"Mi abuelo era chino. Llegó a Chile en 1935. Se llamaba Arturo Chong Yueng y era carnicero.
Los hijos y nietos de inmigrantes tenemos muy marcado el sentido del esfuerzo como el gran promotor de la obtención de logros. Y en base a eso, desde chica tenía claro que había que estudiar en la universidad, porque iba a ser el vehículo de promoción para facilitar tu desarrollo profesional y el de tus hijos.
En ese sentido, la historia de mi familia me marcó: comerciantes de harto esfuerzo, que lograron un pasar que permitió que mi papá estudiara en un liceo comercial y trabajara en una municipalidad.
Estudié Derecho en la Universidad de Chile, y si miro para atrás, a los 40 años estoy haciendo lo que siempre quise: trabajar en el servicio público. Lo hago porque pienso que uno tiene el deber de restituir las oportunidades que te ha dado la familia y tu estructura social. También, porque así puedes mejorar sustantivamente las condiciones de vida de las personas que están al margen de las oportunidades.
Mis padres, sin ser profesionales -él es contador y ella dueña de casa-, pudieron pagarnos el colegio y la universidad. Pero hoy no me queda claro que una familia de clase media esté en condiciones de hacer lo mismo. Eso te da la sensación de que en vez de avanzar, hemos ido para atrás.
Hace unos días, al conversar con mi hijo de 16 años y sus compañeros de colegio, me sorprendió que sus preocupaciones fueran las mismas que nosotros teníamos hace 20: la equidad en el acceso a la educación, su calidad y la brecha tan angustiante que hay entre los que pueden pagar y los que no. Eso demuestra que no ha existido una respuesta hasta hoy. Y que mi generación fue un poco, no sé si complaciente, pero como que bajamos los brazos en ese tipo de lucha.
Pero esto no hay que mirarlo como un problema, sino como una oportunidad única para sentarnos a debatir sobre los grandes temas. Porque la educación puede marcar el paso real al desarrollo. Y porque el desarrollo no pasa sólo por la mantención de una regla fiscal estricta y un mercado financiero sano, sino que por otorgar a todos los chilenos, y sobre todo a los niños, las mismas oportunidades.
Por eso siempre pensé que tenía que retribuir lo que me enseñaron. Y apenas terminé el magíster en Derecho Público, también en la Universidad de Chile, entré a trabajar en el Servicio de Impuestos Internos (SII). Primero fui procuradora. Luego, jefa del Departamento Jurídico.
A los 33 años entré al Ministerio Público. Primero en Valdivia, luego en la Fiscalía Centro Norte, en Santiago. Ahora soy jefa de la Fiscalía de Delitos Económicos.
Recuerdo con mucha pena mis primeros casos. Me tocó ver cómo algunos imputados iban cuesta abajo: niños que partieron con delitos menores y que, progresivamente, se involucraron en hechos de mayor complejidad. Eso a uno lo llama a reflexionar respecto del sentido real del derecho penal, y de cómo opera cuando han fracasado los otros mecanismos de control social. Y uno se da cuenta, sin generalizar, que existen casos en que hay personas que se ven envueltas en delitos simplemente porque no han tenido otras oportunidades.
Hoy, por ejemplo, se habla de ampliar el abanico de respuestas penales a propósito del lamentable incendio de la cárcel de San Miguel. Ésa es la línea de reflexión que debe asumir el país. Porque la cárcel no es la única respuesta.