“¿Qué es lectura? ¿Un libro impreso, uno digital o revisar el correo en un smartphone? Todo estimula la creatividad y eso debemos potenciarlo”, dice Robert Darnton.
Robert Darnton tiene 74 años y recurre a un recuerdo infantil para explicar su presente. De chico le fascinaban las historias sobre la gran Biblioteca de Alejandría, de hace dos milenios, y dice que desde entonces supo que su vida estaría marcada por las letras. Ayudó también, por supuesto, que su padre y sus hermanos fueran también periodistas, en los agitados años 40 de Nueva York.
Antes de terminar la universidad, Darnton comenzó su carrera de reportero en un periódico de Nueva Jersey, para derivar a los pocos años en The New York Times, donde había trabajado su padre. Pero fue ahí, en la sala de redacción y en medio de escenas criminales -área en la cual se especializó- donde decidió que las letras que más le interesaban eran las de más largo plazo: su romance era con la historia.
Desde entonces, a fines de los 60, Darnton se convirtió en un respetado académico de varias universidades de la costa este de Estados Unidos, incluso logrando el cargo de presidente de la Asociación Estadounidense de Historiadores.
Y hoy se acuerda de esas historias de Alejandría porque ve, en modesta escala, un paralelo: su labor principal es organizar la mayor red de textos de Estados Unidos y, próximamente, del mundo. Darnton es uno de los fundadores de la Biblioteca Pública Digital de América, proyecto que busca democratizar la lectura a través de la digitalización de millones de libros y, al mismo tiempo, la integración de todas las bibliotecas del país.
Será desde esa tribuna que visitará Chile por primera vez durante la próxima semana. El miércoles comienza el Tercer Congreso Internacional de Innovación Tecnológica, Innovatics (organizada por Duoc UC), en el cual Darnton explicará cómo las tecnologías de la información pueden ayudar a reposicionar las bibliotecas y no, como muchos creen, ir en su contra hasta eliminarlas.
DE LAS HISTORIAS A LA HISTORIA
Fue trabajando con archivos como periodista que Darnton se convirtió en historiador. “Yo estaba más orientado al periodismo porque se le da la importancia de chequear datos, de abstraer las opiniones personales, algo que los historiadores no hacían a cabalidad. Pero con los años me di cuenta de que esa experiencia me serviría para seguir adelante con mi profesión, de ser un buen historiador, de especializarme en un área y ser muy riguroso con ello”, explica.
Pero la frustración con una historia en particular lo terminó empujando hacia la Historia como disciplina. Novato en el periodismo, trabajando para el Star-Ledger de Nueva Jersey, pasó semanas revisando expedientes policiales. Quería sorprender a sus editores, e incluso a sus colegas, quienes con más años de experiencia se la pasaban en el primer piso del cuartel fumando, jugando póquer y apostando las mejores historias con los propios policías. Él, como recuerda hoy a más de cuarenta años de ese suceso, tenía todas las ganas, pero nada nuevo caía en sus manos. Hasta que un día una historia de un asesinato captó su atención. “Era tan buena, pensé, que me salté a los jugadores de póquer y fui directo a reportear con el teniente”, comenta al teléfono desde Boston.
Pero ahí tendría su primera desilusión. El oficial revisó el documento y le dijo: “¿Ves la pequeña letra B que hay abajo? La respuesta del teniente lo sorprendió: había letras B y W en cada hoja, como forma de identificar si la víctima era de origen negro (Black) o blanco (White). El policía le dijo que un crimen cometido entre negros no era noticia y nadie se lo publicaría. A las pocas horas su editor lo confirmó: el Star-Ledger no imprimiría la noticia.
“Me di cuenta que siempre habrá factores que condicionan la noticia. Entonces no son tan diferentes con la historia. Pero sí aprendí que, sin importar cuál sea la noticia, ésta tiene que estar muy bien contada para hacerla atractiva, y en eso los historiadores fallábamos”, explica.
Darnton comenzó a partir de entonces su vida académica en la Universidad de Princeton, en 1968. Ahí desarrolló su carrera hasta 2007, cuando desde Harvard lo llamaron para hacerse cargo de todo su sistema de bibliotecas. Dice que lo primero que preguntó cuando le ofrecieron el puesto fue cuántos libros había. “Muchos”, fue la respuesta. Para ser más precisos, hoy las 73 bibliotecas que componen el sistema de Harvard suman más de 70 millones de títulos, convirtiéndola en la colección más grande de Estados Unidos y una de las mayores del mundo.
Darnton ha escrito una decena de textos de historia de la Francia del siglo XVIII, su especialidad, pero cuenta que siempre le dio vueltas en la cabeza la idea de expandir los contenidos de los libros a más personas. En octubre de 2010 convocó a una cuarentena de colegas para debatir cuál sería el paso siguiente. Concluyeron que los libros están disponibles por todo Estados Unidos, pero repartidos en diferentes ciudades y sistemas de bibliotecas. ¿Por qué no unirlos usando la tecnología? Para muchos, recuerda, eso sonaba a venderse al enemigo. Ceder la victoria hacia los libros digitales. Para él era lo contrario: aprovechar la rapidez de internet para masificar el acceso a la lectura.
A los pocos meses, comenzaron a idear un sistema que albergara todos los títulos del país, y en abril de este año nació la Biblioteca Pública Digital de América. Darnton, quien ocupa el puesto de director, la compara con la Biblioteca de Alejandría.
La operación no fue tan difícil de diseñar: las distintas universidades y bibliotecas del país aportaron los textos y algunos privados pusieron los recursos para levantar la plataforma digital. “En los primeros meses registramos casi cuatro visitas por segundo, y ya sumamos más de 2,4 millones de libros disponibles. Queremos aumentarlos hasta lo máximo disponible en Estados Unidos”, afirma el director de la iniciativa.
Antes de llegar a Chile, donde se reunirá con sus pares de la Pontificia Universidad Católica y de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam), Darnton vuelve a repasar los temores sobre el futuro del libro. Ha sido una de las preguntas que más se ha hecho y que más le han repetido durante los últimos años. ¿Morirá el libro impreso? Él ha llegado a la conclusión de que no. Mientras parte de sus colegas pregonan el fin de los libros de papel luego de la masificación del papel digital y de los lectores electrónicos, el académico apuesta por la convivencia. “En la historia no se ha dado que un medio, cuando aparece, sustituya a otro. Conviven y se adaptan y eso creo que pasará con los libros impresos y los e-readers”, relata desde su oficina en Boston.
“No es fácil saber dónde terminaremos, pero creo que no se anulan entre sí. Al contrario, con iniciativas como la Biblioteca Digital la lectura llega a más gente y estimula que más personas se acerquen a los textos impresos. A fin de cuentas, ¿qué es lectura? ¿Un libro impreso, uno digital o revisar el correo en un smartphone? Todo estimula la creatividad y eso debemos potenciarlo”.