Las elecciones municipales han sido un hito decisivo en la configuración del escenario político y electoral de la elección presidencial del año siguiente. Particularmente la elección de alcaldes, desde que en 2004 se eligió en voto separado de la elección de concejales.
La Concertación recuperó buena parte de las comunas perdidas a manos de la Alianza por la dispersión de sus votos el 2000, ello de la mano de sus presidenciables, que salieron del gobierno justamente para respaldar la campaña municipal. Luego vendría la capitulación de Alvear frente a Bachelet en la víspera de las primarias y la emergencia de Sebastián Piñera cuando la Alianza ya había perdido sus expectativas reales de triunfo. Finalmente, Bachelet aventajaría a Piñera en segunda vuelta por 7 puntos porcentuales.
En 2008 ocurrió exactamente lo contrario: la derecha avanzó nuevamente en materia de alcaldes, incluso más allá de lo logrado en 2000, aventajando a la Concertación en votos por primera vez en una elección desde 1988. Todo ello de la mano de Sebastián Piñera, indiscutiblemente instalado como candidato presidencial de la Alianza desde que superó a Lavín en diciembre de 2005. Lo que sigue es conocido, la centroizquierda se dividió en dos candidaturas, Piñera obtuvo una gran votación en primera vuelta y fue electo con una ventaja de 3,2 puntos porcentuales sobre Frei, apoyado en su extensa y comprometida red de alcaldes recién validados por los votos.
En 2012 el péndulo electoral se inclinó nuevamente y de manera abrumadora en favor de la centroizquierda en la elección de alcaldes, planteada prácticamente como un plebiscito al regreso a La Moneda de Michelle Bachelet, omnipresente en la campaña en todo el territorio, frente a una derecha debilitada por el bajo respaldo a su gestión gubernamental y la ausencia de liderazgos presidenciales validados.
La elección de alcaldes de octubre próximo —ésta es mi tesis— será la primera elección separada de líderes comunales que no se constituirá en antecedente cierto de la elección presidencial venidera. Primero, porque contrariamente a lo ocurrido en ocasiones previas, la pérdida de respaldo al gobierno no ha redundado en el incremento correlativo de apoyo a la oposición. Luego, porque como nunca antes, el escenario presidencial está completamente abierto, en la Nueva Mayoría de manera evidente, pero en la derecha la pole position de Piñera ha sido insuficiente para garantizar su candidatura y ni siquiera hay certeza de candidatura única del sector en primera vuelta. Esta elección, además, está marcada por el fin del binominal y el ineluctable debilitamiento de la estructuración política en dos bloques que se avecina, fenómeno que ya se expresará incipiente en esta competencia electoral.
Mi pronóstico para 2016 es que retrocederán los respaldos electorales de ambas coaliciones y aumentará significativamente la votación de los no alineados. Es cierto que la Alianza tendrá un mejor resultado que el desastroso de 2012 y la Nueva Mayoría estará lejos de igualar su estruendoso éxito previo, pero la coalición de gobierno le ganará al nuevo conglomerado opositor tanto en la elección de alcaldes como en la de concejales.
No será entonces de la elección de 345 alcaldes y 2.224 concejales el 23 de octubre próximo que se despejará esta vez la incertidumbre en materia presidencial. La disputa continuará completamente abierta y con pronóstico de estrecho resultado en segunda vuelta. Dependerá de si algunos líderes políticos anteponen el interés general a sus ambiciones personales, de la calidad de la gestión política para dirimir las legítimas competencias de liderazgo, de la inteligencia para leer adecuadamente las demandas actuales de la población y de la voluntad de generar acuerdos que contengan compromisos precisos que tengan credibilidad y sintonía mayoritaria para la tarea gubernamental venidera.