El lunes pasado, sobre la mesa de trabajo del salón Entre Patios del Palacio de La Moneda hubo franqueza. Los ministros del comité político emplazaron, quizás por última vez, a los presidentes de los siete partidos que forman —o que estuvieron en la Nueva Mayoría— a aprobar los proyectos de ley que aún están en el Congreso. No hay espacio para más debate, “cocinas” ni negociaciones. Sólo faltan 11 semanas legislativas antes d el 19 de noviembre, día de la presidencial. El tiempo corre y a la presidenta Michelle Bachelet le urge exhibir logros, dejar su impronta. Pasar a la historia como quien recuperó la esencia de un gobierno preocupado por establecer los derechos sociales como paradigma. A eso llegó cuando asumió en el 2014.
En la reunión del lunes los ministros Nicolás Eyzaguirre (Segpres), Paula Narváez (Segegob), Mario Fernández (Interior) y Rodrigo Valdés (Hacienda) golpearon la mesa en un último intento por ordenar sus filas: se debe apurar el tranco para los proyectos que tendrán prioridad. Estos son la despenalización del aborto, la nueva educación pública, la ley de educación superior, la reforma al sistema de pensiones, la descentralización, la reforma al Sename (Servicio Nacional de Menores) y la reforma al capítulo XV de la Constitución. Según el Ejecutivo, deben ser aprobados sí o sí y le otorgarán las urgencias que sean necesarias, sin importar las pocas horas de sueño con que tendrán que sobrevivir los parlamentarios. Esto quedó demostrado el miércoles, el día de la aprobación de las tres causales del proyecto de despenalización del aborto (violación, inviabilidad del feto y peligro para vida de la madre). Los congresistas se amanecieron en la sala del Senado. Varios se echaron a dormitar boquiabiertos en sus puestos. Ese amanecer fue catalogado por la presidenta como “una mañana histórica”. Es el tipo de legado que busca dejar Bachelet, cueste lo que cueste.
La Moneda pasaba así del dicho al hecho. El pasado 1° de junio la mandataria, en su cuenta pública ante el Congreso Pleno, llamó a la Nueva Mayoría a defender sus reformas. En simple: que no la dejasen sola en los meses finales de su gobierno. Debían salir a mostrar el legado. El fenómeno del “pato cojo” no podía ocurrir. Tras el discurso llegó el momento de la verdad. Apurar el ritmo es lo que se escucha en Palacio. Pero ¿no será ya muy tarde?
El relato
Son bastantes los dirigentes de la Nueva Mayoría que se han quejado en público y en privado de que a este gobierno le faltó construir un relato. ¿Cuál relato? Ese con el que llegó Michelle Bachelet en el 2014, prometiendo que en su segundo gobierno se consolidaría una sociedad de más derechos sociales y de mayor igualdad. Nadie en la NM discutía ni una coma del programa cargado de reformas. Era lo que demandaba la sociedad movilizada desde el 2011, con los estudiantes en la calle, y había que hacerle caso. Incluso, la Democracia Cristiana —en la época conducida por el senador Ignacio Walker— no ponía ninguna traba a esta batería reformista. No cabían matices. Como desde la misma falange explicaron hace un tiempo: muchos firmaron el programa sin siquiera leerlo. No había para qué. Los matices vinieron después, junto con el desplome de la aprobación presidencial.
El lunes pasado, el ministro Valdés aterrizó nuevamente las expectativas económicas. En la Nueva Mayoría ya analizan cómo ese panorama afectará la oferta de campaña.
El escenario ahora es diferente. Ya casi nadie cree en las reformas y Sebastián Piñera se alza con el discurso de que hay que enmendar el rumbo. Ese mensaje comenzó a lograr adeptos en el 2014 cuando la derecha ganó la batalla comunicacional del proyecto de Ley de Inclusión (fin del copago y el lucro). Se impuso la idea de que con esta ley se le estaría quitando a la gente su derecho a elegir. Ese fue el primer hito que horadó el ideal de sociedad igualitaria que se pretendía construir. Así, el gobierno fue extraviando el relato, sumado a la mala administración y al mal manejo del reformismo. Tal como comentan varios presidentes de la Nueva Mayoría, La Moneda fue perdiendo también el manejo político. Se fue aislando y dejando de lado a los partidos. Ese divorcio fue el año pasado, luego de los malos resultados en la elección municipal, y nunca más hubo espacio para una verdadera reconciliación.
En ese contexto, el presidente del PPD, Gonzalo Navarrete, hace su análisis: “Existe un déficit político de este gobierno que no logró instaurar el concepto de derechos sociales como un relato que le diera identidad a esta administración. Ahora sólo nos queda aprobar las leyes que faltan y eso se nos ha pedido en La Moneda”.
Durante mucho tiempo, la crítica de la Nueva Mayoría fue que faltaba recuperar el timón, una idea del presidente del Partido Radical, Ernesto Velasco, que se expandió rápidamente. Con la llegada de Mario Fernández (DC) a Interior, en junio de 2016, se suponía que iba a existir mayor orden y algo más de diálogo con los partidos. Algo que, para muchos en la NM, no cumplió bien el también DC Jorge Burgos, ni mucho menos su antecesor, el PPD Rodrigo Peñailillo. Al “Peta” se le dio tiempo para adecuarse al cargo. Sin embargo, en el oficialismo dicen que, finalmente, nunca pudo controlar ese timón. No supo ejercer el liderazgo. Y ya es demasiado tarde para lograrlo. Quienes finalmente lideran el comité político son los ministros Eyzaguirre y Narváez, siempre bajo la atenta mirada de Valdés, quien aporta con su cuota de realismo.
En el comité del lunes pasado fue el jefe de la Segpres quien tomó la palabra para pedir a los partidos orden y la aprobación de las leyes que faltaban, que son unas 30 aún en trámite. Pidió concentrar esfuerzos en proyectos específicos. Y fue la vocera Narváez la que solicitó otro favor: enfocar las críticas en el verdadero contendor, Sebastián Piñera. En Palacio, el diagnóstico es que La Moneda no puede salir a responderle todo al candidato de Chile Vamos, porque eso significa situarlo en el mismo nivel que el gobierno. La tarea debe recaer, además, en los partidos.
El llamado del lunes, entonces, no fue tan sólo a aprobar las leyes, sino también a construir un relato único que ayude a terminar lo más dignamente este segundo gobierno de Michelle Bachelet; a demostrar que sólo los gobiernos de centroizquierda son capaces de hacer políticas públicas duraderas (Plan Auge o Chile Crece Contigo, por ejemplo) y que esta premisa, en esta pasada por La Moneda, tampoco fue una excepción. Por eso la premura por aprobar la despenalización del aborto y la ley de educación superior que garantizará la gratuidad al 60% de la población más vulnerable (los 6 primeros quintiles). La tarea ahí es larga aún, con el riesgo de que nuevamente no alcance el tiempo y que se deba reutilizar la glosa presupuestaria para renovar el beneficio en 2018. Con más semanas de discusión, la Ley de Educación Superior sería lo último que aprobaría el gobierno. Sin embargo, se ve difícil que pueda lograrse antes de las elecciones. Existe un aglutinamiento de proyectos en el Congreso y aún falta debate por delante.
Controlar las expectativas
El ministro de Hacienda encendió las alarmas en las últimas semanas. En la reunión del lunes desdramatizó la caída de la economía chilena en el índice S&P Global Ratings (que recortó la calificación crediticia en moneda extranjera a largo plazo desde ‘AA-’ a ‘A+), pero explicó que no se deben generar muchas expectativas de gasto a corto plazo, menos ahora en pleno inicio de la campaña presidencial. El gobierno tomó la decisión de no impulsar ahora una reforma estructural al sistema de AFP. No existe espacio para más reformas de ese tipo. Por ello, se moderaron las expectativas, por ejemplo, para financiar la gratuidad en educación superior al 70% de la población como estaba pensado en el programa original. En ese plano, y aún sin entrar en detalles, desde el Partido Comunista y el Partido Socialista plantearon la preocupación por cómo, desde ahora, se iba a enfrentar la elección y qué cosas se podían prometer. Esto recién lo están analizando los partidos que apoyan al senador Alejandro Guillier. El diagnóstico de Valdés a los partidos no fue el más alentador ante el escenario donde Piñera está fortaleciendo la idea de que bajo su mandato la economía estaba sana, mostrándose como el único salvador de los índices de crecimiento, empleo, e inflación.
En La Moneda tienen claro que, pase lo que pase —en el peor escenario con Piñera triunfando en primera vuelta, una opción no tan descabellada,— sólo restan estos meses para dejar impregnado un legado que sobreviva a la candidatura presidencial guillierista. Los parlamentarios deberán gastar cientos de horas para cumplir con esta ambiciosa agenda. La Moneda exige recortar el tiempo, que corra rápido el reloj y tomar la foto de la mayor cantidad de firmas de nuevas leyes posible. Esto, aunque todo haya sido demasiado tarde.