Hoy se cumple un año desde que la presidenta Michelle Bachelet anunció la conformación del segundo gabinete de su gobierno, días después de haber anunciado durante una entrevista con Don Francisco, que le había pedido la renuncia a todo su equipo.
En aquel momento, la situación era crítica. Fuertemente golpeada por Caval y por las investigaciones por financiamiento ilegal a la política, que en el caso de SQM habían llegado hasta Rodrigo Peñailillo, su ministro del Interior y hombre de confianza, la presidenta no lograba repuntar en las encuestas, y sus principales reformas estaban muy cuestionadas. Por ello, las medidas también fueron drásticas: la mandataria sacó a cinco ministros del gabinete, movió a cuatro de cartera y renovó a todo su comité político, entre ellos el ministro de Hacienda, Alberto Arenas. En su reemplazo llegaron Jorge Burgos y Rodrigo Valdés, de un perfil más moderado.
Eugenio Tironi, sociólogo y experto comunicacional ligado a la centroizquierda, fue uno de los que más aplaudió la decisión que tomó Bachelet, pues a su juicio, la conformación del nuevo equipo marcaba un cambio de rumbo. Un año más tarde, su opinión no ha cambiado:
—En ese momento, el gobierno era un transatlántico que si seguía en su mismo curso podía llevar a un Titanic. Eso ha sido disipado —dijo a Qué Pasa.
—El año pasado en Pulso usted afirmó que el cambio de gabinete había significado una reestructuración tan profunda que era como un cambio de gobierno. ¿Todavía tiene esa percepción?
—Completamente. Este gabinete es un gobierno muy diferente al gabinete encabezado por los ministros Peñailillo y Arenas. La prioridad de este gobierno claramente no han sido las reformas, sino el crecimiento y la gestión. También tiene una diferencia de estilo, más pausado y que no ha estado metido al frenesí legislativo.
—Pero también se siguió adelante con reformas importantes: la reforma laboral, la gratuidad, la despenalización del aborto. ¿Disminuyó realmente el frenesí legislativo?
—Sí, es cierto, la reforma laboral y la gratuidad han sido reformas importantes, pero se han hecho con mucho mayor debate y discusión parlamentaria de lo que fueron los casos anteriores. El primer año del gobierno de Bachelet fue un año lleno de reformas muy polarizantes, que generaron discrepancias al interior de la coalición de gobierno, con la oposición, con el mundo empresarial y con los padres o apoderados. Esta segunda etapa ha sido mucho más tranquila, sin ninguna duda. Los ministros también están más empoderados, cada uno está desplegando sus agendas propias.
—¿Pero están más empoderados? Que la presidenta viajara a la Araucanía sin informarle al ministro Burgos, la desautorización a Ximena Rincón por el veto de la reforma laboral o el mismo manejo de la crisis en Chiloé parecen ser muestras de lo contrario.
—Todos esos son ejemplos de que están más empoderados. Tienen más opiniones propias, discrepan entre ellos y no siempre están 100% de acuerdo, lo que es propio entre personas adultas. En el gabinete anterior, todos eran muy dependientes del gobierno de Peñailillo, y a través de él, de la Presidenta de la República. Muchos ministros tenían temor a dar sus opiniones y vivían preocupados de lo que pensaba de ellos el ministerio del Interior. El gabinete de ahora está mucho más emancipado.
—¿Cómo lo evalúa?
—Lo evalúo bien. No es un gobierno que esté haciendo maravillas –tampoco pretendo que ningún gobierno haga maravillas–pero creo que la vida del país transcurre pacíficamente. Los conflictos se han resuelto, se llega a acuerdos en algunas cosas con la oposición, se recurre al Tribunal Constitucional y se respetan los fallos, las investigaciones sobre financiamiento a la política y tráfico de influencia se están haciendo y se ha puesto más énfasis en las productividad y crecimiento, que hoy día es evidentemente es una necesidad, porque la desaceleración se traduce en desempleo. Un gobierno, como son los gobiernos.
—¿Cuál ve que son las principales debilidades?
—Debilidades de gestión, en todo lo que es ingeniería de detalles para materializar las cosas, en poner la inteligencia y los recursos donde se ponen las palabras. Ese es un déficit que vienen arrastrando todos los gobiernos de Chile hace bastante tiempo, pero que hoy día se acentúan más.
—¿Por qué cree que ha sido más evidente en este gobierno?
—Porque el gobierno de Bachelet se fundó sobre la base de hacer reformas. Las reformas parten con obra gruesa y formó un equipo pensando en eso. Pero todo el mundo sabe que los ingenieros que sirven para la obra gruesa no son los mismos que sirven para las terminaciones.
—¿Y qué se debió haber hecho entonces?
—No sé que se pudo haber hecho para que fuera mejor, pero creo que no vendría mal hacer una suerte de auditoría a todos los puestos públicos, sobre todo de segundo, tercer y cuarto nivel. Decirles que estamos en un momento más apretado, hay que aumentar la productividad y la eficacia, y ver si están en condiciones de hacerlo. Si usted es demasiado romántico o es muy bueno para la obra gruesa, mejor váyase a otro emprendimiento.
—Pese a lo profundo del cambio, en un año la presidenta no ha logrado repuntar su aprobación…
—Lo notable es que no ha bajado. El propósito de este gabinete era evitar un colapso, no ascender al paraíso. La situación en 2015, cuando ocurre el cambio, era muy crítica, muy amenazante. Esa es una cuestión que uno pierde de vista. Pero a los bomberos uno no los evalúa en función a si dejaron la casa limpia y encerada, sino por cómo se sigue propagando o no el incendio. Yo creo que así hay que juzgar a este gabinete.