Por Juan Cristóbal Portales, director Magíster en Comunicación Estratégica UAI Septiembre 15, 2016

Tres directores de la Secretaría General de Comunicaciones (Secom) en 2 años. 3 mandatos que más allá de errores propios, simbolizan no sólo los 3 tiempos del gobierno de la Nueva Mayoría y el tránsito hacia un cuarto, doloroso pero necesario. También el rol debilitado, mínimo y poco estratégico que le compete a las comunicaciones (y su organismo a cargo) en este gobierno, su intrascendencia a la hora de influenciar y darle un sentido de propósito, sustento, narrativa a la agenda política del gobierno. El primer tiempo se caracterizó por un maximalismo reformista, sustentado en supuestos, intérpretes, ejecución política y mensajes errados. Fue el tiempo de la erosión de las bases de apoyo a partir de una estrategia e instrumental  político-comunicacional (como el fallido video de la reforma tributaria bajo el concepto de los poderosos de siempre), que obedecían más bien a una autoimagen utópica disociada de expectativas de múltiples stakeholders, esencialmente la ciudadanía. El tiempo fallido de la retroexcavadora. Porque la retroexcavadora operaba como eslogan, pero carecía de contenido y de un relato compartido ya no en el oficialismo, sino también dentro del mismo gobierno. El tiempo donde la Ministra de Salud señalaba que no habría un cambio estructural al modelo de Isapres actual, y la directora de Fonasa, Janette Vega, apoyaba públicamente un seguro público que eliminaba a las aseguradoras. O el tiempo en que Eyzaguirre hablaba de una gratuidad en educación superior "eficiente" (sólo los primeros cuatro años de estudios), y la Presidenta Bachelet aclaraba que sería para toda la carrera. El tiempo en que el coordinador de la reforma educativa,  Andrés Palma, decía que más del 70% de los recursos de la reforma tributaria irían a educación inicial o escolar, e Eyzaguirre dejaba entrever que esos porcentajes aún no estaban claros o definidos.

 

Así transitamos a un segundo tiempo definido por un “realismo sin renuncia”, —instaurado por el ministro de Hacienda Rodrigo Valdés— que promovía mismo contenido y continente de reformas, pero con un golpe de realismo otorgado por caso Caval, escenario político adverso, una ciudadanía atónita respecto de un caudal de promesas y beneficios que no lograba tangibilizar, y una economía en franco proceso de desaceleración. ¿Cuál fe la receta para este segundo período? Si primero Bachelet buscó rodearse de ministros-operadores cercanos ideológica y tácticamente, sacrificando diversidad de miradas y opciones de juego por “lealtad”, ahora decidió abrir el naipe con nombres como Burgos, Valdés o Díaz que pudieran dar una apariencia de realismo (también con algunos operadores exacerbados de la realidad como Insunza, llamado a sacar adelante la agenda de probidad del gobierno, pero que debió renunciar al revelarse actuaciones poco probas y salpicadas entre otras cosas por conflictos de interés en su doble función de asesor de Codelco y presidente de una comisión investigadora de la Cámara Baja sobre el alza de costos de la cuprífera). Nombres seleccionados para hacer guiños a sectores más moderados del oficialismo o que pudieran entregar mejor contenido, prolijidad y bajada comunicacional al proceso de diseño y negociación de las reformas. Pero nombres al fin y al cabo que en nada comulgaban con espíritu operativo-fundacional del gobierno y con ciertos elementos del segundo piso que negaban lo evidente. Nombres que fueron o han sido utilizados (o subutilizados) de la misma forma y bajo mismos supuestos que sus predecesores, ignorando el principio político-estratégico de adaptabilidad y realismo. Nombres que a la postre transformaron esa incomodad e indefinición, en el día a día de las comunicaciones del gobierno, en la imagen más concreta y real de su identidad. Misma indefinición e incomodad que caracterizaba por ese entonces a la Secom.

El resultado predecible fue la confirmación no sólo de una ciudadanía desconfiad y  distante. También de una coalición cada vez más inquieta y en último término con rasgos anárquicos, que a los problemas y dilemas presentes, instalaba un estado de desgobierno incontrolable. La anarquía no sólo hace que la victoria se aleje. Además hace que resurjan viejas recetas, atributos y liderazgos llamados a reestablecer el orden perdido (Lagos, Allende, Insulza o Piñera). O que aún año de iniciada una presidencia se instalara el germen de la sucesión. Peor aún, se instaló como una invitación abierta a sacrificar la posibilidad de un auténtico cambio de ciclo, y aceptar un nuevo ciclo gobernado bajo un viejo orden.

El tercer tiempo vio la caída de Burgos, el infante terrible del gabinete político, y su reemplazo por Mario Fernández, como parte de un movimiento mayor en lo formal (pero cosmético en lo fundamental), llamado a apaciguar tensiones entre el gobierno y la Nueva Mayoría, ordenar la incomunicación evidente dentro de La Moneda y con los parlamentarios y partidos oficialistas (sobre todo con y entre la DC y el PC), validar una hoja de ruta pragmática y apegada a nueva entorno político y económico, pero manteniendo lineamientos y operatividad política originales. Fernández en ese sentido se pensó como un referente más conservador útil para reducir los ruidos, pero en ningún caso para generar una música distinta desapegada de una nostalgia fallida. La llegada de Berger meses antes seguía la misma lógica. Se recurre a un documentalista efectista en la tarea de visibilizar los lineamientos reformistas, pero empoderado de una narrativa audiovisual dramática y nostálgica, apegado a un ideario poco realista y actual. Dicho propósito efectista se trató de asegurar además con un profesional como Francisco Poblete, ex TVN, como segundo a bordo. Un hombre de los medios ungido para lidiar con un camarín acostumbrado a festinar con las desgracias del gobierno y la presidenta. Pero su elección refleja la falta de comprensión respecto de la necesidad de un estratega de las comunicaciones, una persona con capacidad de influir sobre las definiciones políticas que determinan una agenda comunicacional, un líder (antes que un ejecutor de acciones y campañas) que pueda entender, evaluar, diseñar y ejecutar un plan de reposicionamiento de la presidenta y su gobierno en un entorno adverso e hiper cambiante.

En ese sentido, la salida de German Berger y el espíritu de navegación silencioso del Peta se pueden entender como uno de los tantos elementos político-comunicacionales ya conocidos por la ciudadanía que reflejan de forma consistente las indefiniciones y problemas del gobierno.

Ahora nos encontramos en tránsito hacia un cuarto tiempo, con sendas elecciones ad portas, con una relación entre el gobierno y sus múltiples públicos cada vez más difícil y alejada, con un cuadro político general de anarquía y caudillismo, con una identidad y narrativa por parte del gobierno ausentes, con un gabinete desorientado, personalista y poco disciplinado, y con un aparato comunicacional incapaz de permear e influir en la agenda presidencial y en la construcción de una agenda y framing político. ¿Qué hacer? ¿O qué podría o debería hacer una nueva SECOM?

Básicamente seguir 5 principios fundamentales recomendados por Sun-Tzu para enfrentarse a una batalla adversa:

 

  1. Ganará aquel que sepa cuándo pelear y cuándo no: La presidenta, el ministro vocero Marcelo Díaz y la SECOM deben elegir bien sus batallas, aquellas que concitan amplio consenso político y ciudadano (le permitirían además optimizar recursos), que pueden transformarse en un hito reformista y encaminarlas de forma prolija. Hoy esos temas son la Reforma a las AFP y a la Ley Reservada del Cobre. Hay otras como el Proceso Constituyente que no son prioridad de la ciudadanía y que harían bien en dejarlas para su sucesor. Respecto de las reformas en marcha, haría muy bien en visibilizarlas a través de todos sus ministerios y servicios bajo una nueva narrativa, honesta, desprovista de megalomanía, y en tono de estadista, entendidas como parte de un proceso gradual de transformaciones no sólo políticas y normativas (también culturales) de largo aliento que requieren de reflexión, diálogo, trabajo responsable y recursos.

 

  1. Ganará quien sepa manejar las fuerzas superiores e inferiores: En el caso de Bachelet, no basta con saber administrar su segundo piso y en el corto plazo a sus ministros políticos. También hacia actores hoy estratégicamente definitivos como el Congreso, el oficialismo, los partidos de la Nueva Mayoría y los candidatos oficialistas en las próximas elecciones municipales. Por ello es que hoy  se deben generar estrategias e incentivos para alinearlos en apoyo y bajada de políticas y logros, muchos de ellos orquestados y relacionados desde las comunicaciones y la SECOM.

 

  1. Ganará aquel cuyo ejército esté animado y contagiado del mismo espíritu sin importar el rango: La Presidenta aún debe generar una épica y cultura de lo posible que revitalice y fidelice a sus tropas, incluyendo a la ciudadanía. Pero ya no desde la empatía simplona, sino desde la competencia y el liderazgo auténticamente inclusivo. El poner el foco de su reformismo en la reforma a las AFP y la Ley Reservada del Cobre, le permitirían encontrar una narrativa unificadora, significativa y emotiva. Y un reposicionamiento desde sus atributos iniciales: como la madre de todos los chilenos, inclusiva, capaz de cambiar los paradigmas que rigen las relaciones entre el mundo empresarial-corporativo y la ciudadanía, o entre el mundo civil y militar, ahora ya no encaramada a un tanque, pero logrando que los militares sigan avanzando en su inserción y validación por la ciudadanía, desde su adaptación a las reglas del juego del mundo civil en materias de financiamiento y justicia.

 

  1. Ganará aquel que tiene capacidad e inteligencia militar y no es interferido y desafiado por su propio ejército: Para ello resulta fundamental terminar con los ruidos internos, construir y establecer una sólo narrativa transversal a todo el gobierno, acabar con personalismos y agendas individuales de algunos ministros, o empoderar a aquellos elementos funcionales a esta misión como Fernández, Díaz y la SECOM. También, el establecer una Secom que opere como una suerte de “war room” similar al ideado por James Carville (en la campaña y gobierno de Clinton), o al de Alistair Campbell (en primer gobierno de Blair), desde donde ordenar y centralizar toda la información y discurso oficial, entregando eso si flexibilidad para que ese discurso sea desplegado o alimentado por diversos intérpretes. Eso implica a su vez dotar de una vez por todas a dicha repartición de comunicaciones  de las herramientas y personal para desarrollar una inteligencia analítica e informativa. ¿Para qué? Para levantar información y mapear adecuadamente temas y actores, efectuar buenos diagnósticos políticos y sociales y generar mensajes diferenciados de acuerdo a las necesidades de diferentes audiencias y a través de canales segmentados.

 

  1. Ganará aquel quien conozca tan bien al enemigo como a sí mismo. De lo contrario, sucumbirá en cada batalla: Además de conocer las fuerzas en disputa, la Presidenta debe hacer un ejercicio revisionista de sus propias convicciones y posiciones. En un plazo de 5 años ha transitado de posturas anti-gratuidad universal en educación, anti-legalización del aborto o autocultivo de marihuana a posiciones pro, en algunas casos mal fundamentadas. Para saber a dónde quiere llegar y cómo conseguirlo, primero debe saber qué quiere más allá de consideraciones tácticas. Y por supuesto, actuar con consecuencia y prudencia teniendo en mente que los cambios que se proponen, tienen un fuerte componente cultural. Y todo cambio de cultura requiere tiempo.

 

Es de esperar entonces que la Presidenta y su equipo de comunicaciones puedan seguir estos lineamientos para que la cuarta sea la vencida. Ciertos movimientos recientes hacen suponer que aquello podría pasar. O eso esperamos al menos todos los chilenos que queremos vivir en un país más justo, libre y equitativo.

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