Por Paula Gallardo Abril 5, 2018

Fue la imagen icónica de este lunes. El presidente Sebastián Piñera al centro, rodeado de dirigentes de todos los sectores, plasmaba la creación de la Comisión de la Infancia, una de las cinco que el mandatario busca establecer para avanzar en las materias que definió como ejes.

Si bien la crisis que enfrenta particularmente el Sename es una buena razón para aunar esfuerzos desde todos los sectores, tender puentes hacia la oposición no es más que una de las señales que apuntan a reforzar la idea expresada por el mismo Piñera en el balcón de La Moneda el 11 de marzo: llevar a cabo una transición política 2.0, con la centroderecha como su eje, que se proyecte más allá de cuatro años, recordando la época de la Concertación y los líderes que articularon los grandes pactos políticos que permitieron consolidar la democracia.

Pero, ¿qué implica una nueva transición? Y sobre todo, ¿están los elementos dados para que eso ocurra?

Uno de los temas relevantes que plantean desde Chile Vamos para convertirse en articuladores de una nueva gobernabilidad es la convicción de que el concepto de transición en el que se apoya su proyecto político no se agota con la figura presidencial.

Más aún, en el recuerdo está que la idea de un conglomerado como Chile Vamos, que trascendiera a pactos político-electorales como la Alianza por Chile y la Coalición por el Cambio, inicialmente ni siquiera contó con la anuencia de las grandes figuras que hoy lucen en el oficialismo.

Desde el Ejecutivo reconocen que el gran talón de Aquiles de Chile Vamos es la unidad del sector que siempre ha tenido tendencia a la división

En la memoria de varios dirigentes está lo que bien podría calificarse como “la noche de los cuchillos largos” tras el avasallador triunfo de Michelle Bachelet en 2013. Al enfrentarse al descalabro de convertirse en un paréntesis entre dos gobiernos de izquierda, un grupo de dirigentes, encabezados por el actual presidente de Renovación Nacional (RN), Mario Desbordes, tomaron como tarea construir una coalición con bordes precisos y acuerdos básicos de confluencia entre RN y la UDI, incorporando al PRI y al naciente Evópoli.

A cinco años de aquella construcción, el propio Desbordes delimita los mínimos comunes que deben ser cautelados para hacer realidad esta trascendencia a la que se apunta.

“Estoy convencido de que (Piñera) es un gran capital de Chile Vamos, le tengo un aprecio personal. Pero el presidente Piñera no es Chile Vamos. Él es parte importante, por cierto, pero Chile Vamos no empieza y termina con él. Esto tenemos que metérnoslo en la cabeza”, señala con convicción.

Desde esa lógica, Desbordes reconoce que están definiendo la estrategia, dado que existe la convicción de que la gobernabilidad que busca ofrecer el bloque al país depende más de los errores propios que de aquellos forzados desde afuera.

Sobre el mismo punto, el representante de los nuevos liderazgos de la UDI, el diputado Jaime Bellolio, sostiene que es fundamental tener claridad de qué es Chile Vamos. “Eso fue fácil porque teníamos a la figura del presidente Piñera para ordenarlo, la pregunta es si se puede seguir ordenando después de Sebastián Piñera”.

¿Las claves? Según Bellolio, “esto pasa por hacer bien la pega, que sea un buen gobierno, que sintonice con las demandas y requerimientos, particularmente de la clase media, y como resultado de lo anterior poder dejar a alguien de la misma línea política. Cada partido querrá a alguien de sus propias filas, pero quedó sentado que el futuro candidato de Chile Vamos tiene que salir a través de primarias”.

Similar percepción plantean desde Evópoli. Su presidente, el diputado Francisco Undurraga, coincide en que, por primera vez, la centroderecha está actuando como una coalición política más que como un pacto electoral y que ello implica “empezar a potenciar nuestros grados de madurez que fueron puestos a prueba en el proceso de formación de la coalición, en la negociación parlamentaria, en la presidencial y en la confección del programa de gobierno”.

Por lo mismo, agrega: “hemos tenido espacios en los que hemos podido expresar nuestras diferencias y lo que entendemos Chile nos demanda es ser una coalición unida, responsable, que hoy día le toca gobernar y que si quiere proyectarse hacia adelante tiene que hacer un buen gobierno”.

Pero, ¿es eso suficiente?

En el Ejecutivo el hilado es más fino. Desde el gobierno, reconocen que la sobrevivencia del proyecto depende en parte importante del propio conglomerado ya que “el gran talón de Aquiles es la unidad del sector, porque siempre ha tenido esta tendencia al conflicto, a la división”, y aseguran que esa conflictividad no tiene tanto que ver con la convivencia entre sectores conservadores y liberales, sino más bien con la falta de diversidad.

“Lo que propusimos fue un ideal, una sociedad con desarrollo humano integral, por eso hablamos de segunda transición; propusimos una sociedad meritocrática y queremos interpretar a la clase media, que es diversa, que tiene aspiraciones y temores en temas como empleo, enfermedades graves, longevidad (…) pero nuestro principal enemigo somos nosotros mismos, por la falta de diversidad cultural e ideológica. No basta con tener una buena partitura, hay que tener buenos músicos”, sostienen.

En esa línea, desde el Ejecutivo plantean que “lo principal es que la gente interprete nuestro programa de gobierno. Que tengamos un buen gobierno es una condición necesaria pero no suficiente. Por eso la propuesta es un proyecto que no se agota en un período. Y eso requiere cohesión”.

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El esquivo centro y los nuevos liderazgos

Hace seis meses, el senador Francisco Chahuán (RN) empezó a trabajar en una entidad que permitiese unir a organizaciones de distinto tipo sobre una base social cristiana no confesional de centroderecha, instancia a la que dirigentes y ex dirigentes de la Democracia Cristiana han sido invitados a participar.

A la fecha, y prontos a su lanzamiento este mes como Federación Social Cristiana, la orgánica reúne a 18 grupos, desde el movimiento estudiantil Solidaridad de la PUC hasta organizaciones sociales, con el objetivo, según explica el propio Chahuán, de buscar la convergencia de ideas sin ser una plataforma política.

De hecho, ya se reunieron con el ministro del Interior, Andrés Chadwick, “para poner a la Federación al servicio de los grandes acuerdos nacionales, entendiendo que este es un gobierno de mayorías relativas”, explica el senador RN.

A este diálogo con la Federación Social Cristiana también ha concurrido el Progresismo Con Progreso (PCP), ex militantes de la DC liderados por la ex ministra Mariana Aylwin, quien por su lado también está trabajando para la conformación de una orgánica que permita reconstituir el centro político, y llenarlo de contenido e identidad en una perspectiva de largo plazo.

“Aquí hay un camino que recorrer, pero la política tiene que ver con conquistar espacios de poder, de influir y eso significa plantearse tener candidatos de representación popular en distintas instancias”, advierte Aylwin. Ellos emergerían de las filas del naciente PCP.

¿Será esa la respuesta a la diversidad que se requiere para una coalición de centroderecha que se prolongue en el tiempo?

Para el cientista político de la Universidad Adolfo Ibáñez Cristóbal Bellolio, la retórica de la transición tiene lógica con una condición. “Si la promesa de los ocho años de gobierno es que Piñera sea la última parte del ciclo antiguo que se cierra, y que se inaugura con un presidente elegido que no haya votado en el plebiscito de 1988, que tenga como objetivo parir una nueva generación que no haya estado activamente vinculada al 88”, asegura.

Y si bien sostiene que esto podría parecer un “traje a la medida” para Evópoli —que es el único partido de centroderecha no nacido al alero del régimen militar—, Bellolio llama la atención sobre la composición del gabinete de Piñera. “Si bien es cierto que la primera línea no refleja quizás la demanda por renovación de figuras políticas, estadísticamente hablando, su gabinete supera en 6 años el promedio de edad del primer gabinete, si te fijas en los subsecretarios, hay muchos que participaron en el primer gobierno como jefes de gabinete, como jefes de asesores, es decir, en posiciones relativamente secundarias, y Piñera quiere dar la sensación de que en la derecha también existe una especie de carrera funcionaria dentro del Estado”, destaca Bellolio, poniendo algunos nombres en la mesa: Francisco Moreno, Ignacio Guerrero y Gonzalo Blumel. “Particularmente en los subsecretarios, por lo menos 8 ó 10 son menores de 40 años, es decir, que ya hicieron el ‘servicio militar’, y que luego de ser subsecretarios estarán listos para pasar a la primera línea”, plantea.

Y nuevamente los riesgos, según Bellolio, están en casa. “Son muy pocos los líderes que tienen la visión y la generosidad para dar un paso al costado para que las nuevas generaciones ocupen la primera línea”, afirma.

Una tensión que para la cientista política de la Universidad Católica Julieta Suárez, no sólo se da entre los más liberales y los más conservadores del bloque, sino también entre generaciones, como lo ha reflejado en estas semanas el debate por el proyecto de identidad de género, los cambios al reglamento que despenaliza el aborto en tres causales y los temas relacionados con educación.

“Aquí lo importante va a ser cómo mantener contentos en la misma coalición a un electorado que, por ejemplo, esté a favor del matrimonio igualitario y que pone como candidato a un representante de los grupos de interés más activos, con otra parte del electorado que cree que el matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer”, sostiene.

Quizás la clave esté en la reflexión de Mario Desbordes. “Chile Vamos debe demostrarle a la gente que es diferente a la Alianza por Chile y la Coalición por el Cambio, que las diferentes posturas son legítimas, que eso no va a significar un quiebre y que somos capaces de competir entre nosotros sin romper la coalición. La gente nos devolvió la confianza, no la podemos perder”.

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