Carlos Peña 35,7%
Daniel Matamala 5,5%
Tomás Mosciatti 4,7%
Si uno camina por la calle Gorbea, a la altura del 1770, puede ver desde una ventana, poco antes de la puerta principal de la casa central de la Universidad Diego Portales, una oficina llena de libros: un par de estanterías, un sillón y una mesa de centro repleta de libros: los diarios de Raúl Ruiz, La Fenomenología del espíritu, de Hegel, unos poemas de Raúl Zurita. Más allá, un escritorio donde hay una antología de poemas de Kavafis, un ensayo de Giorgio Agamben y una recopilación de las aguafuertes que escribía Roberto Arlt.
Ese lugar es la oficina del rector de la UDP, la oficina de quien por tercer año consecutivo es considerado el columnista más influyente del país: Carlos Peña (58). El abogado y doctor en filosofía que cada domingo, desde su tribuna en El Mercurio, analiza y reflexiona sobre la contingencia política del país con una mirada que se ha vuelto tan ineludible como incómoda para una elite que lo lee con atención. Un hombre que estudió Derecho en la Universidad Católica, en plena dictadura, lugar que fue fundamental en su formación, a pesar de pensar muy distinto a la mayoría de sus compañeros y profesores, casi todos adherentes al régimen de Pinochet. Estudiar ahí le hizo creer en el poder de las ideas, en el ejercicio de sentarse y debatir con quien fuera, más allá de los relatos biográficos. Y es esa discusión la que ha llevado al terreno de sus columnas, donde evita la primera persona y confía en esas ideas —que convoca domingo a domingo— de algunos de sus pensadores favoritos —Maquiavelo, Hannah Arendt, Kant— para explicar la contingencia nacional: los fantasmas, los errores y las dudas de una clase política que sabe que esa columna dominical —que escribe desde 2002— puede marcar la agenda de la semana.
—¿Cómo afecta a la escritura de su columna el saber que tiene un poder importante de influencia?
—Soy totalmente inconsciente de eso. Yo más bien creo que la clave para escribir columnas periodísticas que funcionen consiste en escribirlas con cierto grado de irresponsabilidad, con cierta espontaneidad, con cierta rapidez. Una de las gracias del periodismo, que a mí me encanta, es el desafío de escribir con premura, no tan reflexivamente y procurando anclar lo que uno dice en la actualidad.
Pero la clave, me parece a mí, está en formular la opinión con desprecio de las consecuencias, sin cálculo. Porque cuando uno calcula transforma la columna en un instrumento de intereses parciales o una forma de relaciones públicas o un ejercicio puramente intelectual y ninguna de esas cosas me interesa. A mí me interesa el periodismo. Y el secreto que tiene el periodismo es esa escritura al compás de lo que ocurre. Es el riesgo y el vértigo que tiene el periodismo.
—¿Lo pasa bien escribiendo entonces?
—Sí, sí, a mí me gusta muchísimo.
Me divierto.
***
—Hoy pareciera que en el terreno público las ideas tienen cada vez menor relevancia. ¿Alguna vez fue distinto?
—La sociedad chilena siempre fue una sociedad donde un pequeño grupo, una pequeña clase dominante monopolizaba la ilustración, el capital económico, la cultura… En ese tipo de sociedades hay mayor conexión entre la creación literaria y las elites económicas, por ejemplo. Pero lo que ocurre en sociedades que se modernizan
—como la chilena, donde se ha masificado, se ha expandido el consumo, la educación— es que los capitales se disocian: el capital cultural circula por un lado, el capital económico por otro, y el prestigio por otro. Eso está ocurriendo hoy día. Por ejemplo, qué sé yo, alguien como Luksic tiene gran capital económico, pero no tiene capital cultural. Otras personas tienen capital cultural, pero no tienen capital económico. Entonces se ha producido esta especie de disociación de los capitales.
—Hoy no pareciera que la elite esté en búsqueda de ese capital cultural…
—No creas. Siempre el capital económico aspira a tener en algún punto la legitimidad que da el capital cultural. Ahora, en una sociedad masificada hay mucha circulación de capitales y a veces ocurren inconsistencias de roles. Quiero decir: un profesor universitario es un hombre que en la escala de la cultura está muy alto, pero en la escala de posición de ingresos no tanto. Ese tipo de inconsistencias ocurren en una sociedad que se está modernizando.
Piñera es un político resiliente, tiene un gran capital en su personalidad. A mí no me gusta, eso consta, pero si Piñera logra refundar la derecha, se va a convertir en el gran político de la derecha chilena.
—¿Pero alguna vez habrá mayor igualdad en ese sentido?
—No es cierto que el ideal normativo subyacente a la sociedad chilena sea un apetito de igualdad a ultranza. A la gente no le repugna la desigualdad que es producto del mérito y del talento. Le repugna la desigualdad que es heredada, que no se debe al esfuerzo. En ese sentido, la sociedad chilena es una sociedad muy capitalista en el sentido cultural de la expresión. Porque la meritocracia, suele olvidarse, es un ideal capitalista.
—¿Es posible cambiar algo de eso, como plantea por ejemplo el Frente Amplio?
—Yo creo que no. Yo creo que la modernización capitalista ha penetrado profundamente la cultura. Lo que quizá no sea tampoco tan malo: es una sociedad con mayor acceso al consumo, con mayor libertad personal, tiene una serie de virtudes que me parecen estimables. Lo que hay que hacer, es claro, son esfuerzos por poner a la sociedad a la altura de los ideales que la legitiman, más bien, y esa es la tarea que está pendiente en Chile.
—Ahora, a partir del 2011 hubo movilizaciones que plantearon un malestar social. ¿Cómo la política responde a eso? ¿Los políticos comprenden el proceso que se está viviendo?
–Lo que yo veo en la política chilena es, por una parte, un rechazo al proyecto de modernización muy fuerte, cuyo representante más conspicuo es el Frente Amplio. Pero yo creo que al Frente Amplio no le va a ir bien electoralmente. Porque pienso que el diagnóstico que ellos hacen de la sociedad chilena como una sociedad fracturada, herida profundamente por la desigualdad y por la explotación, es un diagnóstico que no se condice con la sensación subjetiva de las mayorías. En la derecha, en cambio, en Piñera, mal que me pese, hay un esfuerzo de comprensión de esta trayectoria de los grupos medios y yo creo que él va a lograr sintonizar con esos grupos más que los otros competidores. Y Guillier… bueno, Guillier es Guillier: un personaje silencioso, a medio camino entre el rechazo al proyecto modernizador y el anhelo de interpretar a los grupos medios, o sea está en tierra de nadie. Sólo la inercia de la Nueva Mayoría va a lograr que llegue a segunda vuelta. Pero no hay ahí una oferta de política pública ni de transformación ni de nada que se le parezca.
—¿Cómo definiría a esos grupos medios?
—Cubren casi el 60% del país. Los grupos medios hoy no tienen nada que ver con la antigua clase media chilena. Son grupos surgidos con su esfuerzo, de la escolaridad, vinculados a los servicios, al trabajo en el mundo privado. No son estadodependientes. Son gente con una gran confianza en sí mismos. La gran crisis de las elites hoy en día en Chile tiene que ver con el hecho de que buena parte de los grupos medios perciben y miran hacia atrás el curso de su vida y son capaces de recordar cambios gigantescos que ellos atribuyen a su propio esfuerzo. Con esa trayectoria vital, el argumento de la autoridad ya no les interesa. La gran ventaja que ha tomado la derecha tiene que ver con la capacidad que han tenido (a veces por errores de la Nueva Mayoría) de interpretar más espontáneamente los sentimientos de los grupos medios en Chile.
—Han comprendido mejor a este nuevo actor social…
—Es que Chile hoy no es un país escindido entre un gran proletariado explotado y una minoría que lo explota de manera inmisericorde, como a veces sin embargo se quieren presentar las cosas. No es eso. Si Chile estuviera tan fracturado, entonces díganme cómo se explica que la derecha vaya a ganar dos veces en una década, algo que nunca ocurrió durante todo el siglo XX. Yo creo que Chile es un país con una cultura capitalista que ha penetrado hasta los últimos intersticios, con grupos medios poseídos por la pasión por el consumo, que ven en él el gran mecanismo para competir por el estatus, y la clave de la política chilena es la capacidad que los políticos tengan de interpretar esa trayectoria y esa cultura, que es lo que no entendió la elite de la Nueva Mayoría.
—En la encuesta que realizó Qué Pasa-Cadem, Piñera resultó elegido el hombre más poderoso de Chile. Es un hombre que reúne capital económico y capital político, y que esos grupos medios, al parecer, lo tienen encumbrado en las encuestas.
—Sí, él reúne estos dos capitales de una manera muy sorprendente. Además, él tiene otro gran capital, no sólo capital político y económico, que tiene de sobra, sino que tiene una gran resiliencia. Piñera es uno de los políticos más resilientes de la historia de Chile. Es un hombre que se ha caído y se ha levantado de manera muy sorprendente. Primero fue el “Kiotazo”, que a cualquier otro político lo hubiera lapidado. En el caso de Piñera no. Luego hubo un segundo momento de humillación, yo todavía lo recuerdo, en el cerro Santa Lucía, donde se le hizo renunciar a una candidatura presidencial ante Lavín. O sea, Piñera es un político resiliente, tiene un gran capital en su personalidad. Es un político fuerte y lo está demostrando. A mí no me gusta, eso consta, pero la objetividad obliga a reconocer ese tipo de virtudes. Yo no digo que Piñera todavía sea un gran político. Si Piñera logra refundar la derecha, se va a convertir en el gran político de la derecha chilena. Si él alcanza por segunda vez la presidencia mediante el voto popular, logrará algo inédito. Si además logra refundar la derecha, cuyo primer paso, creo, él lo dio cuando habló de cómplices pasivos; si él logra refundar la derecha, y puede hacerlo, podría ser un gran político.
—¿Pero se podrá refundar la derecha?
—Sí, ¿por qué no? Una derecha más liberal, verdad. Despegada de la memoria de la dictadura, que se sacuda de ciertos carcamales que rondan cerca de ella. Es perfectamente posible. Se requiere resiliencia y poder, y Piñera los tiene. Si Piñera hace eso, va a pasar a la historia como un gran político. Tiene la oportunidad. Vamos a ver si es capaz de hacerlo. Si tiene la decisión de hacerlo.