En un segundo piso de una casa de madera en pleno centro de Castro está el bar Hostalomera. Su interior parece rememorar esos clásicos sitios de encuentro de la izquierda en plena dictadura: fotos de Fidel, el Che y las banderas de Cuba de rigor, adornados también por piezas de colección como radios antiguas y televisores con perilla. Un puñado de 20 personas, en su mayoría jóvenes, esperan a la candidata Beatriz Sánchez, quien llegó hace sólo unas horas desde Santiago: aquí empieza su gira por el sur, donde visitará también Puerto Montt, Osorno y Valdivia. La cita con sus adherentes, quienes se sumaron a esta comida de recolección de fondos organizada por el Frente Amplio, es a las nueve de la noche y ella llega puntual. Comienza a saludar a cada uno de los comensales como si los conociera de toda la vida, con la misma sonrisa que lo hará con cada persona que se le cruce por el frente durante los demás días de la gira. El dueño del bar la recibe y la lleva a una de las piezas habilitadas como comedor. Valparaíso es el nombre de ese salón. La espera un menú de ceviche de entrada y congrio a la mantequilla con papa chilota de fondo. El dueño hace un alto y pide un brindis por la futura presidenta de Chile. Es un ambiente distendido, la gente se ríe, lo pasan bien. En un momento, sin embargo, una señora que no estaba en la comida interrumpe y pide la palabra. Lee un texto sobre los mapuches y el conflicto que los aqueja. El discurso resulta extraño, algo fuera de contexto, aunque la candidata la escucha con respeto. Esto no estaba en los planes, pero se está en campaña y en campaña no hay planes que se cumplan. Todo puede pasar.
Beatriz termina rápido de comer y habla con los asistentes sobre los temas de la isla. Cada uno toma su turno. Todos quieren compartir con ella. Pero en medio del ajetreo se detiene para preguntarnos si hemos comido algo. Sabe que por el resto de los días de la gira seremos su sombra y no parece incomodarle. Al contrario. A la 1 a.m sale del lugar con dos regalos: un poncho gris que lleva puesto —se lo obsequiaron a su llegada a Castro— y una rosa con los colores de la bandera chilena que le dieron al terminar la cena. Sube al auto arrendado y manejado por Sebastián Depolo —su jefe político— y se va al hostal a dormir.
“No me gustaría estar con la calculadora en la mano. No estoy en esa. Estamos pensando en pasar a segunda vuelta”
Todo ha sido rápido en esta carrera de Beatriz Sánchez: aceptó la candidatura presidencial el 27 de marzo y se puso a disposición de un FA en plena construcción. Hoy está tercera en la mayoría de las encuestas y su programa se plebiscitó con 16. 793 votos. Llegar a segunda vuelta es una misión casi imposible. Sin embargo, a pesar de las precariedades, ella ha aceptado el desafío. Pareciera que no tiene nada que perder, por eso está en terreno.
Ahora duerme, pues al día siguiente debe salir a las 7 a.m , para estar a las diez en Puerto Montt.
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Todas las campañas políticas cumplen con rutinas más o menos fijas: una especie de rito que se aprende casi por inercia. La de Beatriz no es diferente, salvo por el tamaño. No existe esa llamada infantería de campaña de los partidos grandes. Tampoco cuenta con seguridad especial —la Protección de Personas Importantes (PPI), que no ha querido aceptar—, aunque en las concentraciones o volanteos en ferias siempre hay carabineros atentos a cualquier eventualidad. Su campaña transita más bien por la mística de sus voluntarios. Todo a pulso, sin muchos recursos. Pese a que comparando este despliegue con el de las primarias hay evidentes diferencias: la candidata ya no anda como perdida buscando dónde repartir volantes o qué decir; ahora tiene un séquito que la ayuda, la acompaña, aunque la líder es siempre ella. Beatriz Sánchez marca los tiempos, los tonos. Beatriz actúa como candidata. Sabe qué decir. Se cree totalmente el cuento. Y le gusta, le acomoda. Ya no necesita andar a la zaga de Giorgio Jackson o Gabriel Boric, como en sus inicios. Ya pocos se acuerdan de ellos. La candidata puede estar sola. Ella es el centro y nadie más. Depolo siempre la observa en un segundo plano, sólo se escucha su voz para alzar el grito: “¡Que se escuche, que se sienta, Bea Sánchez presidenta!”. Todo lo demás es sólo ella: Beatriz Sánchez.
La rutina de la periodista, como lo es la de cualquier candidato, cambió. Ve poco a su marido, el periodista Pablo Aravena y a sus tres hijos. Ellos la apoyan, pero poco espacio tienen para acompañarla a las giras. Pablo la fue a dejar al aeropuerto antes de emprender rumbo al sur. Ha tratado de seguir con su rutina —ir al supermercado o al cine—, aunque ahora la gente la reconoce más. En pocos meses pasó de un 53% de conocimiento, según la encuesta del Centro de Estudios Públicos, a un 81% en la muestra de septiembre pasado. Y eso se nota.
Son las 11 de la mañana del sábado 30 de septiembre en la feria del sector Alerce histórico en Puerto Montt. La candidata, volantes en mano, comienza el recorrido. Muchos se acercan a pedirle una foto o contarle algún problema. Ella los escucha y les explica —con paciencia china— por qué está allí.
—Señora Beatriz, le cuento que mi hija tiene un problema de salud y tengo que viajar siempre a Santiago —dice una mujer.
—La entiendo, todo esto hay que cambiarlo y se puede. Y sabe, le cuento algo: hay plata para eso, para que no tenga que viajar. Para eso estamos acá, para que sus hijos no deban pasar por eso —le contesta.
Pero la candidata también le para los carros a la gente cuando lo estima necesario. Se enoja si alguien repite el discurso de “No creo en ninguno de ustedes, son todos iguales, váyanse de acá”. Ante eso, ella siempre contesta: “Con esa actitud no vamos a llegar a ninguna parte”. O también cuando la gente le pide que le arreglen una canaleta de la feria o algo muy puntual. Ella les explica que un presidente de la República no puede ver esos temas, pero los escucha para igual brindarles alguna respuesta al caso. Sánchez es así, tal cual. No aparenta. Y, al parecer, la gente le cree. Su incipiente candidatura le da esa libertad.
En el recorrido los feriantes también le regalan comida. Y mucha: milcao, empanadas, tortillas. Y cada trozo lo disfruta, mientras comparte con quien se lo regaló. Termina ese recorrido para seguir Puerto Montt en la feria Padre Hurtado. Allí el ambiente será un poco más complejo.
La gente de la población Padre Hurtado está con rabia. Poco espacio para regalos o fotos y más para reclamos de todo tipo. Desde la salud, educación, hasta las malas condiciones en que está la feria. La gente acá no la reconoce tanto, pero saben que es candidata y hacen fila para reclamar. Son personas que no lo están pasando bien. Pero con todo, le preparan un almuerzo contundente, bien sureño, en una rústica mesa con mantel de plástico que acomodan, improvisadamente, en un pasillo de este pequeño mercado: una paila marina es el menú que le dan a la candidata. A cualquier persona normal después de ese hermoso plato de comida solo le espera una siesta, pero Beatriz debe seguir en la ruta.
La comitiva (Depolo, Alejandra Lazo —su jefa de prensa— y el realizador audiovisual Sebastián Moreno, quien graba cada detalle para la franja de TV) llega a un gimnasio en el sector Techo para Todos en Puerto Montt. Pese a la lluvia un grupo de jóvenes los recibe con banderas, batucadas. Todo el ambiente necesario de campaña. En fila y cantando entran al lugar por un oscuro pasillo de madera, donde los esperan los militantes. Beatriz toma la palabra con una arenga intensa. No son más de cien personas en el lugar, pero la candidata pareciera que le estuviera hablando a miles. Bajo el sonido ensordecedor de la lluvia que golpea el techo con rabia como si el cielo se fuese a caer, Sánchez dice:
—El otro día participé de un debate y me pregunté por qué estábamos acá, yo y el Frente Amplio, y la respuesta es que queremos hacer las cosas distintas y eso nos convoca. Hoy llegue acá cantando, aplaudiendo y estamos acá pese a esta lluvia por hacer las cosas radicalmente distintas. Y estamos ahí, a punto de pasar a segunda vuelta, y me pregunto: ¿Si rompemos la historia, y pasamos nosotros? Yo quiero ser parte de ese momento donde la Nueva Mayoría no pudo y sí nosotros. Yo quiero participar de eso para lograr un país más feliz y decirles a nuestros nietos que yo trabajé por un país mejor. Sigamos para adelante y no le tengamos miedo a ganar. Sintámonos orgullosos de la campaña, no tengamos miedo. Ninguno de los otros, ninguna de la otra, está haciendo la campaña que estamos haciendo.
La gente aplaude rabiosamente.
Beatriz Sánchez sabe que arengar a los militantes es clave para pasar a segunda vuelta, porque el diagnóstico que realizan en el comando es que una desventaja que tienen es que su votación sigue siendo muy volátil, por lo que la estrategia es fidelizar el voto. Por ello dentro de la orgánica del FA para la campaña es hacer seguimiento a los voluntarios e incluso a la gente que habla con Beatriz en terreno. Un grupo siempre se queda para explicarles más sobre la elección o para intentar dar una solución a un caso específico. Es lo que llaman el trabajo de postproducción, algo que realizaron en todo momento en Puerto Montt y lo harán también en el próximo destino: Osorno.
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En la ciudad lechera la espera otra nueva comida de recolección de fondos —es la única manera que tienen para costear el viaje—, luego dormir y ya en la mañana visitar otra feria: la Quinto Centenario. Cada lugar es elegido después de un trabajo de avanzada de territorio que establece dónde es mejor hacer terreno. Ya no se hace tan improvisadamente como en las primarias. La organización fue, de hecho, un tema para esta segunda etapa de la campaña. En el FA se dieron cuenta de que una elección no se gana en las redes sociales, allí no están los votos, sino en la calle. Lo viven de hecho ahí: una señora de unos 80 años le pide a la candidata que se acerque para saludarla y contarle que sus hijos pudieron estudiar y que quería lo mismo para sus nietos. Beatriz se agacha para poder escucharla. Al terminar la conversación, la mujer le pide una foto, pero no tiene con qué tomarla. Una voluntaria se la saca con su celular. La señora se emociona. La candidata se despide y la voluntaria le dice a la señora que puede ver la foto en el fan page o en el Instagram de la campaña. La señora sólo le sonríe, sin entender una palabra de lo que le están diciendo. Cuesta creer que haya entrado alguna vez a internet.
Beatriz Sánchez confía en pasar a segunda vuelta, pese a que las encuestas dicen lo contrario. Con una campaña modesta apuesta por la sorpresa
Luego de otro volanteo y un saludo en la plaza principal de Osorno, visitan el puesto de No+AFP y parten rumbo a Valdivia, última estación de la gira. Nadie había almorzado y qué mejor que la clásica parada en un servicentro. Beatriz pide un completo, el clásico combo ruta. Se sorprende de nuestra presencia.
—Ustedes sí que se tomaron en serio el seguimiento —nos dice con una sonrisa.
El encuentro, en esta ocasión, fue pura casualidad.
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La ruta política de Beatriz Sánchez como candidata presidencial de 12 agrupaciones reunidas en el FA no ha sido nada de fácil. Demás está recordar el incidente Mayol y las complicadas negociaciones de la lista parlamentaria que amenazaron, por algunos momentos, la continuidad del Frente Amplio, o al menos, de algunos de sus integrantes. Y es que la periodista llegó a un terreno desconocido. No es lo mismo conocer por entrevistas a alguno de sus miembros, o emitir una opinión política en la radio o en la TV, que formar parte de la llamada orgánica frenteamplista. De hecho, con Depolo se conocen literalmente hace cuatro meses, aunque ya se nota que tienen absoluta confianza.
Beatriz Sánchez sabe que está en una campaña con precariedades —a años luz de otras candidaturas—, pero no dramatiza. Su única meta es pasar a segunda vuelta y formar gobierno. En medio de este frenético camino, en un restaurante al lado del Calle Calle, Sánchez se da unos minutos para reflexionar sobre lo que está viviendo.
—¿Cómo ha sido la relación con el FA, nada de fácil en un comienzo?
—Ha sido de acostumbrarse mutuamente, porque no hay que perder de vista que el FA existe hace poco y junto con lo que estamos haciendo se está concretando un trabajo intenso. Nos hemos ido acostumbrando de a poco, yo a conocerlos; ellos, a mí como candidata. Me pasó muchas veces que yo tomaba algunas definiciones que el FA no decantaba, entonces eso era injusto para ellos y para mí también.
—Llegó un momento en que no le quedó otra que alzar la voz. ¿Por qué tuvo que hacerlo?
— Llegó un momento que era absolutamente necesario un llamado al orden. Había que decir claramente: esto se resuelve ahora.
—¿Qué pasaba si no se resolvía?
—Habría pasado una situación muy compleja, que era: si no se resolvía nos íbamos a quedar sin candidatos. Un quiebre en el Frente Amplio, a eso nos enfrentábamos. Podía pasar eso si no llegábamos a acuerdo y había que decir con fuerza: los escenarios son los siguientes y lleguemos a un acuerdo. Pero el día que se cerró, ya estaba y había que empezar a hacer campaña.
—¿Nunca pensó en renunciar?
—No, es que uno no puede. Cuando está en esto, uno efectivamente se cansa. Además no soy ingenua, esto iba a tener tensiones.
— ¿Qué debe ocurrir para que Beatriz Sánchez llegue a La Moneda?
—Esa es como la pregunta del millón. Lo más importante es traspasar la adhesión a votos. Tenemos objetivamente la posibilidad de pasar a la segunda vuelta en las encuestas, pero el trabajo de ahora tiene que ser traspasar esa adhesión sincera. En las ferias hay poca gente que vota, pero me dicen que esta vez votarán por mí. Ahora, de ahí a que vayan a votar es otra cosa. No podemos quedarnos, como decía Obama en el Like, tenemos que traspasarlo a una acción.
—¿Siente que ahora sí es la líder del FA?
—Sí, soy el rostro del FA y tengo conciencia de eso. Ejerzo un rol de liderazgo que tiene hartas patas: dentro del FA y de ideas, y fórmulas para el país. Se produce algo que no me daba cuenta al principio y ahora lo veo: cuando uno llega todo el mundo quiere que hable, y tengo conciencia de eso. Y para mí es importante que cuando hablo, lo haga siempre desde como soy yo, de no dar nunca un discurso que no sea mío.
—Del liderazgo se desprende la búsqueda por el poder, ¿cómo es su relación con el poder?
— (Piensa un minuto antes de contestar) Esta es una lucha por el poder, directamente. Mirando mi historia para atrás, antes ejercía un poder como periodista. Estaba cumpliendo un rol opinante, con las editoriales, que apuntaban a las fallas del sistema, ahí tenía una tribuna pública. Esto tiene que ver con otra cosa, pero con un camino similar: llegar al poder es ejercerlo para hacer cambios reales.
—Pero el poder como periodista era a través de una cámara, pero este otro poder requiere más que eso: requiere gobernabilidad. En caso de que gane, ¿cómo piensa gobernar?
—Gente preparada en distintas áreas hay. Está el capital y están participando en el FA en las áreas programáticas, incluso que trabaja en el Estado… pero hay gente como la Claudia Sanhueza, Nicolás Grau, Ramón López, José Luis Ugarte…
—Nos está dando la primicia de sus futuros ministros…
—Eso lo dijiste tú… —dice y se ríe—. Pero, en serio, en la sistematización del programa participaron 500 personas. Estamos trabajando con mucha gente y ahí está el sustento. Ahora, cuando un conglomerado es nuevo, se sospecha que sea nuevo, pero todos los movimientos pasan por eso. La Concertación en su momento era nueva y se decía que cómo iba a gobernar. Lo que hemos hecho en este tiempo no es obra de sólo cuatro iluminados.
—¿Como es su relación con el senador Guillier?
—Le tengo mucho cariño, pero estamos en veredas diferentes.
—Pero pensando en el futuro próximo puede que dependa de ustedes dos, gane quien gane, un acuerdo de la centroizquierda para segunda vuelta.
—(Se vuelve a reír). Esta carrera tiene varias etapas, la primera fue las primarias, ahora va la primera vuelta y no me gustaría estar con la calculadora en la mano. No estoy en esa. Estamos pensando en pasar a segunda vuelta.
Al día siguiente, Beatriz Sánchez está en el Paseo Ahumada, frente a un centenar de personas, lanzando su nuevo eslogan de campaña: “El poder de muchos”. Así, con esa idea, quiere llegar a La Moneda. Sabe que no será fácil, pero en el camino, al menos, lo está pasando bien.