La noche del 19 de noviembre pasado, Osvaldo Andrade (63) asumió desde el primer momento su derrota. Le bastó ver los resultados que obtuvo Beatriz Sánchez para saber que en su distrito perdería. Pero en pocas horas encontró un consuelo. Canceló su participación en un foro televisivo, partió rumbo a su casa en Las Vertientes (San José de Maipo) y sintonizó un canal de deportes para ver un partido de la NBA. Ya no había nada más que hacer.
Andrade es la clásica expresión de lo que se conoce como animal político: ministro del Trabajo en el primer gobierno de Bachelet, diputado por dos períodos, presidente del Partido Socialista, sólo por nombrar los cargos de mayor notoriedad. Lo vive con pasión, sin pelos en la lengua. Pero este 11 de marzo dará un giro: tras dejar su cargo en el Congreso, el abogado abrirá una oficina de asesorías laborales, con el fin de intentar mediar entre empresarios y trabajadores para evitar las huelgas que, dice, finalmente no ayudan a nadie. Pero su mayor desafío será entrar a una liga sénior de básquetbol. Hace 15 años que no juega y tiene todo el deseo de retomar esa gran pasión.
No descarta volver a la política. Seguirá participando de la directiva del PS en su rol de ex presidente, pero confiesa que antes de estudiar la opción de postular a algún nuevo cargo lo pensará dos veces. No lo pasó bien con el escándalo del “jubilazo”, y asume que eso afectó sus posibilidades de ser reelecto.
"No hay un legado sólo de esta Bachelet, lo que hay es un legado de la centroizquierda, que partió el 90. El gran problema es que nunca hemos sido capaces de defenderlo; por el contrario, nosotros mismos nos hemos encargado de hacerlo pedazos"
—¿Quién mató a la Nueva Mayoría? ¿La DC, el PC, el gobierno o todas las anteriores?
—No creo que la Nueva Mayoría se haya terminado por la decisión de uno u otro. La NM se terminó cuando fue incapaz de establecer una relación adecuada con su gobierno y cuando el gobierno fue incapaz de establecer una relación adecuada con su coalición. Hay una responsabilidad compartida. Las reuniones del comité político eran un mero trámite, nunca fueron productivas. Allí se hablaba de todo y de nada: de la contingencia, pero nunca se iba más allá con una perspectiva estratégica, salvo en la mente de cada uno de los presidentes. Había una incapacidad real de que lo que se acordaba en las reuniones se ejecutara. Cuando se instauró la inutilidad de la relación entre el gobierno y su coalición, se terminó la Nueva Mayoría.
—Bachelet, desde que llegó el 2013, lo hizo siempre distanciada de los partidos, tampoco era mucho lo que se podía pedir para su gobierno.
—En las campañas siempre hay tensión entre los comandos y los partidos. Hay situaciones casi bochornosas que sucedieron, eso sí.
—¿Como cuáles?
—Muchas veces los presidentes teníamos que entrar casi clandestinos al comando para que no se supiera que estábamos allá. Esa tensión siempre ocurrió, pero es una tensión que también se encuadra dentro de la relación de la coalición con su gobierno y no se enmarca sólo en Bachelet. A esto se suma que la coalición misma siempre estuvo llena de tensiones desde las tesis refundacionales de algunos.
—Y las moderadas de otros...
—Moderación es una palabra bien elegante, más bien fue el matiz como factor esencial de oposición. En esa contradicción hubo problemas con la radicalidad de estos dos conceptos.
—Cuando se fundó la Nueva Mayoría, ¿se estableció un proyecto político a futuro o sólo fue la excusa para recuperar el gobierno?
—Acá hay un error que se podría cometer de nuevo esta vez y es que algunos intentaron, después de la derrota contra Piñera, construir una idea de nueva coalición como una imagen a lograr. Felizmente logramos construir la idea de que había que transitar desde la Concertación a una nueva idea de unidad, pero sin que tuviésemos claro desde el inicio una fisonomía de ese esfuerzo. Se tenía claro un objetivo, pero no el cómo. En consecuencia, dijimos: transitemos, caminemos.
—¿Quizás no fue finalmente algo negativo para la construcción de un proyecto político trascendente que todo se sustentara en la imagen casi suprema de Michelle Bachelet?
—Probablemente fue un factor que impidió una discusión o un debate de más profundidad entre los actores. La imagen de Bachelet y su perspectiva soslayaron y ocultaron ese debate.
—En la NM aparecieron estas dos almas: “refundacionales” y los “maticeros” ¿Cuál le hizo más daño?
—Creo que esa distinción es completamente artificial. Uno de los problemas que tiene ahora la construcción de una nueva perspectiva es esto que llamamos la defensa del legado, porque soy de los que creen que no hay un legado sólo de esta Bachelet, lo que hay es un legado de la centroizquierda que se expresó en Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet y Bachelet, pero que partió el 90. Ese es nuestro legado. El gran problema es que nunca hemos sido capaces de defender ese legado; por el contrario, nosotros mismos nos hemos encargado de hacerlo pedazos.
—¿Es de los que sostienen que en estos cuatro años la presidenta se quedó sola en su gobierno y en la defensa de su legado?
—Yo creo que Bachelet nunca logró asumir su condición de jefa de coalición.
—Da la impresión de que Bachelet se aburrió de los partidos y consideró que era inútil acercarse más a ellos. Por ejemplo, en 2017 nunca se juntó con ellos.
—La presidenta tiene una frase que es decisiva: no hay nada peor que dar instrucciones que uno sabe que no se van a cumplir. Lo que constató la presidenta, en la mitad de su gestión, es que los acuerdos a los que podía llegar con los partidos nadie garantizaba que se cumplirían. Mi impresión es que allí se dio cuenta de que cualquier esfuerzo era inútil.
"Por alguna razón, antes todos nos felicitaban por lo bien que estábamos llevando nuestras finanzas, nos decían que eramos el partido (PS) más transparente, y de un día para otro, porque apareció una inversión en SQM, éramos una basura"
—La DC, al parecer, ni a misa con el PC, ¿cómo se construye una nueva coalición así?
—Es superhipócrita la actuación de la DC, la decisión de incorporar al PC en esta nueva coalición la tomamos todos sin excepción. Y el tipo de dificultades que tuvimos en la construcción de esa sociedad, tenían que ver más bien con condiciones exógenas: Corea del Norte, Venezuela, Cuba, pero desde la política nacional nunca hubo dificultad. Da la impresión de que ahora se descubrió que había un Partido Comunista.
—Pero ¿qué viene ahora, entonces?
—Por ahora hay una flojera incalificable. Han pasado todo tipo de cosas: Operación Huracán, la instalación del gobierno de Piñera, declaraciones de sus ministros designados, Trump, Venezuela, Perú y dime qué partido ha establecido una opinión. La Nueva Mayoría murió por inanición y ante eso cada partido, lo poco que han hablado, es para desasirse de todo. El PC ya tomó ese camino y nos mandó a buena parte, sin pudor y está bien; mientras el gobierno nada, el ministro de Desarrollo Social hace pebre al gobierno y queda impune. Es la mejor demostración de que esto está muerto. Los partidos están paralizados. En una semana vamos a saber cómo termina esto. Pero la primera semana se debe resolver la presidencia de la Cámara y eso es concreto. Sin perjuicio de todo lo demás, ahora vamos a ver cuánto pesamos y qué tan serios somos en la política, porque no es la misma imagen del presidente Piñera terciándose la banda presidencial acompañado por el presidente del Senado de la derecha o de la centroizquierda. No da lo mismo.
—¿Cómo pueden recuperar el gobierno en cuatro años?
—El gobierno de Piñera no será un buen gobierno, él no ha cambiado su fisonomía: él es todo. Nosotros debemos sacar un liderazgo, no estamos para sacar a un improvisado en los últimos seis meses. Yo planteo ahora a Máximo Pacheco, por qué no. A los caballos hay que hacerlos correr, y en la carrera vamos viendo si da o no da. Lo que no puede pasar es que no tengamos qué nombre proponer, y, segundo, ideas. Porque la defensa del legado tiene sentido en la medida que le propones algo a la gente en el siglo XXI y esa propuesta tiene la legitimidad de tu historia.
Inversiones PS y derrotas
—¿Cuánto le afectó al PS que se dieran a conocer las inversiones que hicieron en diferentes empresas, entre ellas SQM?
—Nos afectó, porque tampoco somos capaces de defender lo nuestro. ¿Qué querían? ¿Que agarráramos la plata y que la gastáramos?
—¿Por qué no se transparentaron antes esas inversiones que eran legales, pero al menos cuestionables desde la ética?
—¿Qué íbamos a transparentar, si la dirección del PS no sabía? El acuerdo formal es que había una comisión de patrimonio con gente destacada de confianza, y les decíamos “acá están estas lucas, adminístrenlas dentro de ciertos parámetros: sin riesgos, con renta fija, y con rendición todos los meses para sobrevivir”. Nos garantizaban un flujo mensual y cada cierto tiempo nos explicaban cuánto dinero se había invertido, pero nunca supimos dónde.
"Es superhipócrita la actuación de la DC, la decisión de incorporar al PC en esta nueva coalición la tomamos todos sin excepción."
—¿Daba lo mismo dónde?
—Probablemente ese fue un error. Podríamos haber tenido una pesquisa más adecuada, pero respecto al método, por alguna razón antes todos nos felicitaban por lo bien que estábamos llevando nuestras finanzas, nos decían que era el partido más transparente, y de un día para otro porque apareció una inversión en SQM, éramos una basura. Cuando se hicieron las inversiones no estaba el problema de las facturas. Un día llega Pancho Díaz, secretario del PS, y me dice: “Osvaldo, está el tema de SQM que acaba de salir y no vaya a ser que tengamos plata acá”. Le dije que preguntáramos. Llamo al secretario del comité de patrimonio y le pregunto si tenemos plata en SQM. Y me contesta que sí. Le dije que la sacáramos altiro. Este tema nos golpeó. No supimos reaccionar al golpe y nos avergonzamos.
—En lo personal, ¿cuánto le afectó su propia derrota electoral?
—Yo tenía 20 años para el 11 de septiembre del 73. Estaba en tercer año de Leyes, era buen alumno, era dirigente de la Regional Cordillera del PS, seleccionado nacional de básquetbol. Quería estudiar Economía y tenía la opción de estudiar derecho laboral en Europa. Tenía un gran futuro. Pero en medio día se fue todo al hoyo: me metieron preso, me expulsaron de la universidad, todo se derrumbó en medio día. ¿Tú crees que después de esa experiencia, una derrota electoral me puede derrumbar? El mismo día de la derrota resolví todo cuando supe los resultados de la Bea. Estaba en un foro en un diario online, cuando me di cuenta de que íbamos muy mal.
—¿Cuánto influyó en esa derrota y en su campaña el “jubilazo” de su ex señora Myriam Olate?
—Claro que influyó, pero fui tonto, la embarré. Yo tenía una percepción distinta, porque pensé que me iba a ir bien. Tenía 22 mil adhesiones con nombre y apellido y saqué 15 mil votos. Algo pasó ahí, pero nadie me lo planteó. Pregunté muchas veces si aparecía lo de mi ex señora: muy tangencialmente, me decían.
—Y en la calle, ¿sintió rechazo?
—Antes de la campaña me gritaban cosas. No soy monedita de oro. No era un factor relevante, pero se expresó finalmente. Se produjo un fenómeno complicado. Algunos me recomendaron que debía defenderme con más fuerza, diciendo que lo de mi ex señora no tenía nada que ver conmigo. Les encontraba razón, pero yo había dicho que estaba separado. Myriam llegó a trabajar sola a Gendarmería, yo no hice nada. Dio la impresión de que la quise defender de más, pero qué más podía hacer. Aunque desde el primer día dije que esta pensión me parecía un escándalo y que había que meter a las Fuerzas Armadas en la reforma a las pensiones. Cuando yo estaba preso en Puchuncaví, me iba a ver una niña que todavía estaba en cuarto medio, que hacía la cimarra de su colegio de Talagante y que con mi mamá iba a ver a los presos. Llegaba con jumper y después de vuelta a Santiago y a Peñaflor para recibir los retos de su familia: esa niña era mi ex mujer. Eso no tiene precio, no me pidan más. En la vida hay que ser noble.
—Luego del 11 de marzo, cuando abandone por última vez el Congreso, ¿qué viene para usted?
—Estoy superentusiasmado con la oficina laboral que armaré. Puedo ser un tipo pesado, pero soy serio, puedo hablar tonterías, pero algo sé y siempre he buscado acuerdos. Armaré una oficina en Santiago para acuerdos laborales. La mayoría de los abogados se dedican sólo a empresas o sindicatos, pero hay espacios para tratar de evitar el conflicto laboral. Esa será mi matriz, a los sindicatos no les conviene llegar a la huelga, porque al final salen para atrás y se los compra con el bono de término, y a las empresas tampoco les conviene llegar a tribunales. Entonces quiero evitar que se llegue a eso: que la negociación colectiva, el diálogo laboral sea esencial en las relaciones lo planteé como ministro, diputado y ahora lo haré como abogado.
—Usted es un animal político ¿qué espacio buscará ahí?
—Voy a estar activo. Por ser ex presidente (del PS) tengo un rol , y seguiré con mi oficina en Puente Alto para atender gente. No está en mi radar volver a postular a un cargo, pero no lo descarto. Todavía no estoy en edad de jubilar. Pero mire: todos los días escucho la radio, las noticias, me turno en dos radios, y hay una propaganda que sale siempre que dice: ”no se olvide de jugar un Loto y la opción de ganar un “jubilazo”. Cada vez que escucho eso digo: hay que pensarlo dos veces antes de volver (risas).