Por Marcelo Mellado Febrero 24, 2017

La respuesta posible podría estar contenida en un catálogo que incluyera ser protector del medioambiente, vegano, practicante de yoga, asumir las causas mapuches, vivir la vida con perspectiva de género (y dentro de eso ser lo más feminista posible), evitar comprar en los supermercados del retail, movilizarse a través de las redes sociales, etc.; es decir, puede implicar la exhibición de una conducta vital algo agrandadita, aunque políticamente correcta. Tiene mucho, por cierto, de despliegue escénico, incluida una histeria no muy contenida, aunque la clave es la voluntad de ejercicio crítico y la disposición a generar cambios sociales y culturales.

El imaginario de izquierda en cierto sentido triunfó, porque impuso mediáticamente una retórica hilvanada y coherente, con eso que consigna el informe del PNUD sobre politización del país, en relación a que hoy se cuestionan radicalmente asuntos que parecían resueltos, como la legitimidad de la Constitución, el sistema previsional y en general las soluciones privadas a los problemas públicos. Todo esto pone en cuestión el modelo de desarrollo. Toda una victoria ideológica.

El discurso de un zurdo del siglo XXI  puede ser muy controlador de conductas, alumbrado y algo obsesivo (incluso un poquito facho, como ciertas versiones ecologistas).

También es la imposición de una ética que se diseñó antaño a partir de una estética, casi patrimonial, que se instaló en la escena pública, por eso a muchos nos tocó andar barbados, de pelo largo y con poncho, fuimos, además, un poco hippies y luego, levemente posmodernos. Es decir, todo un design glamoroso.

El otro rasgo fundamental es el paso por la academia. La izquierda es, por sobre todo, universitaria, esa es su zona de confort y en donde se asienta su soberbia y su voluntad de verdad. Es una superioridad moral e intelectual a todo evento. El sujeto de izquierda, por otra parte, es irremediablemente pequeño burgués, porque no podría ser de otra manera; hay un mercado intelectual que define su lugar en la trama social del poscapitalismo.

El zurdismo puede ser también una estrategia de seducción, porque a ese sujeto suele gustarle la poesía y por lo general es un melómano que hereda una tradición cultural potente, y con esas herramientas es posible embaucar a niñitas mechonas.

El sujeto de izquierda, por otro lado, debe estar atento al funcionamiento del sentido común de izquierda, que muchas veces funciona como fiscalización de aquello que hay que decir en relación a los grandes temas (aborto, condición de la mujer, pueblos originarios, financiamiento de la educación). Esto también incluye hablar con protocolos de género (hombres y mujeres, ellos y ellas hasta el infinito). Ojo, aquí se habla desde la perspectiva hombruna, porque la mujer de izquierda corresponde a otra articulación que supera la misma lateralidad.

La Impostura

Hoy, ser de izquierda es una institución instalada con muchas corrientes bastante licuadas. Algunas de sus realizaciones pueden ser muy conservadoras, como es el caso del Partido Comunista y del Partido Socialista, ambos permeados hasta el despropósito por la cultura liberal. Puede tener expresiones más o menos ultras, o patológicas, como el anarquismo pendejístico (una arqueología política resucitada por cierta soberbia universitarioide).

Un chico de izquierda clásico debía promover la revolución, para eso tenía que tener una posición de clase y militar en un partido que pretendía ser la vanguardia del proletariado, que debía conducir la lucha, como parte del proceso de construcción del socialismo. En el centro de todo estaba la lucha de clases. Esto según una izquierda tributaria del marxismo leninismo. Pero hay corrientes revisionistas que se plantean en otros términos.

Uno como militante orgánico (orgásmico le decíamos los de la fila de atrás) debía usar las herramientas que nos proporcionaba  la teoría, los textos canónicos, para hacer un análisis (lectura se diría hoy) de la situación política. Hoy día el canon se ha ampliado, porque además de Marx le tenimos a Lacan, Benjamin, Foucault, Bourdieu y hasta Žižek (todo un rockstar del marxismo hoy).

La Postura

Un zurdo del siglo XXI, por lo tanto, debe hablar con tanta conciencia de habla que puede transformarse en un idiota. Porque debe hacer permanentes esfuerzos para no parecer homofóbico ni discriminador, que es un agote. Por esto y otras cosas es que el discurso de izquierda, de pronto, puede ser muy controlador de conductas, alumbrado y algo obsesivo (incluso un poquito facho, como ciertas versiones ecologistas).

Hoy con la proliferación de la oferta electoral en el mercado político, algunos sectores de izquierda muestran su vocación republicana y apoyan la posibilidad del  Frente Amplio tratando de ocupar el lugar que dejó vacante la vieja izquierda, ciudadanizando su discurso. Y al interior del PS todavía hay un sector que se cree de izquierda, cuando su práctica política ha dicho todo lo contrario. Los Atria son el último aleteo de ese aroma a diversidad que alguna vez representó ese epítome de la podredumbre que es el PS.

Una de las vías posibles es compartir los intereses ciudadanos, ampliando el imaginario de lo popular, y apostar por lo local y por los temas urbanos y de habitabilidad en las ciudades, y promoverlos como una nueva estrategia de gobernabilidad, y romper con la cultura partidista que irremediablemente reproduce el maquiavelismo (leninismo) clásico, tributario de la guerra posicional y de una imagen tradicional (vertical) del poder.

Y, para no parecer nihilistas, la cuestión es asumirse como ciudadanía empoderada y hacerse cargo de los problemas de la comunidad, y participar de los colectivos locales que movilizan esa energía. Y los niños símbolo que representarían esa posibilidad  son el señorito Jackson, el compañero Boric y el flamante alcalde Sharp. Todos ellos representarían un modo de ciudadanizar la política que parece ser la oferta transformadora más viable. El conflicto que debemos resolver es si esa estrategia ciudadana que triunfó en Valpo puede ser homologada mecánicamente al modelo nacional presidencial, lo que en la práctica es trabajar con la lógica del enemigo y no respetar las especificidades locales.

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