Por Paulo Ramírez Marzo 22, 2012

"Conozcan a su primo: se llama bonobo". Ésa es la frase con que la primatóloga chilena Isabel Behncke Izquierdo suele conseguir la atención de sus audiencias. La foto que exhibe es la de un simio que uno tomaría por un chimpancé pequeño, pero se trata de una especie totalmente diferente con la que, al igual que en el caso de los chimpancés, estamos emparentados.

Pero chimpancés y bonobos son primos bastante diferentes, como ella lo ha podido observar. Entre los chimpancés mandan los machos, combaten por territorio, arman complots para tomarse el poder, usan herramientas para -entre otras cosas- agredir, matan crías ajenas. Entre los bonobos mandan las mujeres, comparten la comida, cuidan juntas a las crías (jamás matarían a una), tienen sexo para bajar las tensiones grupales, juegan y se ríen buena parte del día.

¿Y nosotros?

Cuando está metida en la selva del Congo, Isabel Behncke mira con rigor cada movimiento de los bonobos. Dice que es la única forma de entenderlos: "Son, tal como nosotros, seres profundamente sociales. Por eso, tienes que ver la interacción social en su medio natural".

En esas jornadas de observación, no olvida la pregunta por el ser humano. Aunque tampoco la obsesiona: "Trato de comprender a los bonobos en su propia forma de interacción: a ellos mismos. Pero es inevitable ver los rasgos humanos, porque tenemos tanto en común".

Isabel Behncke ha hecho ya tres expediciones a Wamba, en la convulsionada República Democrática del Congo, para completar las observaciones necesarias para su tesis doctoral: "Jungle Joy: Play and laughter in the wild bonobos of Wamba, DR Congo". Su profesor guía en el Instituto de Antropología Cognitiva y Evolutiva de la Universidad de Oxford, Inglaterra, es el sicólogo y biólogo Robin Dunbar.

La investigadora busca respuestas a preguntas que la ciencia continúa haciéndose: si hace unos seis millones de años, la madre de nuestros antepasados era parecida a la madre de los chimpancés, a la de los bonobos y a las de quizás cuántas especies más. ¿Qué pasó para que, milenios más tarde, seamos tan parecidos y tan diferentes al mismo tiempo?

Para intentar la respuesta, lo primero para ella es dejar atrás la mirada antropocéntrica: "No existe una especie de punto omega en que ellos se quedan en estado simiesco y nosotros evolucionamos 'hacia la luz'... hay muchas ramificaciones entremedio. De hecho, en algún momento (hasta hace unos 30 mil años atrás), convivimos con parientes aun más cercanos, especies hermanas como los neandertales, los denisovanos y los Homo florensiensis.

El ancestro común  -la "abuela evolutiva"- de humanos, chimpancés y bonobos vivió unos 6 millones de años atrás en África. "La rama con los ancestros de Homo sapiens pobló las zonas más secas en África, hacia el sur y el este, donde nos hicimos bípedos, perdimos el pelo, nos creció el cerebro, desarrollamos tecnología y últimamente lenguaje simbólico, arte, el control del fuego y hasta aprendimos a cocinar y a pintarnos los cuerpos".

Ahora se sabe que la fecha en que bonobos y chimpancés surgieron como especies distintas coincide con la formación del gran río Congo entre un millón y medio y dos millones de años atrás. "Esta tremenda barrera geográfica dejó poblaciones separadas: los que quedaron al sur del río (en la zona más rica en recursos alimenticios) se transformaron en lo que hoy conocemos como bonobos; los que quedaron en el norte del río llegarían a ser los actuales chimpancés". De ahí el apodo de simio bohemio de los bonobos, el simio de la rive gauche (por los artistas del lado izquierdo del río Sena en París).

La ecología es importante. Pero es esencial comprender, según Behncke, que en esa ecología se va construyendo también una historia, que es la que en definitiva nos hace distintos. "Las especies van derivando según su propio pasado, según la herencia morfológica pero también conductual: los primates somos seres inteligentes, longevos, sociales, que aprendemos y nos relacionamos entre nosotros", dice.

El mono que llevamos dentro

Animales sexuales

La característica de los bonobos que más se ha difundido en el público general es su afición al sexo. Pero para ellos, dice la primatóloga, el sexo es muy distinto a como lo vemos nosotros. "Ambas especies ocupamos el sexo en situaciones no reproductivas. A ellos les sirve para liberar tensiones, bajar el estrés, hacer las paces, prevenir una escalada en la agresión. Pero en los bonobos el sexo no tiene el elemento sensual, la lentitud y la exclusividad de una pareja que existen en los humanos".

En los bonobos el sexo es un lubricante social que sirve para muchas situaciones. Por ejemplo, explica, el grupo llega a un árbol con muchos frutos, se produce una tensión inicial para definir quién empieza a comer y adonde... para relajar el ambiente tienen sexo, varias veces, entre muchos individuos distintos, liberan endorfinas y luego logran comer en paz. Es similar a situaciones sociales en los humanos: una reunión entre desconocidos que comienza de manera incómoda... ¿qué se hace? No, no se tiene sexo, pero alguien lanza una broma, el resto se ríe, otro lanza una broma más... nuevas risas y el ambiente al fin se relaja.

También usan el sexo para profundizar lazos, sobre todo entre las hembras, que emigran en la adolescencia y se integran en grupos a los que no conocen: el sexo es parte de lo que las une. El juego, el acicalamiento y el compartir los alimentos también.

"Ambas especies (humanos y bonobos) ocupamos el sexo en situaciones no reproductivas", dice la primatóloga. "Pero en los bonobos el sexo no tiene el elemento sensual y la exclusividad de una pareja que existe en los humanos".

No sabemos si la actitud que tenían nuestros antepasados frente al sexo tenía también tanto desparpajo. Lo que sí sabemos es que la evolución lo transformó en parte de un vínculo más profundo y estable. Según especula la investigadora, "esta tendencia tan fuerte que tenemos a enamorarnos y formar lazos con una persona puede ser que tenga que ver con los cambios que ocurrieron hace unos 2 millones de años. Cambia el plan corporal de australopitecinos a Homo erectus, eso quiere decir que crece el cerebro en nuestros ancestros, por lo que criar a los niños cuesta más, se hacen más 'caros' energéticamente hablando (el cerebro consume mucha energía). Por lo tanto, una mujer empieza a no ser suficiente para criar un niño: ella necesita ayuda, necesita familia extendida... hermanas, tías, abuelas... pero también un macho que colabore, y que lo haga por el tiempo extendido que es necesario para criar un niño. Para los bonobos la hembra es suficiente para criar a sus hijos. No necesita de un macho que le provea comida o de su mamá o su tía para que le ayude. Por un lado, hay bastante comida y, por otro, tienen el cerebro más pequeño por lo que no requieren tanta ingesta energética".

Por eso en el contexto de los bonobos la monogamia no es necesaria: los niños se crían solos con su madre. "La madre soltera es la norma en cuanto a la alimentación directa, pero tienen una sociedad altamente cohesionada y tolerante, por lo que entre los infantes se comparte mucho la comida". También aplican cuidado social, juegan e interactúan todos con todos, estableciendo una suerte de crianza cooperativa.

Una de las características que a la investigadora le sigue fascinando es la capacidad que tienen los bonobos para jugar. Lo hacen a distintas horas del día y durante toda su vida: "El juego no es solamente cosa de niños sino que de adultos también. Los bonobos tienen un sistema social de fisión-fusión (la comunidad se divide en subgrupos más pequeños durante el día, y se vuelven a juntar hacia la noche), lo que introduce mayores niveles de complejidad. La solución socio-ecológica que los bonobos han encontrado como especie es ser altamente sociales, tolerantes, manteniendo baja la agresión y el conflicto", explica. Por eso el juego en ellos tiene muchas funciones: a nivel del individuo tiene efectos de salud física, el juego aumenta la resiliencia del sistema cardiovascular, por ejemplo, por el efecto fisiológico que tiene estar bajo emoción positiva. A nivel cognitivo, mantiene la plasticidad neuronal. A nivel de interacciones fomenta los lazos y desarrolla la confianza. A nivel de grupo, ayuda a que se mantenga la cohesión social".

El juego es la manera que tienen los bonobos (y nosotros, sus primos) de aumentar la plasticidad conductual, el potencial de respuestas distintas ante situaciones diferentes. "El juego actúa como un adiestramiento, como un ensayo para la vida", dice la investigadora. Es lo que hacemos nosotros al cantar, al bailar, al participar de rituales y fiestas, al disfrazarnos. "Los juegos son comportamientos muy antiguos, interacciones sociales pacíficas que sirven para mantener la cohesión".

El mono que llevamos dentro

Y en medio del juego, aparece la risa, que no es un simple sonido que podemos interpretar como carcajada: es risa tal como la nuestra. "Es una emisión sonora social, asociada a la emoción de juego, que tiene que ver con la continuación de una interacción placentera con otros individuos, que libera endorfinas y que, si la analizas acústicamente, es risa como la nuestra, si bien no igual", explica. Como la laringe del bonobo y la nuestra son distintas (en nosotros ha bajado, en ellos no), ellos se ríen sólo exhalando, pero el sentido y el contexto es el mismo. Claro que ellos tienen que tocarse físicamente para reírse. "Cuando uno persigue al otro, cuando uno le hace cosquillas al otro, cuando uno está mordiendo juguetonamente al otro... Nosotros nos tocamos en el lenguaje: tú me cuentas un chiste y me río, escuchamos a un humorista y nos reímos".

Tenemos mucho de bonobo, pero también mucho de chimpancé: "Tenemos agresividad, tenemos esa capacidad de los chimpancés de organizarse, de salir a patrullar los territorios, de establecer lo que se llama protoguerra (que si ven que tienen superioridad numérica van y matan al macho del otro territorio)... en eso claramente nos reconocemos mucho. Lo mismo con la agresión dentro del grupo, las maquinaciones políticas, las coaliciones entre machos para derrotar al alfa... eso se da en chimpancés y también es profundamente humano".

La culpa no es de los chimpancés, por supuesto. La herencia humana es diversa y la historia de nuestras sociedades nos ha traído hasta aquí: un mundo para el que millones de años de evolución no nos tienen tan bien preparados, tal vez. Las dimensiones de las comunidades actuales y las disímiles condiciones de vida que existen en ellas desafían nuestra capacidad innata para generar y seguir líderes y hacen crecer la percepción de inequidad, de injusticia. "Esas capacidades están enraizadas evolutivamente desde tiempos muy antiguos. Son normas morales que acarreamos como herencia desde muy atrás", explica. Por eso, dice Behncke, cuando esos grupos sociales se levantan, como sucede hoy, no se puede simplemente ignorarlos y decir que están equivocados.

Pero los bonobos nos muestran la otra cara que poseemos: la colaboración humana. "Somos hipersociales, tenemos una capacidad enorme de colaborar con gente, incluso desconocida... podemos ser gentiles con el viajero, podemos donar plata para las víctimas de un tsunami al otro lado del mundo... Tenemos un altruismo enraizado que es muy profundo. Estas capacidades probablemente tuvieron su origen en grupos mucho más pequeños donde había posibilidad de interacciones repetidas a lo largo de la vida con individuos conocidos".

Y eso sí que cambió: vivimos en ciudades de millones de habitantes, algunos líderes gobiernan las voluntades de cientos de millones... "Antes colaborábamos en grupos relativamente pequeños, donde teníamos lazos de sangre o de amistad o de intercambio basados en la confianza, y ahí la reputación es muy importante, funciona como una manera de vigilancia mutua invisible", explica. ¿Y qué pasa cuando nos convertimos en seres anónimos en una gran ciudad? "Cuando eres anónimo da lo mismo tu reputación y los controles internos pueden bajar la guardia. Si estás actuando dentro de un grupo más pequeño tus controles internos funcionan mejor, porque al día siguiente te vas a tener que ver con las mismas personas. Ahora sí, esto no es una sentencia. Nuestras capacidades hipercolaborativas hacen que a nivel global nos estemos empezando a conectar a un gran cerebro colectivo, del cual surgen también nuevas identidades y responsabilidades pars la tribu, sólo que esta vez es más grande".

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