Por Francisco Aravena Febrero 1, 2012

El doctor Michael Gazzaniga no tuvo más que reírse, y lo vuelve a hacer cuando recuerda ese momento. Estaba esquiando en Colorado, tranquilamente, cuando siente que un tipo viene bajando muy rápido, esquivando a todo el mundo, y pasa muy cerca suyo, tan cerca que el tipo reprocha con un grito al prominente neurólogo: "¡Usa tu hemisferio derecho!".  Y es chistoso, porque el hecho de que el esquiador veloz tuviera noción de que existía tal cosa como el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo del cerebro, y de que el primero tenía algo que ver con la noción de ubicación espacial, era en gran medida culpa del propio doctor Gazzaniga, hace mucho tiempo.

Fue en la década de los 60, cuando siendo un estudiante  en el laboratorio de Roger W. Sperry (quien en 1981 ganaría el Nobel de Medicina), en el California Institute of Technology (Caltech),  Gazzaniga colaboró con él y con el neurocirujano Joseph Bogen en una serie de experimentos que describieron la especialización hemisférica del cerebro.  Estudiando a pacientes con el cerebro dividido -ambos hemisferios separados completamente en una operación cuyo objetivo es disminuir los ataques a pacientes afectados con epilepsia severa-, los científicos llegaron a la conclusión de que en los diferentes lados del cerebro residían funciones específicas. En el izquierdo, las intelectuales; el derecho, las más sensitivas. La simplificación de esta diferenciación se transformaría casi en un cliché en el lenguaje popular.

Lo que nos lleva de vuelta a la historia del esquiador de Colorado, y da cuenta de otro fenómeno: el entusiasmo con el que la sociedad en general ha abrazado los conceptos y descubrimientos de las neurociencias. En un mundo donde la tecnología ha transformado a la neuroimagen en una especie de juguete nuevo que se presta para todo, poder observar y empezar a entender cómo funciona el cerebro  ha probado ser una tentación irresistible. Y aquí es donde Michael Gazzaniga no se ríe tanto, porque observa que en la fascinación por determinar la causalidad de todo a menudo caemos en un determinismo que llega incluso a poner en jaque nuestra noción de la voluntad y responsabilidad.

En su úlitmo libro, Who's in charge? Free will and the science of the brain, Gazzaniga reivindica lo que defiende como "un hecho indesmentible": "Somos personalmente agentes responsables  que debemos responder por nuestras acciones, aun cuando vivimos en un universo determinado", como escribe en la introducción.

"La gente siempre está buscando causas. Y lo que abordo en mi libro es la dimensión neurocientífica del proceso, pero también está la psicología, la sociología, la historia, y muchos otras, todos estamos buscando causas", comenta a Qué Pasa. "Es difícil establecer los eslabones, afirmar que tal cosa causa otra. Hay muchas cosas que suceden por azar y por otras cosas. Creer en el determinismo no significa creer en la inevitabilidad de las cosas".

-¿Cree que al llevar conceptos de neurociencias a un proceso judicial, por ejemplo, estamos abusando de un recurso que aún no sabemos usar bien?

-La respuesta corta es que la neurociencia no está realmente lista para la corte de justicia. La respuesta larga es que en el futuro lo estará. Ahora mismo la dificultad es que lo que hay son estudios grupales, con promedios grupales, y en una corte es un individuo quien está siendo sometido a juicio, y no se puede saber si esos resultados de grupo tienen aplicación para ese individuo.

"Puedes resolver un crimen con un examen de ADN, por ejemplo, con un margen de error ínfimo. No hay nada parecido en neurociencia. Pero la gente lo asocia: es todo biología, y espera que sea así de concluyente".

-Hay también una gran responsabilidad de los medios ¿no? Cuando publicamos titulares con "grandes descubrimientos", hablando de ciertas cosas como si fueran verdades absolutas, resultados concluyentes…

-Así es. Es extraño: el público general cree más en la neurociencia que los propios neurocientíficos. ¿Cómo pasó eso? ¡Es culpa de ustedes! - dice antes de soltar una carcajada-. Pero también es comprensible, después del tremendo éxito con la investigación en torno al ADN. Es una vara muy alta, y si se pone como estándar es demasiado: puedes resolver un crimen con un examen de ADN, por ejemplo, con un margen de error ínfimo. No hay nada parecido en neurociencia. Pero la gente lo asocia: es todo biología, y espera que sea así de concluyente. Pero la ciencia progresará.

 -¿Cree que esta fascinación general con la neurociencia es una reacción contra los fanatismos religiosos?

-En cierto punto sí. Pero, por otro lado, si dejas de lado todas esas consideraciones de alto nivel y te fijas concretamente en lo que sí entendemos gracias a la neurociencia, es muchísimo: mecanismos de visión, de lenguaje, de la memoria ¡sabemos una tonelada comparado a lo que sabíamos hace 60 años! Cualquiera tendría que admitir que no sabemos todo, pero estamos en camino. Y luego la gente puede considerar la implicación de esto para temas más grandes como la religión o la voluntad y responsabilidad, pero ésa es una discusión diferente. Pero te puedes entusiasmar mucho con la neurociencia, aun sin considerar esas grandes preguntas. ¡Y si las consideras te entusiasmas más!

Cuentame una historia original

"Seamos francos. Michael S. Gazzaniga es el padrino de las neurociencias cognitivas", se lee en las primeras líneas del libro The Cognitive Neuroscience of Mind, en el que  un grupo de seguidores del científico documentaron el ciclo de charlas que organizaron en San Francisco en abril de 2008, justamente como homenaje a Gazzaniga, al alero de la Sociedad de Neurociencia Cognitiva. El nombre de la institución que los acogía se lo debían al mismo  Gazzaniga, quien acuñó la frase en 1977 junto al psicólogo George Miller. Lo que ambos buscaban no era tanto un término sino una respuesta que explicara desde la biología y la psicología por qué el cerebro humano -a pesar de la especialización hemisférica- tenía un sentido de unidad.

Varios años -y experimentos- pasaron hasta que  Gazzaniga se encontró con el intérprete. Así llamó al mecanismo mediante el cual el hemisferio izquierdo recoge las señales del resto del cerebro y elabora una sola y coherente explicación para todo lo que está pasando. Gazzaniga -quien  estuvo en Santiago a fines del año pasado, invitado por el Centro de Desarrollo de Tecnologías de Inclusión de la Universidad Católica al encuentro de la Sociedad Latinoamericana de Neuropsicología- había "pillado" cómo el cerebro se cuenta historias.

-Es lo que hacemos todo el tiempo ¿no? Cuando sabemos muy poco y a partir de eso establecemos interpretaciones absolutas que asumimos como verdades…

-Es peor que eso. Se te ocurre una teoría sobre algo, que se transforma en una teoría psicológica de la creencia, si me lo permites, y luego está esta otra que hacemos los humanos: una vez que creemos algo, no queremos información que lo contradiga. Este sistema de creencias usualmente nos sirve en lo cotidiano, porque generalmente se trata de cosas mundanas. Pero luego empezamos a ponernos ambiciosos y empezamos a modificar la manera en que vemos el mundo.

-Hoy muchos se valen de la neurociencia para contar cómo vivimos diferentes experiencias. ¿Qué le parece la proliferación de títulos como El cerebro político, El cerebro religioso, Tu cerebro enamorado, etc.?

-No creo que sean malos. Cada uno de esos libros suele estar respaldado por una gran cantidad de investigación. Esta gente que se toma el tiempo de escribir libros para público general sobre las implicancias de esos temas sirve de gran ayuda. Hay gente muy inteligente escribiendo esos títulos, y si quieres empezar a estudiar esos temas, esos libros son la manera de empezar.

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