Cuando Carlos Tromben empezó a escribir su último libro "Crónica secreta de la Economía Chilena", ninguno de los responsables de los grandes grupos económicos quiso hablar con él. Por eso, el ex editor de América Economía fue tejiendo la historia a partir de los personajes secundarios, testigos que desde las sombras fueron viendo como se construyó el periodo entre 1974 y 1994, cuando se privatizaron la gran parte de las empresas que habían sido creadas por el Estado, y cuyos protagonistas —Sebastián Piñera, Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, entre otros— siguen ejerciendo gran influencia en el acontecer político y económico de hoy.
—¿Qué te motivó a escribir un libro donde te metes con los temidos poderosos de Chile?
—Yo quería sumarme a la tendencia, cada vez más gravitante en Chile, del periodismo investigativo, en especial el problema de la relación entre los negocios y la política. Tenía la intuición que esa relación, que por cierto es tan antigua como la república, que su versión actual provenía de la transición, que no comenzó en 1990 sino antes, ya a mediados de los 80.
—¿Hubo repercusiones, llamados?
—Durante la investigación, ninguna. Después de publicado el libro ha comenzado a crecer como una bola de nieve. El hashtag #JovenPiñera fue trending topic en Twitter un día, lo que demuestra el interés que existe por saber cómo realmente amasó su fortuna el ex presidente.
—¿Cómo llevaste a cabo el reporteo? Dices que ninguna de las fuentes grandes te habló, ¿cómo diste con los actores secundarios?
—Algunos funcionarios relevantes del régimen militar accedieron a hablar, pero se trataba de los tecnócratas que hicieron un trabajo muy digno y profesional desde los cargos que desempeñaron, todos del área regulatoria. Los personajes secundarios aparecieron por azar, por contactos familiares y profesionales, y aportaron ese detalle de la microhistoria que son fundamentales para entender el cuadro general.
—Hablas de ruina moral del país. ¿Por qué estamos en ese estado? ¿Cómo llegamos a él?
—En parte porque el modelo agotó su dinámica de crecimiento, o de chorreo, si tú quieres. Y en parte porque vivimos en un régimen de visibilidad y circulación acelerada de la información. La imagen impoluta de la nación se ha desmoronado al conocerse los abusos de toda índole y las relaciones incestuosas del dinero y la política.
—Hoy estamos rodeados de estafas piramidales. ¿El sistema construido entre 1974 y 1994 terminó siendo una estafa piramidal contra los chilenos, contra Moya?
—El primer experimentó de los Chicago Boys, diseñado para reducir la inflación, atraer capitales e impulsar el crecimiento, terminó alimentando esquemas piramidales. Los grupos económicos que crecieron al alero de ese primer experimento, se transformaron en esquemas piramidales tras la devaluación de 1982. Y Moya, es decir, todos los chilenos, pagamos la cuenta cuando el Estado asumió la deuda externa de esos grupos económicos.
—¿Cómo era el país que olvidamos? ¿Por qué hay que recordarlo?
—El País que Olvidamos era pobre, precario, violento. Poco transparente, lleno de subentendidos. Era el reino de la conspiración y la desconfianza. Era un país arruinado por un experimento económico sobreideologizado, que no consideró la naturaleza humana. Creo que el País que Olvidamos nos acecha y nos mira, como la persona inmadura que alguna vez fuimos. Recordarlo es sano y nos ayuda a crecer.
—En el libro se habla largamente de un grupo de ingenieros comerciales que, en los 80, se convirtieron en el núcleo de finanzas chileno, entre los que estaba Sebastián Piñera. ¿Cómo operaban?
—Algunos provenían de las antiguas familias, otros eran de clase media, pero habían accedido a una formación en economía y finanzas y estaban situados en cargos ejecutivos. El contexto de la crisis de los 80 les permitió amasar grandes fortunas a través del uso de información privilegiada. Eran audaces, ingeniosos y a ratos bastante maquiavélicos, como Piñera. Algunos aprendieron de sus errores, como el propio Piñera, otros dejaron cabos sueltos que se han vuelto en contra de ellos, como Délano y Lavín. Otros no aprendieron nunca, como Manuel Cruzat, que pertenece a una generación anterior y fue el mentor y maestro de todos ellos.
—Se da cuenta, también, del uso de información privilegiada. ¿Cuáles fueron las principales trampas cometidas por Piñera?
—El primer gran golpe de Piñera fue con la privatización de CAP. Él era el responsable de colocar la primera emisión de acciones de CAP en 1985 y aprovechó esa información para comprar acciones a título personal, a través de Santa Cecilia. Otra operación espectacular fue la que hizo con Ladeco, que consistió en comprar acciones, entrar al directorio y convencerlo de invertir en un proyecto inmobiliario de él, el edificio Las Américas. Una vez hecho, vendió su participación. Más que información privilegiada, este fue un abuso de confianza con sus socios.
—¿Es Piñera el lobo de Wall Street chileno?
En el sentido delictivo y defraudador del Lobo de Wall Street, no. Piñera se parece más a Gordon Gekko, el personaje de la película de Olive Stone, implacable, audaz, capaz de usar cada rumor en su provecho y de ir varios pasos más adelante que los demás.
—En el libro dices que cuando Pinochet decide devaluar el peso chileno el 82, la economía chilena se convierte en un "muerto caminando". ¿Por qué?
—Porque a partir de entonces todos los grandes grupos económicos quedaron arruinados, imposibilitados de seguir pagando sus deudas, y esto incluía a los bancos, fondos mutuos y empresas financieras. Países como Colombia actuaron rápido, intervinieron la banca a mediados del 82 y mitigaron así el costo del ajuste. Aquí, en cambio, la solución definitva se dilató seis meses, provocando una crisis pavorosa.
—¿Cuál fue el rol de Buchi acá?
—Fue el gran rearticulador, el estratega frío y pragmático, encargado de restaurar la confianza. Cuesta entender cómo alguien tan lúcido en los ochenta se transformó después en un ideólogo resentido y poco objetivo, al punto de usar la impresentable frase de la “incerteza jurídica”
—En otras entrevistas has señalado que estas trampas causan mucha curiosidad a los chilenos, ¿por qué?
Ha cambiado la sensibilidad del país. En los noventa era otro escenario, la economía crecía y nadie quería enterarse de nada. También irrumpió una nueva generación, más cuestionadora y movilizada.
—Dices que Hugo Bravo no perteneció a esta elite y que, cuando intentó entrar, no pudo. ¿Fue este el principal motivo de la posterior trama Penta?
—Bravo era el eslabón más frágil de Penta, por cuando era quien urdió los esquemas más dudosos de los ochenta. Era el operador, lo que incluía su vínculo con el martillero Valdivia y otros personajes. Me da la impresión de que él no se dio cuenta de su status real dentro del grupo hasta muy tarde, cuando lo despidieron. Y entonces soltó todo a la fiscalía. Délano y Lavín tampoco midieron eso. Pagaron caro aplicar la vieja lógica elitista con su antiguo colaborador.
—¿Seguirá este círculo elitista vicioso o hay indicios de que se puede romper?
—Es arriesgado aventurar qué ocurrirá. El mundo entero está viviendo una ira contra las élites. Esa ira debiera obligarlos a ser más cuidadosos. Ahora bien, esa ira puede derivar en cualquier cosa, en populismos de derecha o de izquierda. Brexit y Trump son parte de ese fenómeno.
—¿Cuál es el desafío regulatorio que tu investigación impone al Estado?
—Enorme, y me atrevería a decir que los organismos están respondiendo. Las fiscalías, las superintendencias están haciendo una labor importante. La complejidad del mundo financiero, los contratos, las operaciones globales, es tal que lo que hoy se requiere es ya una coordinación global, porque el problema ya rebasa las jurisdicciones nacionales.