Difícil determinar el término exacto para describir lo que el 24 de julio de 1911 realizó el historiador y explorador estadounidense Hiram Bingham. ¿Descubrió Machu Picchu? ¿Lo redescubrió? ¿Lo "descubrió científicamente"? ¿Lo hizo conocido para el mundo?
Como sea, Perú y, sobre todo, su presidente, Alan García, se han preocupado de celebrar este centenario y de proyectar la imagen del país de la mano de su monumento más conocido y visitado. La joya principal de la conmemoración la constituyen los restos arqueológicos que entre 1911 y 1912 Hiram Bingham embarcó hacia la Universidad de Yale, con cuyos fondos (unidos a los aportes de los ex alumnos, de la National Geographic Society y de la familia de su esposa, heredera de Tiffany & Co.) pudo hacer las expediciones que le dieron fama universal. Son un total de 5.415 lotes de piezas y fragmentos y 329 objetos con calidad de museo, que incluyen expresiones de cerámica y metalurgia, además de restos humanos y animales. El primer embarque de esas piezas ya está instalado en la Casa Concha de Cusco, con resguardo conjunto de Yale y la Universidad Nacional San Antonio Abad.
El retorno de las piezas a Perú tiene detalles familiares para los chilenos. Es el resultado de una reivindicación diplomática de larga data (casi los mismos cien años que el material estuvo lejos), reactivada durante el gobierno de Alejandro Toledo y hecha suya por la administración de Alan García, quien elevó el caso a instancias multilaterales y llegó a presentar una demanda ante tribunales extranjeros. Al final, gracias a la entrada al caso de Ernesto Zedillo, ex presidente mexicano, en representación de Yale, se logró el acuerdo que a García le ha permitido gozar de tanta gloria. La celebración -en la que hace algunos días participaron Los Jaivas- es apenas una de las múltiples actividades de despedida del primer mandatario.
Mientras estuvieron en Estados Unidos, los restos arqueológicos de Machu Picchu no fueron un simple adorno del Peabody Museum of Natural History, ubicado en New Haven, Connecticut. Hasta hace algunos meses estaban a cargo del arqueólogo Richard L. Burger, profesor del Departamento de Antropología de Yale, y de su cercana colaboradora Lucy Salazar, investigadora del Peabody Museum y del Proyecto Machu Picchu. Ellos coeditaron uno de los libros que más han servido para conocer, entender y desmitificar la deslumbrante ciudadela inca, Machu Picchu: Unveiling the Mystery of the Incas", publicado en el 2004 por Yale University Press. A esa obra se suman dos de corte académico centradas en los objetos recolectados por Bingham: la primera dedicada a los restos humanos y animales, y la segunda a las piezas metalúrgicas.
Los estudios de todo este material han permitido dejar atrás varias de las convicciones originales de Bingham, cuya fuerza y belleza les han permitido durar en el tiempo. Machu Picchu no fue, sabemos ahora, el sitio sagrado que dio a luz a la civilización inca. Tampoco era una ciudad secreta habitada por sacerdotes que entregaban en sacrificio a las Vírgenes del Sol". Los estudios actuales ubican a Machu Picchu como una más de las propiedades de descanso de los reyes incas -en este caso de Pachacuti- levantadas entre los años 1450 y 1532. Eran urbanizaciones de lujo, con ubicaciones privilegiadas y construcciones que permitían combinar el placer con la religión, la ciencia y los asuntos del Estado. Probablemente Machu Picchu era usada sólo parte del año, de mayo a septiembre, cuando las heladas se hacen desagradables en Cusco. Albergaba no más de 150 familias, con un total de unas 750 personas. Y no estaba sobrepoblado de mujeres, como alguna vez se creyó: la relación con los hombres era de 1,5:1, y no de 4:1, como mal calculó un contemporáneo de Bingham, George Eaton. Tampoco fue el cementerio de los nobles: en sus tumbas no había más que artefactos cotidianos de cerámica, metal y lana; nada de joyas o metales preciosos.
La razón por la que Yale quiso tan porfiadamente mantener los restos en su poder es pura ansiedad científica. Los estudios de análisis de ADN, por ejemplo, están en sus primeras etapas. Como dice el profesor Burger, "la aplicación de técnicas científicas para comprender mejor la arqueología de Machu Picchu está recién en su infancia... Mucho del misterio ha sido despejado por los avances recientes, pero todavía queda mucho por descubrir". Ya no en Connecticut, sino bastante más cerca del origen, en las alturas de Cusco. Tal como el propio Bingham lo prometió.