“Que Dios nos ayude”. Así concluyó la primera cuenta pública que el recién asumido Presidente Patricio Aylwin realizaba ante el Congreso Pleno el 21 de mayo de 1990. Un ritual que recuperaba su tradición republicana inaugurada en 1925 y que fue suspendida tras el golpe militar de 1973 al cerrarse el Parlamento. El discurso más que una cuenta fue una proyección histórica respecto al cambio radical que estaba naciendo, tras pasar de una dictadura a un régimen democrático bajo singulares características que hicieron de este proceso un evento único en el mundo. Esta principal característica radicó en que el poder se entregaba de forma pacífica y que el ex presidente, Augusto Pinochet, continuaría al mando de la comandancia en jefe del Ejército. Ante lo cual el primer elemento que caracterizó tanto este discurso como el efectuado meses antes en el Estadio Nacional fue sin lugar a dudas la cautela, expresada en un fuerte llamado a trabajar juntos, cívicos y militares y distinguir entre lo que el gobierno militar y la institución militar. Una titánica y compleja tarea que hizo que todos sus deseos fueran invocados a Dios.
En estos primeros meses de su gobierno comienza a nacer la tesis que marcaría gran parte de sus cuatro años al mando de La Moneda: “la justicia en la medida de lo posible". Tesis que se esboza claramente en estas dos alocuciones, tanto la del 11 de marzo como la del 21 de mayo. Su intento por lograr recomponer las relaciones cívicas- militares no tuvo un inicio auspicioso.
Ante un Estadio Nacional repleto de una multitud ansiosa por el regreso de la democracia, Aylwin hace un llamado que no tuvo la recepción más esperada de la atenta y participativa audiencia. “Es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante: restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares”. Ante esas palabras textuales del discurso escrito, el presidente tuvo que improvisar una dura arenga para contener la tormenta de pifias que se dejó caer desde la galería del coliseo de Ñuñoa. “Sí señores, sí compatriotas, civiles o militares: ¡Chile es uno solo! ¡Las culpas de personas no pueden comprometer a todos! ¡Tenernos que ser capaces de reconstruir la unidad de la familia chilena! Sean trabajadores o empresarios, obreros o intelectuales; abrir cauces de participación democrática para que todos colaboren en la consecución del bien común”, agregó para apaciguar del descontento del auditorio.
Aylwin comienza de esta forma a imponer el estilo que marcará su gobierno, un gobierno de transición en el cual debía predominar la prudencia ante todo, con el objetivo final de encontrar los acuerdos necesarios para otorgarle gobernabilidad al país.
Su primera hoja de ruta
En el discurso del 21 de mayo el líder democratacristiano marcaría de forma general los ejes neurálgicos por los cuales a su juicio tenía que transitar su mandato. Esta especie de hoja de ruta fue la siguiente:
1º Esclarecer la verdad y hacer justicia en materia de derechos humanos, como exigencia moral ineludible para la reconciliación nacional.
2º Democratizar las instituciones.
3º Promover la justicia social, corrigiendo las graves desigualdades e insuficiencias que afligen a grandes sectores de chilenos.
4º Impulsar el crecimiento económico, desarrollo y modernización del país.
5º Reinsertar a Chile en el lugar que históricamente se había ganado en la comunidad internacional.
Cada uno de estos puntos estaba orientado a encontrar la reconciliación y además a revertir los altos índices de desigualdad y pobreza con los cuales recibió su gobierno. Esas fueron las líneas centrales que fijaron la pauta de las 81 carillas que tuvo aquel histórico discurso.
Los acuerdos
En una larga introducción el nuevo presidente reforzó la idea de la necesidad de los consensos, con el fin de no generar un ambiente hostil con las FF.AA que aún ostentaba una buena cuota de poder con Pinochet como su jefe. Aylwin fue claro en resaltar este punto considerado central: “La democracia supone, como cimiento indispensable, el consenso general sobre las reglas fundamentales de la convivencia colectiva. Puesto que en ella la autoridad se funda en la voluntad de aquellos a quienes obliga, única manera racional de conciliar autoridad con libertad, el régimen democrático será más sólido y estable mientras mayor sea el grado de consentimiento que suscite en la comunidad nacional. Esto nos exige a los demócratas, en todo tiempo y muy especialmente -como es el caso nuestro- en la etapa de reconstrucción democrática en que estamos, poner el máximo empeño, con generosidad e inteligencia creativa, para alcanzar los mayores y más firmes acuerdos posibles”. En esa línea apoyó su tesis de los acuerdos con un ejemplo: las reformas constitucionales aprobadas por plebiscito, tras el consenso generado por la entonces Concertación de Partidos por la Democracia y el gobierno militar, lo que a su juicio era el camino que se debía continuar para los cambios que pretendía instaurar y para la sana convivencia de un agitado mundo político.
La Concertación
En su discurso también expresó su satisfacción por el modo en cómo se estaba organizando una naciente Concertación que aglutinaba en sus filas a visiones históricamente opuestas como las democratacristianas y las socialistas y comunistas: “También los agoreros presagiaron que, por la diversidad de sus inspiraciones doctrinarias, serían incapaces de mantenerse unidos para dar gobierno al país. Felizmente, los hechos están demostrando lo contrario. Con profunda satisfacción, quiero señalar hoy que los partidos de la Concertación Democrática están colaborando con el Presidente de la República con lealtad y espíritu cívico”, expresó.
El presente, el pasado y el futuro
Aylwin abogó también por mirar más hacia adelante que hacia atrás. Con ello pretendía evitar que el debate se centrara en una revisión histórica de los hechos del pasado y que significaron el quiebre institucional del país: “Pienso que si queremos reforzar la unidad nacional, debemos todos poner los ojos en el futuro común que nos une, más que en el pasado que nos divide. Dejemos a la historia que juzgue lo ocurrido y pongamos nuestro afán en los quehaceres que la patria ahora nos reclama para forjar el porvenir”, dijo ante el Congreso Pleno recibiendo los aplausos de la mayoría de los presentes.
El único momento de ese discurso donde marcó una distancia con el régimen saliente fue cuando dijo tajantemente que el anterior régimen había sido una dictadura, sin ningún tipo de adorno eufemístico: “Pero nadie puede impedirnos decir la verdad cada vez que lo estimemos necesario, con delicadeza y a la vez con firmeza, como lo estamos haciendo. Nadie puede ofenderse porque se diga que en Chile hubo dictadura; es tan sólo llamar las cosas por su nombre”, dijo. Tal posición será parte de un debate que aún no se resuelve, pues en su momento el líder de la DC mostró su beneplácito a la acción cometida por los militares, incluso llegando a llamar lo ocurrido en 1973 como un pronunciamiento militar.
Derechos humanos
En materia de Derechos Humanos expresó su deseo de que la Comisión de Verdad y Reconciliación logre sus objetivos, enfatizando en la idea matriz de que este siempre ocurra “en la medida de lo posible”: “En cuanto al delicado asunto de las violaciones a los derechos humanos, consecuente con mi reiterada afirmación de que la conciencia moral de la nación exige que se esclarezca la verdad, se haga justicia en la medida de lo posible -conciliando la virtud de la justicia con la virtud de la prudencia- y después venga la hora del perdón, he constituido la Comisión de Verdad y Reconciliación para avanzar hacia esas metas en forma seria, pacífica y con las necesarias garantías”. En ese plano, el recién asumido mandatario instaba a generar en conjunto, incluido el mundo militar, aportes para dicha comisión que más tarde pasó a denominarse como la comisión Rettig.
Aylwin destacó los avances que se estaban dando en esta materia en las reformas constitucionales aprobadas en el plebiscito: “La Vigencia de Derechos Humanos. La base fundamental de toda democracia es el pleno respeto a los derechos fundamentales de la persona humana. En la reforma constitucional aprobada en el plebiscito de julio último se amplió la norma del artículo que pone como límite al poder del Estado el respeto a dichos derechos, haciéndose expresa referencia a los consagrados en los tratados internacionales ratificados por Chile”, señaló.
El presidente también enumeró los cambios que pretendía realizar sobre todo en políticas de vivienda, y de combate a la desigualdad. Además de anunciar la creación de nuevas instituciones como el Servicio Nacional de la Mujer, el Instituto Nacional de la Juventud y otros órganos como el Consejo de Pueblos Indígenas. Así también otorgó rango de ministerios a ODEPLAN y a la Secretaría General de la Presidencia.
Último llamado
El presidente terminó su larga y completa alocución insistiendo en las ideas matrices, siempre en torno a los principios de los acuerdos y la reconciliación, sabiendo que dicha tarea no era fácil, pues se encontraba sujeta al comportamiento tanto del mundo militar como político. Aylwin cierra aquella histórica sesión plenaria del Congreso, invocando a Dios y al pueblo de Chile a cumplir con la tarea de enmendar el rumbo del país tras años de divisiones. “El Gobierno, el Congreso Nacional, los Tribunales de Justicia, los partidos políticos, las organizaciones sociales, tenemos en esta etapa una responsabilidad histórica: estar a la altura de lo que Chile tiene derecho a reclamarnos y nuestro pueblo espera de nosotros. Lo conseguiremos en la medida misma en que la sabiduría y la prudencia -y no las pasiones, ni los egoísmos, ni los impulsos vehementes- presidan nuestra conducta”, finalizó el jefe de Estado haciendo este último llamado a actuar bajo la prudencia, siempre en la medida de lo posible.
Las reacciones al discurso
Tras abandonar los salones del nuevo Congreso Nacional ese 21 de mayo de 1990, diversas fueron las reacciones que generaron sus palabras dentro del mundo político. Mientras algunos destacaron su visión de futuro, otros reclamaban por el escaso reconocimiento que hizo del gobierno militar, centrando solo las críticas por violaciones a los derechos humanos.
El entonces senador Sebastián Piñera extrañó alguna palabra de elogio a lo bueno que a su parecer había hecho el saliente gobierno de Augusto Pinochet: “El balance del pasado fue no equitativo, junto con enfatizar errores como se cometieron en derechos humanos, se debieron haber enfatizado los aciertos que como sociedad hemos logrado los últimos años”, expresó según registros de prensa. En la misma línea el senador Jaime Guzmán criticó lo que a su juicio fue una visión injusta respecto de lo obrado por el gobierno saliente: “Nos parece que en tanto en el diagnóstico del pasado hay un juicio injusto y parcial sobre el anterior régimen”, dijo
Por su parte el diputado Alberto Espina criticaba la falta de lineamientos que había para el gobierno: “No veo una proyección hacia el futuro, una línea de orientación clara de lo que va a hacer su gobierno”, indicó.
En tanto el por aquellos años senador Eduardo Frei Ruiz Tagle resaltó la diferenciación que hizo en torno al mundo militar: “Ha dicho claramente que criticar al gobierno anterior no es criticar a las fuerzas armadas”.
Así culminaba un trascendental día dentro de la historia reciente de nuestro país. Se reabría el Congreso Nacional tras 17 años clausurado y el nuevo presidente elegido democráticamente expresaba a la nación la idea que tenía de país. Una idea centrada en los acuerdos y en las recuperaciones de las confianzas. Un discurso que más que una cuenta, fue un trazado de pensamientos e intenciones para el futuro que se le venía encima con los cuatro años que debía estar al mando de La Moneda. Aylwin trazaba las primeras líneas. Intentaba marcar su impronta.