Por Juan Andrés Quezada // Fotos: José Miguel Méndez Abril 1, 2016

El socialista Luis Maira (75) viene llegando de La Habana, donde participó —en su rol de acompañante— en una nueva reunión entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), quienes negocian la paz definitiva. Ni la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a Cuba interrumpió las negociaciones, que se encuentran en su etapa final, cuenta el representante chileno.

“El proceso de paz está bien encaminado y hay estimaciones de ambas partes que a fines de mayo o principios de junio se firmarán los acuerdos de paz. Por ello, estamos en una fase muy intensa. Después tendremos otras complejidades cuando ejecutemos el acuerdo, y ahí Chile puede ayudar mucho”, cuenta Maira desde la sede de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en Vitacura.

—¿Qué rol podría tener Chile en la ejecución del proceso de paz?
—Puede aportar en dos campos muy importantes: su experiencia en comisiones de verdad y reconciliación, donde ya ha apoyado a otros países, como Sudáfrica, y su experiencia en fuerzas de paz, que tiene desde 1949, y que hoy se encuentran en Haití.

—¿Por qué Chile está tan activo, a nivel regional, en la búsqueda de apoyos para el proceso de paz en Colombia?
—Porque nos invitaron. El presidente Santos llamó en 2012 al presidente Piñera y le pidió la participación de Chile. El gobierno aceptó, encargo que la presidenta Bachelet ha continuado, ya que coincide con su política exterior centrada en América Latina. La presidenta me pidió que yo trabajara en esto y yo invité, con el acuerdo de ella, al embajador Raúl Vergara, que tenía un largo trabajo en el campo militar, que es muy importante en un proceso de paz en que hay un grupo armado como interlocutor.

BOLIVIA y la despedida de evo

—¿Cómo ve el actual momento de las relaciones con Bolivia?
—En Chile no se ha apreciado suficientemente lo que representó el decenio de gobierno del presidente Evo Morales entre 2006 y la fecha actual, porque antes de su mandato Bolivia era un país que tenía un gran déficit de organización política y de estabilidad institucional. En febrero de 2006 me tocó acompañar al presidente Ricardo Lagos —que estaba terminando su gestión— a la asunción de Morales. Los tres tuvimos una conversación muy impresionante. Lagos le habló con cordialidad, pero con franqueza y le tocó lo que era la clave de este asunto: le dijo: “Mire, yo he tenido el mejor interés en tener una mejor relación con Bolivia, pero usted es el sexto presidente boliviano con el que tengo que hablar. Empecé con Hugo Banzer, a quien le dio un cáncer y asumió su vicepresidente, Jorge Quiroga, quien terminó su mandato, y eligieron a Gonzalo Sánchez de Lozada, quien duró unos meses tras una sangrienta huelga, quedando Carlos Mesa, quien también renunció a su cargo, asumiendo el entonces presidente de la Corte Suprema, Eduardo Rodríguez Veltzé (hoy agente de Bolivia ante La Haya), y ahora me toca hablar con usted. Entonces usted comprenderá —le dijo— que cualquiera sea la voluntad de un gobernante, no es posible darle continuidad a ninguna política cuando un presidente tiene que tratar con seis interlocutores distintos”. Esta ha sido la clave de por qué no hemos tenido ni ahora ni antes un diálogo constructivo con Bolivia.

—Pero justamente en los últimos 10 años Chile tuvo en Morales un interlocutor con apoyo político…
—Evo logró hacer lo que Bolivia no tenía: darle estabilidad a un sistema político, construir un bloque mayoritario en torno al MAS y encabezar un gobierno con un programa que fue ejecutando gradualmente. Ese programa al principio no tenía el tema de la salida al mar, pero cuando se incluyó, toda Bolivia confluyó en torno a este gran objetivo. Ahora estamos en otro escenario. Evo ha perdido el plebiscito para su reelección y estos últimos años en el poder estarán atravesados por la pugna interna sobre quién lo sucederá. Ya hay dos corrientes bien definidas que se disputarán el poder, como en cualquier país del mundo.

En Chile no se ha apreciado suficientemente lo que representó el decenio de gobierno del presidente Evo Morales entre 2006 y la fecha actual, porque antes de su mandato. Bolivia era un país que tenía un gran déficit de organización política y de estabilidad institucional

—¿Cómo influye esto en la estrategia chilena frente a La Haya?
—Pone un nuevo contexto de menor consenso interno en Bolivia, y de menor dedicación al objetivo de hacer del mar el eje de su política nacional y exterior. Ahora habrá otro eje: quién viene después de Morales, que es un gran reto para la oposición y para el partido de gobierno, que debe escoger un líder.

—¿En este contexto se enmarcaría la arremetida de Morales por el río Silala?
—Como le decía, el fin de una gestión de Morales, de 14 años (al año 2019), significa el fin del gobierno más largo y estable en la historia de Bolivia, y eso puede traer fragmentación y conflictos al conjunto del régimen político boliviano, como los que tuvo antes del 2006. Morales es hoy un hombre que no tiene el poder que le conocimos y, al estar en una situación de mayor debilidad, no resulta extraño que recurra a temas como los conflictos con Chile, que pueden permitirle algunos consensos en su último mandato, cuando está de salida y carece de futuro.

—¿Qué opina de la solicitud de parlamentarios de oposición para que Chile se retire del Pacto de Bogotá?
—Comparto la opinión que han expresado los ex cancilleres. Este es un asunto cuyos efectos hay que ponderar bien en cuanto a su impacto en los demás países de la región que siguen siendo parte —en su gran mayoría— del Pacto de Bogotá, cuya denominación formal es Tratado de Solución Pacífica de Conflictos, y que es un instrumento que está asociado a un conjunto de otros mecanismos, como los buenos oficios, las mediaciones, las conciliaciones y los arbitrajes. Chile siempre ha sostenido que sus posiciones se apegan a las normas del derecho internacional y que tiene confianza en la fortaleza de sus puntos de vista. Muchos gobiernos y organizaciones de nuestro continente verían una decisión puramente reactiva ante las acciones bolivianas, un abandono de nuestra postura tradicional, e incluso podrían interpretarlo como un tácito reconocimiento de una debilidad de nuestras posturas frente a las acciones emprendidas por Bolivia.

—De cara a la entrega de la contramemoria, ¿cómo evalúa la estrategia chilena tras el reforzamiento del equipo?
— Chile reforzó fuertemente sus posiciones después del fallo que declaró la jurisdicción y competencia de La Haya. Ese incidente, para muchos de nosotros que trabajamos en el conocimiento del derecho internacional público, nos parecía que tenía muy poco destino. Todos los precedentes históricos indicaban que era muy improbable que la corte se abstuviera de continuar conociendo el asunto.

—¿Para usted esta fue una derrota?
—Derrota o no, un fallo negativo en esa dirección era algo muy probable, como fue.

BRASIL y ARGENTINA

—Esta semana, Dilma Rousseff perdió a su principal aliado, el PMDB y quedó a un paso del juicio político, ¿qué le parece la crisis en Brasil?
—De las más grandes que ha tenido Brasil en los años recientes y quizás en toda su historia, y ojalá pueda salir bien de una situación tan poco nítida en el sentido que pareciera que hay fuerza suficiente en la opinión pública y en el Congreso para poner término al gobierno de la presidenta Rousseff. El problema es qué viene después. Y eso tienen que pensarlo los actores muy fragmentados que están sumándose en esta mayoría contra Rousseff.

—¿Cómo socialista, le choca que los líderes del PT estén siendo investigados por corrupción?
—El modelo brasileño es un sistema político que no se debiera favorecer, con multiplicidad de fuerzas, todas las cuales obtienen representación parlamentaria, de modo que para hacer un gobierno hay que formar una coalición extensa. En el caso de Dilma eran nueve partidos, y el partido de gobierno, contra todo lo que la gente pueda creer, siendo un partido nacional, con prestigio internacional y bastante poderoso, tenía del orden de 70 diputados sobre un número de 513 en el periodo anterior, incluso ahora bajó con esta crisis. Y la verdad es que un presidente que tiene una base de apoyo parlamentaria pequeña y que tiene que ir a buscar a varios pequeños partidos para armar la coalición, tiene que ofrecerles demasiadas cosas a esos partidos, y esa es la antesala de la corrupción. Los partidos piden los espacios donde puedan hacer política clientelista y entregarles a sus dirigentes y a sus electores ventajas, y ahí empieza el problema de todos los gobiernos, también de los dos mandatos del presidente Cardoso, que igualmente no tuvo fuerza con su propio partido y tuvo que formar una coalición amplia, que pidió cargos en el gobierno. Hay un viejo dicho de la política chilena que se hizo muy popular en América Latina: “A mí no me den, pónganme donde haiga”. Y en Brasil la gente exige estar donde haya ventajas administrativas, creando un entorno de irregularidades y de corrupción. Ahora el tema se ha concentrado en un asunto mayor, que es la situación de Petrobras, que son cifras muy altas y hay muchos más casos que están en la antesala o en plena actividad judicial.

Chile puede ayudar a ejecutar el acuerdo de paz entre Colombia y las FARC. Y aportar en dos campos muy importantes: su experiencia en comisiones de verdad y reconciliación, donde ya ha apoyado a otros países, como Sudáfrica; y su experiencia en fuerzas de paz que tiene desde 1949, y que hoy se encuentran en Haití

—En círculos políticos y diplomáticos se especuló que Rousseff viajó a Santiago a fines de febrero en busca de antecedentes para medir el alcance de las investigaciones a empresas constructoras de gran presencia en América Latina, incluyendo Chile.
—No. Ella vino a algo que es muy importante en su política exterior, que es darle un énfasis a una política económica internacional. Su énfasis tiene que estar puesto en una recomposición del impulso productivo en Brasil y Chile es un buen conocedor de esos asuntos. Vino a un país donde puede haber acuerdos positivos y a conversar. Ella, la secretaria ejecutiva de Cepal, Alicia Bárcena, y la presidenta Bachelet tuvieron un cónclave sobre temas de economía internacional, la situación de América Latina y Brasil.

—Sobre Argentina, ¿ve hoy una mejor relación de Chile con el gobierno de Macri que con los de los Kirchner?
—No, creo que con los dos fueron buenas. Hay una cosa estructural que no cambia. En los orígenes de ambas repúblicas tuvimos 30 años fantásticos, luego empezaron los problemas limítrofes que pudieron haber ocasionado tres guerras entre 1850 y 1984, cuando firmamos el Tratado de Paz y Amistad. Desde ahí empezó una relación muy amistosa. Esta respuesta que le doy es para decirle que Chile tiene una buena relación con todos los gobernantes argentinos y que eso no ha cambiado nunca cualesquiera sean las circunstancias internas en uno de los dos países.

—Como ex embajador en Argentina, usted señaló que era muy difícil la extradición del ex jefe del FPMR Galvarino Apablaza.
—Creo que ese es un problema resuelto y que es muy difícil revisar. Cuando lo dije, hubo gente que creyó que había mala voluntad en mis opiniones, pero los hechos le han dado la razón a ese juicio. Conozco muy bien la política argentina y el tema de concesión de refugio —a través de organismos internos argentinos, pero con supervisión de Naciones Unidas— se decidió hace diez años, cuando yo era embajador, y esa decisión no fue posible cambiarla. Se hicieron todas las apelaciones en instancias judiciales y prevaleció la decisión administrativa con respaldo de la ONU que se tomó en favor de Apablaza, deshacer eso es muy difícil.

CUBA y Venezuela

—Usted estuvo en La Habana en la reciente visita de Obama, ¿sintió que estaba en un momento especial?
—Me han tocado otros más especiales, cuando el 17 de diciembre del 2014 se anunció sorpresivamente la renovación de relaciones entre Cuba y EE.UU. El presidente Obama fue recibido con mucha cordialidad y afecto, porque los cubanos aprecian que sea el primer presidente que ha tomado un riesgo, dando pasos concretos para terminar con la política de la Guerra Fría, el bloqueo y el desconocimiento de la posibilidad de relaciones normales. Hoy ni siquiera los sectores más radicales del exilio cubano pueden oponerse a esta política, porque en el propio exilio cubano ha cambiado la correlación de fuerzas, y una mayoría de los más jóvenes quiere tener relaciones más normales con el régimen cubano y menos agresivas y ven un proceso de transición. Raúl Castro ha fijado el 2018 para su retiro y hay una nueva generación de gobierno, una nueva agenda y un nuevo cuadro internacional para Cuba. Si Cuba logra tener relaciones de cierta normalidad con EE.UU., va a poder resolver muchos problemas económicos que le resultaron muy críticos.

—¿Ve alguna salida a la crisis en Venezuela?
—Está muy difícil, nadie puede diagnosticar qué va a pasar, porque los mecanismos institucionales están desplegados a su máximo poder y sin coordinación, no hay un reconocimiento de las atribuciones del otro y el Congreso y el gobierno realizan cosas como si el otro interlocutor no existiera y en contra de lo que se está planteando.

—¿Es una bomba de tiempo?
—Es un escenario complejo.

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