Por Víctor Hugo Moreno Octubre 28, 2016

Todos los lunes Ana Lya Uriarte lleva su agenda de apuntes y una lapicera al salón entre patios de La Moneda. Presta atención y anota. Ese día los presidentes de los siete partidos de la Nueva Mayoría se reúnen con los ministros del comité político para ordenar la agenda legislativa. La jefa de gabinete asiste casi exclusivamente de oyente —pocas veces interviene—, pero tras abandonar la reunión acude donde la presidenta Michelle Bachelet para traspasarle cada detalle de la discusión. Para muchos es en ese momento cuando las cosas se complican.

Uriarte es socialista, ligada a la Nueva Izquierda, pero actualmente sin una relación tan cercana al líder de esa corriente, Camilo Escalona. Los senadores Juan Pablo Letelier y Alfonso de Urresti, el vocero Marcelo Díaz y, por sobre todo, el subsecretario Mahmud Aleuy son sus principales vínculos con el partido. La abogada experta en derecho ambiental es de trato afable, gentil y goza de buen humor —afirman quienes la conocen e incluso quienes la critican —las resistencias generadas tanto en la NM como en el mismo palacio apuntan hacia las excesivas atribuciones que se toma, más allá de la labor propia de sus funciones que son manejar y coordinar la agenda presidencial.

Esta creencia, que a estas alturas es casi mítica, la llevaron por segundo año consecutivo a ocupar el primer lugar de las preferencias con un 29,5% cuando Cadem planteó la pregunta: ¿Quiénes son las personas que más influyen hoy en las decisiones de la presidenta Michelle Bachelet?; y también obtuvo el segundo lugar con un 15,4% ante la interrogante: ¿A quién debería dejar de escuchar la presidenta? Una paradoja más en medio de su controvertido rol en el gobierno.

El ascenso

El 30 de diciembre del año pasado reflejó, para varias fuentes consultadas, la tesis de su excesivo poder. Ese día la presidenta viajó sorpresivamente a la La Araucanía sin avisarle a casi nadie. Y uno de los rezagados en la información fue el entonces ministro del Interior, Jorge Burgos. El hecho evidenció la distancia entre Burgos y la jefa del Segundo Piso. No había comunicación. Burgos renunció ese día, pero la presidenta rechazó su dimisión. Las relaciones quedaron torcidas, pues desde diversos flancos apuntaron a que Uriarte no sólo aconsejaba en exceso a la presidenta, sino que lo hacía de mala forma al haber pasado por alto al jefe del gabinete de ministros. Un ex presidente de un partido de la Nueva Mayoría grafica que el primer gabinete con Rodrigo Peñailillo a cargo de Interior, su jefe de asesores, Robinson Pérez, y el vocero, Álvaro Elizalde, estaba hecho a la medida de las confianzas de la presidenta. A ese grupo se sumó, a mediados de 2014, Uriarte en reemplazo de quien fuera la primera jefa de gabinete, Paula Narváez. Ese esquema funcionaba para Bachelet, pero no así para todos los partidos. El gobierno estaba empezando y las relaciones estaban en un estado de más calma. En transición.

Pero tras la caída de los ideólogos de Tegualda, Ana Lya tomó más poder, dado que se redujo el número de personas en las cuales la presidenta sentía que podía apoyarse. Bachelet prefiere la confianza directa, basada en el conocimiento más personal, más que en las apreciaciones de la coalición que la ayuda a gobernar, comenta una fuente de palacio.

Desde su entorno cercano de trabajo desmienten tajantemente este perfil creado respecto a su figura: “Ana Lya mantiene un bajo perfil, porque es la jefa de gabinete y su función es coordinar el trabajo de la presidenta, es un trabajo en segundo plano”, comenta una fuente cercana.

La negociadora

Tras una licencia médica, a causa de una infección pulmonar, la jefa de gabinete llegó con más energía, en medio de rumores sobre un posible cuadro de estrés. De hecho, el día de su retorno, el 10 de mayo, le tocó encabezar parte del comité político y luego la reunión con los jefes de bancadas.

Pese a ello, en el último tiempo Bachelet está prestando oídos a otra s voces como la del abogado y ex presidente del Consejo de Defensa del Estado, Carlos Mackenney, quien últimamente estaría teniendo un importante rol en las decisiones presidenciales, sumándose a él el sacerdote jesuita Fernando Montes, según comentaron cercanos a La Moneda. Bachelet amplió así su redes, pero no sin dejar de escuchar a Ana Lya.

Ella sigue estando en primera línea al momento de las decisiones importantes. Por ejemplo, esta semana, en medio de la tensión generada tras los malos resultados de las elecciones municipales, la jefa de gabinete ha participado no sólo de las reuniones de análisis de los ministros, sino también en las negociaciones y acuerdos con los partidos políticos destinados a evaluar los nombres que van a entrar al gobierno en diversas áreas. El miércoles sostuvo una larga cita con el secretario general del PS, Pablo Velozo, para consensuar las nuevas figuras.

Esta vez el gobierno tendió mayores puentes con los partidos , para concretar los ajustes, a diferencia de otros cambios donde los partidos, literalmente, se han enterado de los cambios por llamados de la prensa, pues además de no haber sido considerados, tampoco se les informaba con el debido tiempo, reclaman desde las colectividades.

Ana Lya sigue articulando con los ministros y partidos. Para un ex inquilino de La Moneda esta situación debiese cambiar si se concreta un nuevo comité político, más fuerte y con mayor peso, que haga contrapeso al Segundo Piso liderado por la abogada PS: “Se toman (los asesores) atribuciones que nos les corresponden, y todo debería volver a las aguas de la normalidad con un comité político empoderado y coordinado con los partidos, y los asesores del Segundo Piso pasar a un segundo plano”, comenta. Para muchos ese sería el estado natural de las cosas.

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