Porque Aylwin, por muchos años, se dedicó a hacer clases en su querida facultad. Incluso llegó a confesar que se hubiera sentido mucho más cómodo como rector de la universidad que como presidente del país. Alejado de las luces. Un rol mucho más acorde a esa personalidad prudente que lo distinguió siempre.
Pero en el homenaje no solo habían autoridades y alumnos de la universidad, también se sumaron Fernando Soto, rector del Instituto Nacional, junto a profesores y alumnos. Las dos más importantes instituciones educacionales en la historia del país, despedían al presidente que logró derrotar a Pinochet en su propio marco institucional.
Mientras, en la sede central de la Democracia Cristiana, los principales rostros del partido esperan su llegada, mezclados con los militantes del partido. Arriba del escenario montado justo a la entrada de la sede, esperan miembros del ballet oficial de la Municipalidad de la Granja. Cuatro niñas vestidas de azul, un niño vestido de blanco, formando, juntos, los colores de la falange. Desde los parlantes se escucha al animador de la jornada: don Patricio viene en Plaza Italia. Movamos las banderas, camaradas. ¡Qué se escuche más fuerte! Hay que recibir al camarada Aylwin como corresponde.
La gente responde flameando las banderas. Todos cantan el himno de la DC: Ximena Rincón, la ministra del Trabajo, canta y baila al son de la música. A su lado está el ministro de Obras Públicas, Alberto Undurraga, quien no para de mirar su celular. También Eduardo Frei. Más allá se ven Carolina Goic, nueva presidente del partido junto al recientemente renunciado timonel, Jaime Pizarro. También están Gutenberg Martínez y Soledad Alvear. Juan Carlos Latorre intenta ordenar a la gente. También están los hermanos Walker. Incluso Iván Fuentes, de impecable terno, sin su parka azul característica.
Patricio, amigo el pueblo está contigo. Por los parlantes comienza a sonar un jingle. Se abrió el arcoiris y estaba la gente. Todos corean gana la gente, Chile es futuro. ¡Gana, la gente, Aylwin presidente! Cada vez están todos más apretados. Las banderas flamean y los adherentes tienen en los brazos jinetas como las que ocupan los capitanes de los equipos de fútbol, con el símbolo de la DC. Otros también tienen chapitas con la cara de su prócer. Eduardo Frei Montalva, ¡presente! Una pantalla gigante muestra fotos antiguas de Aylwin, acompañadas de canciones de Nana Mouskouri, intercaladas con el himno de la DC.
A las 12.20, llega la carroza y comienzan los gritos. La gente se aprieta, se agolpa. Los asesores de prensa comienzan a preocuparse de que sus ministros o parlamentarios pasen adelante a recibir la carroza. Juan Carlos Latorre hace señas a los asesores para que no manden más gente, que no cabe nadie más. La gente aplaude. Aylwin, amigo, el pueblo está contigo. ¡Jota, jota!
—¡Justicia!
—¡Social!
—¡Redención!
—¡Proletaria!
—¡Socialismo!
—¡Comunitario!
—¡Democracia!
—¡Cristiana!
Por la pantalla pasan extractos del discurso de Patricio Aylwin en el Estadio Nacional, con la misma frase de los “militares y civiles” –repetida hasta el cansancio en la televisión abierta– y del cambio de mando, con Pinochet haciéndose el desentendido.
Comienza la presentación del ballet oficial. Una especie de cueca al ritmo del himno de la DC chilena. Y ahí acaba el homenaje de su partido. Sin discursos, sin estridencias. Como seguro le habría gustado. Un ex presidente del partido comenta que la muerte de su máximo prócer tiene que servir para que un partido importante en la historia de Chile, redefina su rol y vuelva a ser influyente, mientras camina hacia compañía junto a los militantes del partido.
Carabineros cierra el paso de los militantes que avanzan por Morandé. Jorge Pizarro intenta convencerlos de que dejen pasar a la gente, lo mismo Juan Carlos Latorre. Ya pos Pizarro, y te votamos de nuevo para presidente. Este es el peso de nuestros parlamentarios. El ex presidente de la DC mira a los que les gritan con una sonrisa. Se nota que los conoce. Mientras, se escuchan los primeros gritos ofensivos de la gente que mira la escena detrás de las vallas papales. Vayan a trabajar, políticos. ¡Está bueno el desfile, golpistas!
La carroza entra a la Moneda por Teatinos, de la misma forma que lo hizo cuando Aylwin asumió el poder. El orfeón de Carabineros toca el himno nacional, mientras la presidenta Bachelet –de negro y con la banda presidencial- lo espera a la entrada del palacio de gobierno. Leonor Oyarzún baja del auto, esta vez del brazo de su hija Isabel, junto a su escolta mujer. La familia mira de pie cómo va avanzando el auto que lleva al ex presidente al lugar donde será velado. Bachelet se queda en silencio.
Por un segundo solo suenan los clarinetes de Carabineros desde los balcones de la Moneda. Pero son pocos segundos los que dura el sonido; al poco rato comienzan los C-H-I espontáneos de la gente que aplaude desde la Plaza de la Ciudadanía.
La carroza espera para entrar al ex congreso por Catedral, mientras los presidentes de la Cámara de Diputados, Osvaldo Andrade, y de la de Senadores, Ricardo Lagos Weber, se preparan para recibir el ataúd. Los acompañan Andrés Zaldívar -quizás el más afectado-, Yasna Provoste, Marco Antonio Núñez, Gabriel Silber e Isabel Allende, además del General del Ejército, Humberto Oviedo.
Hay confusión sobre cómo sacar el ataúd del auto. Lagos Weber incluso bromea con que lo saquen por el lado izquierdo. Los mismos que esperaban en la entrada, más la presidenta de su partido, Carolina Goic, llevan el féretro hacia el interior del Ex Congreso, en cuyo patio Carabineros le rinde otro homenaje. Pasa la comitiva y se escucha el “escuadrón, descanse”. Otra vez la gente se agolpa para entrar, incluyendo a los canales de televisión, que mandaron a sus periodistas más famosos a cubrir el histórico evento.
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El salón está repleto. Parlamentarios de todos los sectores políticos llegan a rendirle homenaje al ex presidente, unidos todos en un homenaje a la democracia. Algo con lo que, probablemente, Aylwin soñaba al asumir la presidencia a principios de los 90, con el 44% del país en contra y Pinochet respirándole en la oreja, amenazando incluso con romper el estado de derecho si le tocaban a uno de sus hombres. Colaboradores de los viejos, defensores de la obra de la Concertación, pero también aquellos políticos llamados a renovar los liderazgos. Giorgio Jackson, Jaime Bellolio, Carolina Goic.
El ataúd llega al lugar predispuesto y comienzan las guardias, que duran diez minutos cada una. Primero, pasan Isabel Allende, Maya Fernández y Fulvio Rossi. Luego los últimos presidentes de la DC: Andrés Zaldívar, con los ojos vidriosos, Juan Carlos Latorre, Ignacio Walker y Soledad Alvear.
En la primera fila, de luto, Mariana Aylwin saluda a la gente que los vino a ver. Las guardias se suceden y parlamentarios de la oposición le rinden homenaje, como Patricio Melero y Francisco Chahuán. A las 13.50, por los altoparlantes piden que la gente haga espacio, que entrará la sociedad civil a rendirle homenaje al ex presidente. Al momento, hace ingreso una comitiva compuesta por el ministro del Interior, Jorge Burgos; de Hacienda, Rodrigo Valdés; y de la Secretaria General de la Presidencia, Nicolás Eyzaguirre. Fulvio Rossi se sorprende. “Esta es nuestra sociedad civil. Tenemos un gobierno de ciudadanos”, le comenta riendo a sus cercanos.
Pocos minutos después se abre el ataúd, para que los que quieran ver a la cara al ex presidente por última vez. Es larga la fila, por lo que son pocos los segundos para ver al primer presidente luego de la dictadura. Aylwin está serio, vestido con un terno oscuro y los brazos cruzados. “Más formal que elegante”, como dijo Ascanio Cavallo, el periodista que probablemente mejor lo entendió, en su columna de ayer en La Tercera.
Y así se despide del mundo el hombre que devolvió la paz al país. Ahora, probablemente, esté buscando algún lugar con árboles similares a los de su San Bernardo querido.