Sabe que es una tesis incómoda, pero él dice que sólo está observando la realidad, que esto no se trata de pasiones. El rector de la UDP Carlos Peña lo dice tranquilo, sonriendo, sentado en su oficina en el centro de Santiago, a pocos días de que Sebastián Piñera ganara la última elección presidencial y su ensayo Lo que el dinero sí puede comprar (Taurus) —en el que desarrolla esa tesis incómoda en la que aborda la relación entre los nuevos grupos medios, el mercado, el consumismo y el malestar social— siga arriba en el ranking de los libros más vendidos; de hecho, acaba de entrar a imprenta la tercera edición, que en unas semanas llegará a librerías. Una tesis que circuló sobre todo en estos tiempos de campañas presidenciales, que se puso en tela de juicio después de la primera vuelta —cuando muchos aseguraron que el país sí estaba a favor de las reformas al sistema capitalista— y que luego, con los resultados de la segunda vuelta, pareció confirmarse al ser electo Sebastián Piñera, el abanderado de la coalición que se oponía a muchas de las reformas y que les habló justamente a esos grupos medios que, al parecer, no ven el mercado como un enemigo.
—Este tipo de análisis como los que yo hago suelen ser muy irritantes; la gente parte de un malentendido: creen que uno está expresando deseos o anhelos, cuando no es eso. Yo estoy constatando la realidad. Spinoza, el gran filósofo judío, decía que miraba la realidad sin llorar y sin reír, y eso es lo que trato de hacer —cuenta Peña.
El origen de este ensayo se puede rastrear en algunos textos que el rector y columnista principal de El Mercurio fue escribiendo en estos últimos años. Se detiene, de hecho, en la presentación que hizo en el Festival Puerto de Ideas, en noviembre de 2013, en Valparaíso, cuando leyó un texto titulado “¿Qué pasa en Chile?”, en el que planteaba ya algunas de las ideas que desarrollaría en Lo que el dinero sí puede comprar:
“Creo que Bachelet hizo su segundo gobierno como una especie de venganza respecto de sí misma. Ella mira su primer mandato como un momento de total frustración. En cambio, su segundo mandato lo ve como un contrato entre ella y el pueblo”.
—En ese tiempo constato por primera vez, a partir de varios estudios, que en Chile las personas manifestaban una profunda satisfacción con su vida personal, y al mismo tiempo una queja muy radical respecto a las instituciones. A eso lo llamé la paradoja de Chile —cuenta Peña, quien profundizaría en esa tesis y la desarrollaría en el libro, en el que indaga en la aparición de los nuevos grupos medios y su comportamiento en la modernización que ha vivido la sociedad chilena.
—En sus últimas columnas ha planteado que, precisamente, este nuevo sujeto social, estos nuevos grupos medios, fueron fundamentales en la elección. ¿Cómo los podríamos definir?
— Son grupos, para caracterizarlos en general, cuyos miembros adultos han experimentado en su propia trayectoria vital, lo que es muy sorprendente, cambios que antes las familias o los seres humanos vivían en dos o tres generaciones. Estamos en presencia de cambios en las condiciones materiales de la existencia humana tan repentinos que se produjeron en el lapso de una vida, y al mismo tiempo se trata de personas en cuya memoria se alberga, sin embargo, un pasado de carencia, un pasado proletario, un pasado en el que se miraba el consumo, el bienestar material, la elección de colegio, la expectativa de universidad como una quimera, como algo a lo que otros accedían y que se observaba a la distancia.
—Y ahora esas cosas les resultan accesibles…
—Claro. Y como consecuencia de eso han adquirido una gran autonomía, una gran confianza en sí mismos. Cuando en el curso de tu sola vida experimentaste cambios de esa envergadura, no tienes necesidad de ser redimido por nadie. Te sientes un sujeto autónomo, con confianza. Ahora, sin embargo, en la memoria de estos grupos sigue acechando el temor, desde luego, de quedar a la intemperie nuevamente, y eso también los caracteriza. La experiencia que han vivido estos grupos es ambivalente, pero es la ambivalencia propia de la modernidad. Esta mezcla de progreso y desilusión.
***
—Otra cosa que usted señala sobre estos grupos es que no son ideologizados. ¿Qué hace la política con ellos? ¿Cómo los aborda?
—La política, tradicionalmente, y ese es un ideal que todavía añoramos, sin ninguna duda, es concebida aún por algunos como la labor de conducir a las personas en una especie de caravana hacia un horizonte histórico. En consecuencia, se dice: “La política mira el presente a la luz de un futuro que se acerca”. Desde luego, esa es una visión muy religiosa de la política. Es como la escatología cristiana, que juzga todo desde el futuro en el que confío. Yo creo que esa forma de hacer política sigue entusiasmando a las nuevas generaciones y particularmente a los grupos burgueses que viven su bienestar con sentimiento de culpa, pero yo creo que no entusiasma a las grandes mayorías. Porque las grandes mayorías lo que quieren es gestionar el tranco de sus vidas cotidianas con los más cercanos, con la familia, que es un valor muy importante en la sociedad chilena, como suele ocurrir en este tipo de sociedades, en que como todo se enfría, al final la familia es el único refugio posible.
—¿Y cuál sería la forma de que la política los interpele?
—Esta mirada de la política va a seguir existiendo, sin ninguna duda. Pero yo creo que el gran desafío de la izquierda es abandonar esa visión religiosa de la política. Yo estoy convencido, pero no quiero decir nada que irrite más de lo que ya he irritado, que en la izquierda en particular, y en los intelectuales de izquierda, lo que hay es un fuerte anhelo de ideales religiosos más que de trabajo político genuino. Anhelos de escatología, de horizontes históricos, de abrazos colectivos, de solidaridades abstractas. Ese tipo de cosas están llenando no la política en el sentido de masa, sino más bien el espíritu y el anhelo de estos grupos minoritarios hastiados del consumo, del bienestar, pero que no son los grupos medios.
“La pregunta que tiene que hacerse la izquierda es la siguiente: ¿Es posible una izquierda que no se enemiste con las características propias de la modernización, es decir, una izquierda amistosa con el consumo, con la individuación de las personas…? Yo creo que sí”.
—Ahora, con este diagnóstico, ¿qué puede hacer la izquierda para llegar a esos grupos medios de una manera distinta como lo está haciendo la derecha?
—La pregunta que tiene que hacerse la izquierda es la siguiente: ¿Es posible una izquierda que no se enemiste, que no riña con las características propias de la modernización, es decir, una izquierda amistosa con el consumo, con la individuación de las personas, con la autonomía radical de la gente…? Esa es la pregunta. ¿Es posible una izquierda amistosa con estos rasgos que son propios de las sociedades que experimentan procesos rápidos y repentinos de modernización?
—¿Y usted cree que la izquierda puede responder afirmativamente esa pregunta?
—Yo creo que sí, pero esto requiere un trabajo intelectual. Una izquierda quejosa de la modernización, que siga abrazada a la idea, en mi opinión absurda, de que el consumo es alienante, de que cuando las grandes masas se divierten en los malls están alienándose, poniéndose fuera de sí, exponiéndose a la dominación de pequeñas minorías malignas… esa izquierda me parece una izquierda tonta. Hay que recordar que la política no sólo es satisfacción de necesidades, sino también el espejo en el que las grandes mayorías esperan se reconozcan como valiosas las formas de vida y las trayectorias vitales que ellos han llevado adelante. Eso esperan. Esta dimensión de reconocimiento de la política es la que también se debe tener en consideración, pero para eso hay que mirar la realidad.
***
—Lo que usted planteó, después del triunfo de Piñera, es que la derecha esta vez sí supo reconocer esas trayectorias vitales. Ahora, siendo un personaje que siempre está al borde en los temas éticos (y usted ha escrito mucho sobre eso), ¿por qué cree que esos grupos medios igual votan por él, sin darle importancia a esos problemas éticos?
—Creo que en Piñera no ven a un heredero y eso es fundamental. La gente ve en él (no lo voy a defender yo, que más bien me he dedicado a criticarlo durante años) una persona cuyo comportamiento no hace ostentación de lo que tiene. Hay algo de ascetismo raro en él. Hay una cierta conducta, que parece ser bastante espontánea en él, de no vivir ostentosamente, de no decir su riqueza más allá de lo inevitable, y eso es importante. Es, además, un personaje resiliente (sobrevivió a la radio Kioto, entre muchos otros episodios políticos), a lo que se suma otra dimensión de su personalidad, que es un personaje circense que tiene una compulsión por el comportamiento circense, como un niño que cuando llegan los familiares se pone a hacer gracia para llamar la atención. Esa mezcla del personaje hace que, extrañamente, la gente deba reconocerse seguramente en él, de alguna manera, y pase por alto todo lo demás.
—¿Cree que el Sebastián Piñera que asume la presidencia en 2018 es más de derecha que el que asumió en 2010?
— Yo creo que no. Que es menos de derecha. Yo veo en Piñera a un hombre que políticamente es menos de derecha que antes, pero que aparenta ser de derecha porque es más astuto que antes. Yo creo que disminuyó en cantidad la derechización que portaba y aumentó en astucia y en la capacidad de doblegar a sus adversarios. Dicho eso, yo diría, es un personaje que por supuesto que para tener éxito en su segundo gobierno tiene que, astutamente o con voluntad, apartar de sí a los carcamales de la derecha que hacen gala de un cierto linaje y enarbolan un conservadurismo moral. A esa derecha tiene que apartarla de sí, y si quiere realmente inscribir su nombre en la historia política de Chile (ya lo logró, creo yo, Piñera, mal que a uno le pese), tiene que hacer esfuerzos por modernizar a la derecha.
—¿En qué consistiría eso?
—Eso quiere decir: elaborar una derecha con una agenda más consistente con la postura de nuestros tiempos, más meritocrática, que haga suyos los ideales normativos que hoy día la sociedad chilena está mostrando, que sepa leer bien y darles reconocimiento a los grupos medios cuya trayectoria vital es motivo de orgullo para ellos en todos estos años. Si él logra sintonizar con todo eso, y elaborar una agenda más liberal, se va a convertir, sin ninguna duda, en un líder de la derecha, en el sentido performativo y mítico de la expresión.
—En una de sus últimas columnas fue tajante con respecto al legado de Bachelet. ¿Cree que serán recordados de manera muy distinta sus dos periodos?
—Desde luego la primera Michelle Bachelet respecto a la segunda es distinta. Recordemos que la primera Bachelet tuvo un liderazgo sorpresivo, que irrumpió tardíamente en el gobierno de Lagos, como una estrella casi fulgurante, muy carismática, detrás de la cual los partidos se pusieron, y ella fue amistosa con los partidos y, en consecuencia, fue hasta cierto punto dócil, y estructuró su programa de gobierno en diálogo con los partidos. La segunda Michelle Bachelet es totalmente distinta.
—¿En qué cambió?
—Es un liderazgo puramente carismático. Ella llega a Chile embebida de los ideales de Naciones Unidas en temas como medioambiente y género, y que a punta de puro liderazgo carismático irrumpe en la escena política de Chile con prescindencia total de los partidos. Y al prescindir de los partidos políticos el resultado está a la vista… Y está a la vista, creo yo, porque Michelle Bachelet su segundo gobierno lo hizo como una especie de venganza respecto de sí misma y de reivindicación de su memoria. De venganza respecto de sí misma porque yo creo que ella mira su primer mandato y lo ve como un momento de total frustración, donde su voluntad fue finalmente impotente y donde quienes gobernaron fueron otros. Y ve, en cambio, su segundo mandato, creo yo, por una parte, como un contrato entre ella y el pueblo. Creo que ve su segunda administración como una especie de reivindicación de su propia memoria política, la memoria de los 70, sin ninguna duda. Creo que su inconsciente le decía: ahora sí vamos a estar a la altura de lo que realmente somos… Creo que en su inconsciente y en su propia reflexión ella ve su primera administración como un acto de traición a la confianza que en ella se había depositado. Por eso terminaron siendo dos gobiernos tan distintos.