Por Víctor Hugo Moreno y David Muñoz Junio 9, 2016

Miércoles 8 de junio de 2016. Puerta de Morandé 80 del Palacio de La Moneda. Las luces de las cámaras de televisión iluminan la oscuridad casi invernal del costado oriente del palacio de gobierno. El reloj marca casi las 18 horas y recién el renunciado ministro del Interior, Jorge Burgos, cruza por última vez el famoso umbral. Lo hace como ciudadano y casi seis horas después de haber entregado el mandato que conservó durante 13 meses.

La imagen de su despedida de La Moneda está marcada por una palabra que salió de su propia boca: cansancio. Tal como si fuera un partido de fútbol, Burgos, el jefe de gabinete, era una especie de conductor, un “10” clásico que reparte juego, habilita, pone las pausas o acelera, según el momento que vive el partido. En este caso, el jugador principal arrastraba cansancio y la pelota ya no pasaba por sus pies. Se estaba convirtiendo en un jugador intrascendente. Un volante que sucumbió a las vicisitudes del juego y terminó pidiendo cambio.

Renunció a primera hora del miércoles tras una hora de reunión con la presidenta. Aunque físico, el cansancio argüido por el ex diputado DC era también mental. Pero, principalmente, político, pese a los dichos de la presidenta de su partido, Carolina Goic, que negaba esta realidad.
Los desencuentros del principal funcionario del gobierno con la presidenta Bachelet no se cuentan con los dedos de las dos manos. En la retina está la fallida renuncia que le presentó en vísperas de Año Nuevo después de ser marginado de un viaje a La Araucanía, y que la presidenta se negó a aceptar y firmar. Fue el más público y fuerte impasse que terminó con promesas de nuevo trato que nunca se cumplieron. Siempre hubo distancia y tensión. Dicen varias fuentes en La Moneda que su renuncia se viene discutiendo desde marzo pasado e incluso se vaticinaba que no pasaba del 21 de mayo. Pero ese día, el del mensaje presidencial, Burgos estuvo. De ahí en adelante, cada vez más ausente.

Una vez más, leyeron en la Nueva Mayoría, la presidenta Bachelet busca refugio en un representante de la vieja Concertación. Mario Fernández ya dijo que creía en el programa. Pero la pregunta que se hacen todos es: ¿A qué viene Fernández?

Datos duros: de los últimos cuatro consejos de gabinete se ausentó dos. El 29 de febrero se encontraba de vacaciones cuando la presidenta encabezó el primer encuentro de sus ministros después de su descanso estival, y el 2 de mayo último justificó su ausencia aquejado de una fuerte gripe. El viernes pasado en la ceremonia de nombramiento de Claudia Pascual como ministra de la Mujer y Equidad de Género, fue el único integrante del gabinete en declinar la invitación presidencial.

En el ámbito de las decisiones, las distancias se convirtieron en siderales: una fuente cercana al ex ministro reconoce que no estaba de acuerdo con el veto presidencial que buscaba salvar la reforma laboral, la forma cómo se estaba conduciendo el proceso constituyente y el manejo de la situación en La Araucanía. Estuvo prácticamente ausente de la decisión de la presidenta de demandar a Bolivia en La Haya por el río Silala y no compartió la resolución de la mandataria de querellarse contra cuatro periodistas de Qué Pasa. Dicen en La Moneda que en una ocasión le representó su opinión contraria a la acción judicial y que no volvió a insistir en el punto.

Respecto de su relación cada vez más fría y distante con la Nueva Mayoría, en los últimos días recibió uno de los golpes más duros, según quienes lo conocen.

El “téngase presente” del presidente de la Cámara de Diputados, Osvaldo Andrade, ante el TC por el proyecto que establece el control preventivo de identidad, fue un misil del que no pudo recuperarse. La agenda corta antidelincuencia era su proyecto estrella y aunque no era una presentación formal del oficialismo, era una señal de fuerte hostilidad de uno de los principales dirigentes del PS.

Refugio en la Concertación

Dicen en La Moneda que la salida de Burgos estaba planeándose desde la semana pasada. Hay otra versión que dice que estaba renunciado desde la noche del martes. Lo cierto es que Mario Fernández, hasta el miércoles embajador en Uruguay, llegó a Chile el viernes, lo que fue interpretado como una señal de que era considerado desde antes como el reemplazo natural. Los primeros datos del perfil de Fernández despertaron la inquietud en varios partidos de la Nueva Mayoría, principalmente en los dirigentes más a la izquierda del bloque.

Su designación fue asociada a una señal de continuidad de la gestión de Burgos y como un gesto para aplacar los ánimos DC. “Tiene un perfil muy parecido a Burgos”, dijo el también ex ministro del Interior de Bachelet, Andrés Zaldívar. Ambos comparten domicilio en el ala más conservadora del partido, y fuertes vínculos con la Iglesia Católica desde su juventud, pero también representan a una generación genuinamente concertacionista.

Fernández llegó a La Moneda entre el ruido que provocaron sus posiciones contrarias al divorcio y la píldora del día después (siendo integrante del TC votó en contra), el que se encargó de despejar en su primera intervención pública.“Estoy de acuerdo con el programa de gobierno, soy parte de la Nueva Mayoría, como democratacristiano, estoy obviamente de acuerdo con las iniciativas del gobierno sin ningún doblez. El proyecto que envió la presidenta respecto de la despenalización del aborto por tres causales muy concretas yo lo suscribo”, dijo el nuevo ministro.

Otra coincidencia con Burgos: ambos han sido integrantes habituales del tradicional grupo München que reúne periódicamente, y desde hace 22 años, a connotadas figuras del PS y la DC como José Miguel Insulza, Marcelo Schilling, Osvaldo Puccio, Edmundo Pérez Yoma, Gutenberg Martínez, Ricardo Núñez, Gustavo Villalobos, Carlos Figueroa, entre otros, y que en los últimos meses se dan cita en el Café Torres de Isidora Goyenechea.

Una vez más, leyeron en la Nueva Mayoría, la presidenta Bachelet busca refugio en un representante de la vieja Concertación. Fernández ya dijo que creía en el programa, marcando incluso diferencias con Burgos, quien levantó polvareda cuando reconoció que tenía dudas respecto de la tercera causal de violación en el aborto terapéutico. Pero la pregunta que se hacen todos es: ¿A qué viene Fernández?

El desconcierto socialista

La noche del martes, la presidenta del PS, Isabel Allende, consiguió una convocatoria notable en el amplio comedor del cuarto piso del Senado en Valparaíso. Estaban prácticamente todos los senadores y diputados del partido, además de la directiva en pleno y los principales representantes en el gobierno: el vocero, Marcelo Díaz, y el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy. En una cena que se extendió por horas, se habló de todo, del desorden oficialista, de los problemas de conducción y gestión del gobierno y no faltó el que pedía una cirugía mayor al gabinete, según varios de los asistentes, para cambiar el rumbo del gobierno. Otros pedían más influencia del PS en las decisiones de gobierno.
La cita terminó con una declaración de respaldo a la presidenta Bachelet, pero con el compromiso de que la colectividad buscaría tomar posiciones de mayor influencia en el gobierno. No faltó tampoco el que le comentó en privado a Aleuy que debía ser él quien tome el mando del gobierno, algo que en la práctica varios dirigentes oficialistas dicen que ocurre: el que manda es Aleuy.

El subsecretario del Interior era una carta para varios dirigentes socialistas, pero los sorpresivos movimientos del miércoles mantuvieron el Ministerio del Interior en manos de la DC. Ni Marcelo Díaz ni la presidenta del PS sabían que se avecinaba la salida de Burgos y se enteraron esa misma mañana sobre los hechos consumados.

En el PS y en la Nueva Mayoría entienden que el poder de Aleuy a veces se tornó incontrarrestable para Burgos, convirtiéndose incluso para muchos en el “ministro del Interior en las sombras”. Al igual que la influencia que ejerce la jefa de gabinete de la presidenta, Ana Lya Uriarte, la funcionaria de La Moneda en la que más confía la presidenta. Con ambos funcionarios deberá convivir el nuevo ministro, quien deberá construir su relación con la mandataria a partir de un esquema de poder con el que su antecesor no pudo lidiar.

Premio de consuelo

Aunque el ministro Fernández dio inmediatas señales de que su compromiso es con el programa de gobierno, las primeras dudas sobre su figura se instalaron no sólo en la izquierda, sino también en la propia DC. Su relación de cercanía con Gutenberg Martínez y Soledad Alvear lo sitúan en el sector que más dudas mantiene sobre el futuro de una alianza política con el PC. Al igual que Burgos no es de los liderazgos más representativos de la DC, pues de hecho su nombre no figuraba entre los candidatos posibles de reemplazo que la mesa directiva hubiera propuesto, si es que hubiese sido consultada. Fuentes al interior del partido reconocen que la presidenta DC, Carolina Goic, fue meramente informada de la designación de Fernández. “Como siempre ocurre, fue una decisión presidencial absoluta”, dice un miembro de la mesa DC, recordando que Bachelet y Fernández fueron compañeros de gabinete en el gobierno de Lagos y la mandataria terminó reemplazando a su hoy ministro del Interior en Defensa.

El arribo de Fernández generó posiciones encontradas en el partido, donde temen que el “fenómeno Burgos” se vuelva a repetir. A favor del nuevo ministro resaltan su espíritu dialogante y experiencia como Segpres, por lo que su principal tarea será recuperar el orden en las dispersas filas oficialistas, en un escenario en el que dirigentes de su propio partido han profetizado el fin de la Nueva Mayoría.
En el resto de los partidos hay incertidumbre. Varios creen que era necesario un cambio, pero desconfían del rol que pueda asumir y del espacio que le quede durante los casi dos años que restan de gobierno.

“Antes de dar cualquier opinión de Mario Fernández, que seguramente lo conoceremos pronto y que el próximo lunes estará al frente del comité político, veremos cuáles son los propósitos que van a guiar su desempeño como ministro del Interior”, dijo el presidente del PC, Guillermo Teillier, poniendo una cuota de suspenso.

De momento, Fernández no la tiene fácil: no sólo debe hacer frente a las tareas políticas sino que debe hacerse cargo de inmediato de la agenda de seguridad pública y el conflicto en La Araucanía, entre otras decisiones.

Pendientes están los cambios de intendentes, subsecretarios e incluso una eventual cirugía mayor del gabinete. Mientras tanto, hay que ver cómo entra Fernández: con el suficiente juego de piernas para resistir hasta el final del mandato o si necesitará tiempo de adaptación en un partido donde los minutos en contra comienzan a asfixiar con la perspectiva de las municipales de octubre y las presidenciales y parlamentarias del próximo año.

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