Acabas de cumplir los 40, y aunque te parezca un cliché, tienes que reconocer que lo piensas: éste es el punto, ésta es la mitad. Y en este doble juego de la vanidad y la validación implícito en tu oficio, esta urgencia pragmática por "mantenerte vigente" que de cuando en cuando te recuerdan cuando tienes que negociar tu sueldo, te preguntas si has hecho algo realmente útil. Y claro, el trabajo que elegiste, la vocación que descubriste cuando cambiaste militancia al poco tiempo de entrar a estudiar Periodismo, tiene ese doblez, esa duda eterna que en la mitad del recorrido te tiene rascándote la cabeza. Están esas teleseries con mensaje. Están las obras de teatro. Cierto. Pero la utilidad, la vigencia, el éxito, son conceptos que a veces te abruman. Te recuerdas soñando a los 20: te imaginabas distinta, en un país diferente. Y en el camino pasaron otras cosas. Lo más importante, nació tu primera hija y te casaste antes de cumplir 22. Ahora tienes 40, miras por la ventana de la ampliación de tu casa, te preguntas si fuiste ingenua al pensar que el Chile de tus hijos sería mejor cuando llegaras a este punto. "Es muy raro haber soñado la democracia desde la no democracia", piensas. La imaginabas tan diferente. Piensas que hay miedos que nunca se perdieron, y que conoces demasiada gente de tu edad a la que nada de esto le importa. Pero luego miras a tus hijas. Y a tu hijo menor. Háblanos ahora de utilidad. Háblanos de vigencia. Háblanos de sueños. No eres cualquier mujer de 40, te das cuenta. Y te maquillas, te pones frente a una cámara, te matas de la risa. Y hasta le sacas la lengua.