De la provincia a Santiago, de la capital al Primer Mundo, y de allí de vuelta a la provincia. Círculo perfecto para Alejandro Fernández, realizador de la costumbrista película Huacho, quien al alcanzar los 40 revisa aquel periplo que a fines de los 90 lo condujo a Estados Unidos con el clásico sueño de escribir su gran novela en Manhattan, pero que en el camino lo llevó a retomar su grabadora de reportero para cubrir los movimientos de Wall Street en las agencias Dow Jones y Reuters. Sólo un desvío, él mismo apunta, de lo que finalmente sería su llamado natural: agarrar esa cámara de video comprada para el cambio de milenio, que lo trajo de regreso en 2007 para retratar al Chile profundo, el mismo de su tía abuela cantora de cuecas, y el de aquellos compañeros temporeros que conoció mientras trabajaba cosechando fruta cerca de Chillán.
Hoy está al comando de su "nave", como llama -en actitud de capitán Kirk- a las editoras y pantallas con las que revisa los últimos detalles de su nuevo largometraje, Sentados frente al fuego (con Daniel Muñoz). "El cine es generoso, uno no requiere ni disciplina ni talento, se necesita ser porfiado nomás y echarle para adelante".
Y fue testarudo, especialmente tras enfrentar el aterrizaje a una escena de pares bastante cerrada. "Hasta hace poco el cine era el privilegio de una clase. Pero eso cambió. De hecho, lo que viene ahora puede ser interesante porque tiene que ver con gente que no se inscribe en el clásico prototipo del cineasta latinoamericano, que siempre fue alguien de alcurnia".
-¿Y cuál es tu lugar hoy?
- O sea, yo soy de acá. Incluso cuando vivía en Nueva York, nunca me bajé del avión.