Pocos en su liceo entendieron su decisión de entrar a la Armada. Porque si había un alumno que se enfrentaba a los profesores, ése era Mario Palma. Entonces ¿cómo se iba a subordinar de un día para otro?
Mario tenía 16 años cuando avisó a sus padres, un carnicero y una dueña de casa, que entraría a la Escuela de Grumetes de la Armada. La decisión la tomó prácticamente por azar: acompañó a un compañero a dar las pruebas, y el que quedó fue él. Era 1988. Estuvo en las islas Quiriquina y Navarino, a bordo del destructor misilero Almirante Latorre. Se hizo experto en telecomunicaciones.
El uniforme lo llevó durante cinco años. Pero quería estudiar Derecho. Lo hizo de noche, mientras trabajaba en una empresa de alarmas contestando los llamados de urgencia para pagarse la carrera.
Sin quererlo, sus 40 años son una edad emblemática: será padre por primera vez y acaba de cerrar un caso que lo mantuvo ocupado durante más de un año: fue el defensor público de María del Pilar Pérez, la Quintrala, acusada de ordenar tres asesinatos.
En los últimos meses, Palma fue de las pocas personas, si no la única, que conversaron con ella. Y si la ley lo obliga a visitar a sus defendidos dos veces por mes, con la Quintrala lo hacía dos veces por semana. "Cuando asumí el caso, la opinión pública ya la tenía condenada. Y revertir esa visión es difícil. Yo me aboqué completamente a la causa, porque una defensa implica calidad, entrega y dignidad".
En abril, la Corte Suprema condenó a Pérez y su sicario, José Ruz, a presidio perpetuo. "Aunque para muchos la palabra victoria significa vencer al adversario, para mí es mucho más que eso: también es vencer las propias limitaciones, defectos y prejuicios que como personas y profesionales podemos tener frente a un escenario adverso".
Dentro de dos meses nacerá su hija. Se llamará Victoria.