Esa calle siempre ha sido silenciosa. Entre Carmen y San Isidro, en pleno centro de Santiago, está Sara del Campo: una calle estrecha, donde parecen convivir dos mundos; un edificio blanco, alto, interminable, y casas pequeñas. Pero desde que el Frente Amplio (FA) decidió instalarse en el número 256 de esa calle desconocida, el silencio se ha ido. Pasadas las ocho de la noche de aquel domingo, empezaron las celebraciones: ya sabían que sus diputados habían sido reelectos, que había otros que se sumarían y que, a pesar de todo lo que se decía, Beatriz Sánchez estaba muy cerca de Alejandro Guillier y de la segunda vuelta. A las nueve de la noche, la candidata se reúne en el segundo piso con su familia, mientras sus adherentes, impacientes, esperan afuera. Giorgio Jackson sigue los resultados parlamentarios por un computador.
Cuando dan las diez de la noche, Beatriz Sánchez habla:
—La hicimos con trabajo, coherencia, convicción. Hubo ingenuidad y estoy orgullosa.
Todos están felices. Algunos, sorprendidos. Pero no más que el resto del país.
El enojo con las encuestas, que predecían una derrota holgada, no tardó en llegar.
Sebastián Depolo, ex jefe de campaña de Beatriz Sánchez, dice:
—Si bien no esperábamos estar tan altos en las votaciones, teníamos la convicción de que la gente iría a votar. Hay un sabor amargo por esa instalación comunicacional de darnos por derrotados antes de la elección.
Tomás Hirsch, diputado electo del FA por el distrito 11, cree que el escenario sería otro de no haber existido encuestas que predijeran su derrota.
—Creo que superamos todas las expectativas y que estaríamos en segunda vuelta de no haber sido por las encuestas. Pero, en general, creo que la alta votación parlamentaria demostró que el sistema binominal tenía secuestrada a la gente y sus votos.
Pero, más allá del resultado y las equivocaciones previas, el FA sabe que posee un poder fundamental para el próximo gobierno. Con el nuevo escenario, las responsabilidades cambiaron.
Sebastián Depolo dice:
—Somos una coalición política, no sólo un pacto electoral. La gente está reflexionando en sus orgánicas, en sus partidos. Beatriz nos ha pedido mantener la confianza de la gente que votó por nosotros.
Llegó, entonces, la hora de las definiciones.
Una tediosa segunda vuelta
El FA no sólo se convirtió en una sorpresa sino, sobre todo, en algo necesario para las coaliciones tradicionales. Con el 20% obtenido en primera vuelta, se vuelve indispensable para quien quiera asegurar su camino a La Moneda. Y ellos lo saben.
Sin embargo, el qué hacer para la segunda vuelta aún no está del todo definido. Especialmente teniendo en cuenta que son 14 organizaciones, con independientes incluidos, que deben llegar a un consenso. Pero hay algo que está claro: nadie es dueño de los votos. Si Guillier los quiere, tiene que ganárselos directamente. Las negociaciones ya están descartadas, como también cualquier puesto en el gobierno.
Respecto a la idea de unirse para frenar el triunfo de Sebastián Piñera, Camila Rojas, diputada electa del FA por la Quinta Región, argumenta:
—Como Izquierda Autónoma hemos discutido sobre esta idea de “todos contra Piñera”, que se instala en abstracto y sin contenido, y en ningún caso estamos disponibles para un chantaje. Hoy el programa de Guillier no apunta en la dirección de expulsar al mercado de los derechos sociales y, si persiste en esa posición, será su responsabilidad un eventual triunfo de Sebastián Piñera, porque hoy el FA no se siente convocado por el “legado” de Bachelet.
Desde Revolución Democrática, quienes en las elecciones pasadas optaron por ser parte del gobierno de la Nueva Mayoría —principalmente en el Ministerio de Educación— y su primer diputado lo obtuvieron gracias a la omisión, aseguran que depende de cada fuerza la decisión que tomen sobre la segunda vuelta.
Rodrigo Echecopar, presidente de ese partido, lo explica:
—En la calle no están esperando que les digamos por quién votar, cada uno tiene su decisión. Nosotros queríamos ser gobierno y perdimos. No lo seremos en esta oportunidad, y debemos ser enfáticos en que no venimos a negociar. Nosotros queremos ser parte del primer gobierno del FA y para eso vamos a trabajar.
El miércoles 29 de noviembre será la fecha en que el FA deberá abordar el tema. Antes de eso, cada partido tiene que haber tomado su propia decisión. Revolución Democrática, por ejemplo, zanjará el día antes, a través de un plebiscito —posiblemente electrónico—, su posición. Además, ya comenzaron a organizarse jornadas de discusión abiertas donde militantes e independientes del Frente Amplio deberán debatir sobre el futuro de la coalición frente a la segunda vuelta.
En ningún caso, aseguran, pretenden utilizar a algunos de sus liderazgos —como Beatriz Sánchez, Giorgio Jackson o Gabriel Boric— para llegar a acuerdos. —Entendemos que existe una posibilidad de que dentro del FA se vote por Guillier, pero al menos nosotros nos vamos a ubicar en la oposición respecto a este gobierno porque no hay coincidencias. Pero la decisión que tome el FA puede dejar la puerta abierta para que distintas orgánicas tomen distintas decisiones —señala Hirsch.
El único acuerdo —al menos definido— que parece existir hoy en el FA es que no serán gobierno, sin importar quién salga. Desde ya se preparan para ser, por primera vez, oposición. Para eso, dicen, el programa que los une se vuelve fundamental.
Sebastián Depolo señala:
—Hay efectivamente un poder institucional, que no es masivo, pero que es importante para cualquiera que gobierne los próximos años en Chile. Tienen que tomar en cuenta los votos y las propuestas que el Frente Amplio ponga sobre la mesa. Hay una voluntad programática de que nuestros diputados defiendan nuestro programa.
Nueva fuerza, nueva orgánica
Convertirse en la tercera fuerza más grande del país requiere, sin duda, de cambios. Especialmente en una orgánica que, muchas veces, se volvió problemática de abordar cuando existían momentos de deliberación. El nuevo escenario obliga al FA a detenerse y comenzar a dibujar cómo se alinearán en el corto plazo.
Si bien esa definición se espera encontrar después de la segunda vuelta, existe al menos un camino dilucidado.
Tomás Hirsch cree que la nueva estructura debe ser especialmente horizontal y paritaria:
—Es fundamental que tengamos mecanismos de consulta permanente a la militancia y a las organizaciones sociales. No se nos puede ir la energía de las decisiones a las cúpulas, a las dirigencias ni a la bancada. Yo aspiro a que siga siendo una organización con fuerte presencia de la toma de decisiones en las bases.
El ex jefe de campaña de Beatriz Sánchez cree que deben ser especialmente cuidadosos en su nueva orgánica.
—Hay dos mundos en el Frente Amplio: están los partidos y están los independientes. Vamos a tener que ser capaces de encontrar una manera virtuosa de organizarnos —dice.
Otra duda que surge en el nuevo camino que debe enfrentar la naciente coalición es cómo gobernar a la nueva bancada de diputados; generar unidad en un espacio donde deben convivir desde la Izquierda Autónoma al Partido Liberal, y donde diferentes liderazgos se podrían ver enfrentados. Será clave, entonces, quiénes se logren posicionar en ese espacio.
—Obviamente los diputados que van a estar en su segundo periodo van a tener un liderazgo indiscutible, además de que cuentan con el respaldo que obtuvieron. Pero yo no creo que vaya a existir algún problema en construir una opinión y un trabajo común porque nos une el mismo proyecto político que encabezó Beatriz Sánchez —asegura Depolo.
Camila Rojas, de Izquierda Autónoma y quien integrará esa bancada, dice que el 2018 debe ser diferente a cuando llegaron los primeros parlamentarios en 2013:
—A diferencia de las elecciones pasadas, las diputadas y diputados fuimos electos como representantes del Frente Amplio y esto nos impone dos condiciones: saber actuar como bloque, y no caer en los chantajes de que nos pidan aprobar reformas que incrementen los subsidios públicos al sector privado, como ocurrió con la ley de inclusión escolar o la gratuidad universitaria.
Noviembre parece ser el mes clave para el Frente Amplio: lograron consolidarse como la tercera fuerza política más importante en Chile y, a su vez, deben decidir la ruta de, al menos, los próximos cuatro años. La tarea no es fácil, considerando que la construcción de su identidad aún no está del todo clara.
Hoy, llevan en sus hombros la responsabilidad del poder que han ganado y de definir si entrarán o no —de lleno— a la política tradicional, aliándose con partidos fuera de su bloque o mantendrán su autonomía y lejanía de lo existente. De esas decisiones y de la madurez política que alcancen —en el Congreso, principalmente— dependerá si, para las siguientes elecciones, logran lo que no consiguieron el domingo pasado.