Imaginémosla: Marissa Mayer tiene la piel elegantemente pálida, los ojos verdes, el pelo rubio que le cae hasta el cuello y esa sonrisa que no parece posible en este mundo. Es tan blanca y tan perfecta que podría ser toda una mentira de Photoshop. Imaginamos a Marissa Mayer como imaginamos a una novia irreal. Atractiva, con buen gusto, pero además brillante.
Y quizás ése sea el problema.
A Marissa Mayer la imaginamos mucho. Leemos sobre pequeños detalles de ella que, en teoría, deberían decir mucho. Como que vive en el penthouse de un hotel Four Seasons en San Francisco, que en su clóset de exitosa ejecutiva de 34 años hay mucho Óscar de la Renta, Armani y Carolina Herrera, que su color favorito es el morado, que es adicta a la bebida Mountain Dew y que no puede vivir sin pastelitos. Que tanto le gustan las cosas dulces, que incluso es codueña de una pastelería en California. Todo eso es comprobable y público para cualquier persona. Y si lo es, en parte es gracias a Marissa. A su trabajo, a su rutina de 19 horas diarias y a la forma en cómo descompuso la manera de encontrar cosas y dar respuestas en internet. Porque hoy, para saber algo de alguien el primer instinto es googlearla. Y entrar en ese motor de búsqueda es la experiencia más parecida a entrar en la mente de Marissa. Google, el buscador, es su dominio. El universo donde nada se agrega y nada se quita sin que ella dé su permiso.
Eso hace que Marissa Mayer -vicepresidenta de búsqueda y experiencias de usuario de Google- sea una entrevistada filosa. Porque para saber algo, cualquier cosa sobre ella, hay que necesariamente meterse en su territorio. Ella misma lo confesaría más tarde, después de casi 25 minutos al teléfono desde Mountain View en California: "Normalmente uno sabe lo que aparece sobre uno en internet".
Por eso es que a Marissa Mayer es difícil pillarla.
Y a ella, como explicó alguien de Google Latinoamérica, "la tiene podrida hablar sobre las dificultades de ser una mujer exitosa en un mundo de hombres. Porque es de lo que siempre le preguntan". Es cierto. Si uno revisa los cerca de 1.830.000 resultados que su nombre arroja en Google (Marcelo Bielsa, para hacerse una idea, entrega 596.000), en la mayoría se escribe sobre la única y extraña criatura glamorosa que ha logrado hacerse un nombre en Silicon Valley.
Pero nadie le había preguntado a Marissa por su mente. Uno de los cerebros sin los cuales no puede entenderse internet nunca había dado explicaciones.
Hasta ahora.
"Marissa Mayer" + Wausau
Ahora, en este punto de la historia, Marissa tiene 15 ó 16 años. Vive en una ciudad tan pequeña que no alcanzaría a llenar el Estadio Monumental. Se llama Wausau y queda en Wisconsin. En uno de sus barrios está la casa de los Mayer. Está Michael, un ingeniero, y Margaret, una profesora de arte que se queda en la casa, y sus dos hijos. La menor se llama Marissa y los límites del mundo que controla son los que están dentro de su pieza. Marissa dice: "Tenía dibujos y diseños que yo misma hacía. Era un dormitorio muy pequeño, así que hacía más espacio usando muebles que se plegaban. También tenía una pequeña cama doble".
-¿Qué puntos en común hay en cómo se veía tu pieza entonces, y cómo se ve Google hoy?
-Primero, era muy colorida. Segundo, era muy limpia y simple. Si miras el sitio web de los muebles Techline, que eran los que yo tenía, verás de lo que te hablo. La tercera cosa es que mi pieza siempre fue muy moderna.
Es posible que no lo haya pronosticado entonces, que en ese minuto sólo haya estado interesada en proponerse pequeñas metas y luego alcanzarlas, como salir campeona estatal con su equipo de debate en el high school y convertirse en la capitana de su team de atletismo. Pero todo lo que rodeaba a Marissa en Wausau, antes de que fuera la única mujer en una vicepresidencia de Google, iba a determinar su estilo. Porque esos diseños que tenía en su pieza eran los de la compañía finlandesa Marimekko, cuyas líneas simples y coloridas tuvieron su momento de fama en los 70, pero que a modo de tributo volverían al lado chic de la moda cuando Marissa Mayer, ya adulta, decidiera la estética del buscador que valdría US$ 22 billones y que, además, tendría la personalidad para convertirse en verbo.
-¿Qué puntos en común hay en cómo se veía tu pieza entonces, y cómo se ve Google hoy? -Primero, era muy colorida. Segundo, era muy limpia y simple. Si miras el sitio web de los muebles Techline, que eran los que yo tenía, verás de lo que te hablo. La tercera cosa es que mi pieza siempre fue muy moderna.
Pero también estaban los deportes. De esas horas entrenando a su equipo de atletismo, o cuando bailaba o jugaba vóleibol, Marissa fue recogiendo su mirada y algo que podría bautizarse como un prematuro liderazgo: aprendió que para evaluar y criticar, ella tenía que ser la mejor. Que para que la gente la siguiera, tenía que predicar con el ejemplo. Y ese estilo, que puede haber nacido tan arrebatadamente en Wausau, sería la voz que muchos años más tarde gobernaría los dominios de Google.
"Marissa Mayer" + inteligencia
Después de un tiempo no era difícil adelantar que Marissa sería una de esas pocas y excepcionales personas que logran todo lo que quieren. Que saldría de Wausau. Que terminaría en ese brazo que es California, haciendo lo que todos los aspirantes a genio de hoy intentan hacer: estudiar Ciencias de la Computación en Stanford. De hecho, la mayor parte de la vida rastreable en Google de Marissa comienza ahí. Todo lo anterior es apenas su prehistoria.
-¿Cuáles son los tres momentos que hicieron posible que pasaras de ser una chica que corría y bailaba en Wisconsin, a la mujer más fuerte de Google?
-El primero sería ir a Stanford. El segundo, escoger mi especialidad, que es Sistemas Simbólicos.
-¿Por qué Sistemas Simbólicos?
-Porque es filosofía, sicología, lingüística y ciencias de la computación. Los Sistemas Simbólicos son el estudio de cómo la gente aprende, cómo razonan y cómo se expresan. Creo que gracias a eso pude entender la inteligencia artificial.
Marissa Mayer toma todas las decisiones en Google. Por ejemplo, aprueba cada una de las veces que el buscador cambia su logo por alguna festividad.
Un momento. Refresh. Antes de entrar a Stanford, cuando Marissa aún estaba en sus últimos años en Wausau, comenzó a obsesionarse con el cerebro y con la mecánica de la biología. Pensó en ser doctora, en estudiar Neurociencia. Quería entender cómo una mente buscaba respuestas y la lógica que seguía para encontrarlas.
Ahí fue cuando se topó con los computadores, la programación y la posibilidad que éstos le ofrecían, como ella explica, para "realmente entender el razonamiento bajo la incertidumbre del aprendizaje".
Stanford, no sería exagerado decir, aceleró el cerebro de Marissa a una velocidad que separaba su mundo del resto. Era el tipo de alumna que pasaba de largo programando y aparecía un martes con la misma ropa que el lunes, sin siquiera darse cuenta de que podía ser un problema. De que otros, sus compañeros que no entendían eso que a Marissa no le permitía apagarse, podían reírse de ella.
Lo increíble es que no parecía fundirse. Como si hubiera entendido desde un principio que después de haberse graduado con honores de Sistemas Simbólicos y luego de obtener su magíster en Ciencias de la Computación, iba a llegar ese día.
La sincronía, si se quiere.
-Te falta contarme el último momento.
-Ése sería decidirme por trabajar en Google.
La mujer fuerte de Google
"Marissa Mayer" + Google
Lo que iba a pasar ahí sería contado varias veces como ejemplo de los milagros que sucedían en Silicon Valley. Marissa está ahí. Recién titulada, con otras once ofertas de trabajo en lugares donde muchos matarían por estar. Marissa está ahí casi haciendo turismo. Porque cuatro días antes, mientras comía un plato de pastas, había abierto un correo que llevaba por título "¿Trabajar en Google?". Y Google, en 1999, era apenas la empresa de dos alumnos de Stanford que trabajaban en el cuarto piso de su facultad.
La reunión a la que Marissa llegó fue en un garaje y giraba alrededor de una mesa de ping-pong, porque no había otra mesa. Ahí estaban Sergey Brin y Larry Page. Después de un par de entrevistas, Marissa se convirtió en la vigésima empleada de Google. Y la primera mujer, por supuesto.
En entrevistas, Marissa ha dicho que después de la primera reunión pensaba que esa empresa tenía un 2% de probabilidades de ser exitosa. Además, estaban esas otras once ofertas. Entonces hay que preguntarse por qué arriesgarse. Por qué ser parte de un experimento que aún no tenía modelo de negocios. Por qué no hacerles caso a sus padres y aceptar cualquiera de las otras propuestas. Por qué esa mujer que había ganado siempre, que perseguía los ritmos de la lógica, habría decidido hacer un acto de fe.
"Escogí Google porque quería trabajar con las personas más inteligentes que pudiese encontrar. Quería hacer algo para lo que no estuviese preparada", dice.
En esa serie de entrevistas, Marissa había tenido que probar su inteligencia. Había tenido que plantear soluciones para complejos problemas matemáticos, mientras un grupo de tipos que no conocía la miraban. Y si no hubiera escuchado cosas interesantes, Marissa no se habría quedado.
Ese momento, esa decisión, desnudó una capacidad que Brin y Page pronto aprendieron a distinguir en ella: la tipa sabía reconocer talento.
El ojo clínico de Mayer, capaz de darse cuenta si sobra o falta un pixel, decide la mayoría de las veces quién entra a trabajar y quién no a Google. Ella ayudó a diseñar el célebremente extenso sistema de entrevistas, que puede prolongarse fácilmente a 18 encuentros. "Busco patrones que he aprendido a ver en gente que sabe trabajar bien y que tiene un rango de habilidades que podría ayudar acá".
Marissa se levanta a las ocho de la mañana, llega a su oficina cristalina y transparente para que todos puedan mirarla a las nueve, puede tener cerca de ocho reuniones diarias, googlea para probar la eficiencia de las búsquedas entre 80 y 100 veces al día, sólo responde mails después de las 20:30, va al gimnasio a las 23:15 y no se duerme antes de las tres de la mañana.
-¿Alguno en particular?
-Es difícil reducirlo sólo a uno. Pero definitivamente busco personas con visión.
-¿Qué tipo de preguntas haces?
-Una que me gusta hacer es qué cosas de las que has visto últimamente han capturado tu imaginación y por qué. Ahí, la peor respuesta posible es decir "pucha, no he visto nada bueno últimamente".
Marissa aprendió a hacer de Google una réplica de su propio método y le heredó su instinto de apostar por talentos en bruto que muchas veces recién han salido de la universidad. Pero para llegar ahí, hay que ser de una especie distinta. Una especie que Marissa reconozca como propia.
"Marissa Mayer" + Search
La gente habla de Marissa Mayer como si fuera el testimonio de que existen máquinas vivientes. Se sabe que se levanta a las ocho de la mañana, que llega a su oficina cristalina y transparente para que todos puedan mirarla a las nueve, que puede tener cerca de ocho reuniones diarias, que googlea para probar las eficiencias de las búsquedas entre 80 y 100 veces al día, que sólo responde mails después de las 20:30, que a las 23:15 va al gimnasio y que no se va a dormir antes de las tres de la mañana.
Cualquier persona podría reparar en ese detalle que pareciera monstruoso: Google funciona a la velocidad de un cerebro que no necesita más de cuatro o cinco horas sueño. Y eso, dice Marissa, es apenas un detalle genético. Algo que heredó de su padre, que tampoco necesitaba dormir mucho y que no le genera mayor sospecha.
El cerebro de Marissa ni siquiera se detiene para contar premios. Para reconocer que es la más joven entre las 50 mujeres más poderosas del mundo según Fortune o que la revista Glamour, en 2009, la eligió como uno de los personajes del año.
A Marissa la detienen pocas cosas. Como su reciente matrimonio con el empresario Zach Bogue o las veces en que por feriados o efemérides puede cambiar el logo de Google por alguna ilustración que los conmemore.
Pero ésas son excepciones. Igual que cuando Marissa Mayer entra a su propia máquina, se googlea un par de veces al año y, quiéralo o no, se topa con esa vida que lee diez resultados por página a la vez. Esa vida que en 10 años ha logrado lo suficiente como para sentirse contenta, pero que no va a detenerse porque Marissa siente haber visto el futuro: "Una de las cosas que van a cambiar y que les vamos a mejorar a los buscadores es la personalización. El buscador va a saber más sobre ti. Tal vez viendo qué búsquedas has hecho en el pasado, tal vez entienda en qué parte del mundo está el usuario".
Si le dan el tiempo suficiente, Marissa Mayer va a saber todo sobre nosotros. Y para encontrar cosas, vamos a tener que seguir sus reglas.
Ahora volvamos a imaginarla y detengámonos en eso. En ese pequeño detalle. Que Marissa Mayer convirtió al mundo en su pieza.