Fue un jueves 4 de agosto, en pleno 2011. Era un día de invierno muy frío y la luz se colaba apenas por las casas. Las protestas del movimiento estudiantil llevaban más de tres meses atestando las calles del país, y las soluciones parecían atoradas entre la disconformidad de los estudiantes y la apuesta por desgastar el gobierno de Piñera. Siempre pareció que sería un día difícil, de esos que demoran en acabar, pero era imposible dimensionarlo del todo. Las barricadas comenzaron poco después de amanecer y luego de ellas, tal como advirtieron algunos dirigentes, vinieron dos marchas casi imposibles de borrar.
En la mañana, mucho antes de que dieran las doce, los secundarios decidieron salir a las calles. Pero las intendencias, prácticamente de todo Chile, les prohibieron volver a hacerlo. Sin embargo, a ellos no les importó. Entonces, miles de secundarios intentaron llegar a Plaza Italia y otros tantos reunirse en otras ciudades. El centro de Santiago, a esa hora, ya estaba repleto de carabineros dispuestos a detener su paso, y el humo que nació de las barricadas sólo se disipaba con el agua de los carros lanzagua. Esa tarde, cuando ya había oscurecido, más de 800 estudiantes estaban detenidos.
A esa misma hora, los dirigentes universitarios —pertenecientes a la Confech— estaban reunidos. Intentaron discutir las propuestas del gobierno de Sebastián Piñera, pero sólo llegaron a una conclusión: salir a las calles ellos también. Pero no fueron sólo ellos. Miles de familias, padres con sus hijos, abuelos con sus nietos, empezaron a protestar. Entonces, en Santiago sólo se escucharon ollas. En Valparaíso, el ruido llegó hasta los cerros. Gran parte de Chile ese día decidió manifestarse en apoyo de un movimiento que no se desgastaba, a pesar de que habían pasado meses desde la primera vez que salieron a las calles.
Hoy, algunos de los dirigentes actuales recuerdan ese 4 de agosto. Los más jóvenes, en cambio, eran sólo niños y no han vivido nada parecido. Sólo saben lo que les contaron y cómo ese 2011 fue por años un recuerdo que no lograban replicar. En el siguiente gobierno, a pesar de que se convocaba constantemente a marchar, no hubo ninguna protesta que lograra tal masividad.
Para varios hoy la historia se repite: Michelle Bachelet dejando el mando y entregándoselo a Sebastián Piñera. Entonces, con la designación de Gerardo Varela como ministro de Educación, a quien no tardaron en rechazar, el 2011 vuelve como un fantasma que tendrán que combatir.
El declive
El movimiento estudiantil vive uno de sus momentos más complejos. El año que pasó, de hecho, evidenció la gran caída que ha sufrido en este último tiempo. La Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh), una de las más emblemáticas históricamente, apenas alcanzó el quorum en sus elecciones. En la UDP pasó algo similar, y en la UC, que siempre ha contado con gran participación, bajó considerablemente. Además, las asambleas estudiantiles —espacios claves de deliberación— poseen cada vez menos convocatoria.
Hoy prácticamente todas las federaciones —son alrededor de 40— están al mando de partidos pertenecientes al FA e independientes, y las tres vocerías existentes —FECh, Feusach y FEUDP— están a cargo del Movimiento Autonomista (MA), partido del diputado Gabriel Boric. Muchos de esos militantes, originalmente del mundo estudiantil, dedicaron gran parte de sus fuerzas a las diferentes candidaturas que enfrentaron en noviembre pasado. Las Juventudes Comunistas, por su parte, quienes siempre tuvieron un rol protagónico, hoy sólo cuentan con ocho federaciones a lo largo del país.
Rodrigo Rivera (MA), presidente de la FEUDP, es crítico del estado actual que vive el movimiento estudiantil:
—Llevamos un letargo de varios años, en donde no hemos podido generar articulación ni la movilización que permita hacer las cosas que hicimos en otros años —agrega—. Hay mucha gente que siente que el hecho de ser dirigente estudiantil ya te asegura ser diputado. Y la Confech, aparte de burocratizarse en muchos sentidos, ha caído en discusiones que no le hacen sentido a una porción importante del estudiantado en Chile, y no ha sido capaz de salir de los discursos tradicionales.
“Estamos trabajando para que se vuelva a generar un estallido social porque creemos que el ciclo de reformas que cierra la NM no satisface las demandas del movimiento estudiantil”, señalan de la Feusach.
Dentro de las razones, explican, se encuentra el cambio de generación. Durante mucho tiempo el movimiento estudiantil evocó el 2011 como ese proceso álgido al que debían apuntar, pero ahora quienes entran a la universidad sólo conocen lo que escucharon siendo niños.
—Hoy hay compañeros que no entienden las demandas centrales y hay que hacer un ejercicio de volver a construir esas discusiones en las asambleas, en los espacios de base —señala Juan Pablo de la Torre (MA), presidente de la Feusach, y añade: —Estamos trabajando para que se vuelva a generar, en algún momento, un estallido social importante, porque creemos que el ciclo de reformas que cierra la Nueva Mayoría no satisface mayormente las demandas que hemos tenido como movimiento estudiantil.
Además, el gobierno de Michelle Bachelet, al tomar gran parte de sus “banderas”, los relegó a un segundo plano.
La presidenta de la FEUC, Josefina Canales (Nueva Acción Universitaria), lo dice así:
—Cuando comenzó el gobierno de Bachelet, creo que todos los estudiantes tuvimos la ilusión de que nuestras demandas habían sido escuchadas, de que realmente iba a haber cambios sustanciales. Sin embargo, vemos que no fue así. No hay cambios que generen una nueva estructura de la educación. Lo que nosotros queremos es cambiar la visión radical que hoy tenemos de la educación en Chile, y para eso hay que seguir avanzando.
Desde la UDP, Rivera asegura que este gobierno dejó al movimiento estudiantil en una posición incómoda. Dice:
—Es difícil enfrentarse a un gobierno que en el discurso dice hacerse cargo de demandas históricas. En ese contexto, funcionar o generar una línea política era muy difícil, y en estos cuatro años no tuvimos la capacidad de problematizar bien esa situación. Pero eso cambia con un gobierno de derecha.
“Al igual que en 2011, vamos a volver a tensionar a Sebastián Piñera y su política de defender y profundizar el mercado en la educación”, dice Alfonso Mohor, presidente de la FECh.
Alfonso Mohor (MA), presidente de la FECh, cree que no hay fórmulas que aseguren que exista otro proceso como el del 2011.
—Creo que necesitamos que las y los chilenos se vuelvan a involucrar en esta causa, porque lo que está en juego es que las niñas y niños del futuro en Chile puedan tener acceso a una educación de calidad, independiente de la situación socioeconómica en la que vivan sus familias, pero no creo que esto sea como apretar un botón y repetir la dinámica del año 2011 —asegura.
A diferencia de aquel año, no existe una demanda tan instalada y unitaria como lo fue “educación pública, gratuita y de calidad”. Hoy se han diversificado como con No + AFP, Ni Una Menos o el endeudamiento por el CAE. Esta última, dicen, esperan que tenga un rol importante en sus movilizaciones, además de la violencia de género —canalizada a través de la demanda de “educación no sexista”— y el marco regulatorio a las universidades. Es decir, establecer las condiciones para que las instituciones educativas reciban dinero del Estado.
Sin embargo, las demandas estrictamente educativas han perdido protagonismo. Pero el cambio de gobierno, dicen algunos, les abre una nueva posibilidad.
La figura de Gerardo Varela, director de la Fundación para el Progreso y consejero de Icare, encendió las alertas, especialmente a raíz de una columna que escribió en El Líbero, donde señaló: “Lo pueden repetir hasta el cansancio y lo pueden gritar a los cuatro vientos, pero la verdad siempre termina por imponerse, les guste o no a los inquisidores modernos; coincida o no con sus prejuicios medievales, la educación, como la salud y la seguridad, son tanto derechos como bienes económicos”.
—Nosotros siempre supimos que el gabinete de Sebastián Piñera no iba a venir del mundo progresista, sino más bien de la más acérrima defensa al modelo económico neoliberal. Para nosotros, él es básicamente un opositor declarado de todas y cada una de las demandas del movimiento social por la educación —dice el presidente de la FECh.
La señal del Presidente
El martes recién pasado fue un momento clave. Si antes no existían definiciones del todo concretas, pues esperaban conocer a quién pondría Sebastián Piñera a cargo del emblemático Ministerio de Educación, el nombramiento de Gerardo Varela fue crucial. Estaba, de hecho, coordinado una suerte de “encuentro” entre todas las dirigencias para ese mismo día y el siguiente, con el fin de conseguir un diagnóstico y postura unitaria frente al nuevo gobierno. Y las respuestas no tardaron en llegar. Tan sólo un par de horas después del anuncio, los dirigentes de las federaciones más emblemáticas mostraron su desacuerdo.
La presidenta de la FEUC, Josefina Canales, cree que designar a Varela tiene un significado muy claro para el movimiento estudiantil: Sebastián Piñera no querrá dialogar y primará la polarización de las ideas.
—Al plantear a una persona que es completamente radical frente a las ideas que hemos tenido, y lo hemos visto en las distintas columnas que ha sacado el futuro ministro, se refleja el poco interés por las demandas del movimiento estudiantil. A pesar de que siempre vamos a estar abiertos al diálogo, hay que entender que estamos en veredas opuestas y, a partir de eso, buscaremos la masificación del movimiento estudiantil —argumenta la dirigenta.
Si bien todos concuerdan en que deben existir espacios de conversación y que no serán ellos quienes se opongan a eso, ya está claro que probablemente no existirán acuerdos.
Desde la UDP, quienes están a cargo de representar a las universidades privadas, aseguran que la llegada del nuevo ministro los obliga a estar preparados desde el primer momento.
—Si tenemos que usar las movilizaciones, lo vamos a hacer, porque no vamos a aceptar que haya ningún tipo de retroceso ni políticas educacionales que impliquen más mercado. El movimiento estudiantil va a estar en un estado de alerta y mucho más pendiente que antes del nombramiento, porque ahora ya sabemos cuál será la línea que buscarán implementar —dice Rivera.
Desde la U. de Valparaíso, una de las federaciones regionales más importantes, Valeria Verdejo, presidenta y militante de Izquierda Autónoma, cree que Gerardo Varela se contrapone radicalmente a la visión que el movimiento estudiantil ha intentado impulsar, no sólo en ciertas demandas, sino en el proyecto educativo que ellos plantean:
—El futuro ministro ha planteado que hay que fortalecer las instituciones privadas y nosotros creemos que es el Estado el que tiene que hacerse cargo. Entendemos la educación de manera diferente. Él la entiende como un mercado, como una mercancía y nosotros como un derecho —señala.
Hasta el momento, los pasos a seguir no están delineados del todo. Muchas de las decisiones que tomarán tendrán que ser en marzo, pues los estudiantes están de vacaciones. Además, cada partido que constituye a las diferentes federaciones está viviendo su propio proceso interno —varios han tenido sus “congresos” y otros los tendrán en marzo—, donde incluso se ha barajado la posibilidad de fusionarse entre ellos. Una vez resuelto eso, tendrán no sólo la tarea de llegar a acuerdos, sino también de crear estrategias que les hagan sentido a los miles de estudiantes que hoy no se interesan por las movilizaciones: aumentar la participación —en las asambleas, en votaciones—, generar puentes con otras organizaciones sociales y, de necesitarlo, llenar las calles para poder demostrar que son un actor al que hay que tomar en cuenta.
—El desafío que tenemos, al menos durante este año, es recomponer el tejido social. Las organizaciones sociales tienen que saber que si existe el conflicto educacional, todavía nos queda harto por luchar —sentencia Verdejo.
Alfonso Mohor sabe que es imprescindible para este año buscar el apoyo de la ciudadanía. Que es ahí, precisamente, donde reside su fuerza política:
—En la ciudadanía organizada e informada se encuentra nuestro poder, más que en el Ejecutivo, y es desde allí donde, al igual que en el año 2011, vamos a volver a tensionar a Sebastián Piñera y su política de defender y profundizar el mercado en la educación —sentencia.
Pero la tarea no será fácil.