Monterrey solía ser un poco aburrida. Consumista, muy yanqui: con sus autopistas, sus malls, su conservadurismo, su espíritu emprendedor. Era una ciudad de Texas, pero con restaurantes de cabrito asado y puestos callejeros para comer tacos. Sede de varias corporaciones y de la universidad más rica del país, se veía a sí misma como el motor económico del país.
Por eso, la manera en que la ciudad fue cayendo en las manos del narcotráfico en los últimos años fue sorprendente. Que los narcos te pudieran quitar el auto y usarlo, junto a otros tantos, para bloquear una avenida a plena luz del día, chocaba con aquella imagen de tranquilidad y pujanza. Un día, atacaron con una granada al diario principal, El Norte; otra vez, bloquearon el aeropuerto toda la mañana.
Hace una semana, esa impunidad de los grupos que se disputan el noreste mexicano cobró una nueva dimensión, cuando 52 personas murieron en el incendio del Casino Royale. De inmediato, se calificó a la tragedia como un "parteaguas", palabra de mucho uso aquí, que se refiere a un hito que marca un antes y un después. Lamentablemente, es dudoso que sea así.
En los últimos años, México ha vivido cada tantos meses algún hecho violento que parece marcar "un antes y un después". Hace dos semanas, fue el tiroteo afuera de un estadio mientras se jugaba un partido de primera división. Hace un año, fueron los 72 inmigrantes asesinados en una hacienda cerca de la frontera con Estados Unidos. Hace tres, fue un atentado fallido con bomba en el D.F. y el secuestro y el asesinato del hijo de un famoso empresario.
El gobierno, sea local o federal, responde a cada nuevo "parteaguas" con los mismos lugares comunes. "Este acto de terror no quedará impune", dijo el funcionario federal que lidera la lucha contra el crimen organizado. "No descansaremos hasta dar con los culpables", dijo el presidente Felipe Calderón. Etcétera.
Pero los muertos desde que Calderón inició su ofensiva anticarteles, a fines de 2006, ya suman entre 35.000 y 40.000. ¿Realmente hacían falta 52 más para despertar y ver la gravedad de una situación descontrolada?
Aunque la principal hipótesis es que el ataque fue una represalia contra los dueños del casino por no ceder a la extorsión, Calderón lo denominó un acto terrorista. Esto desató un debate sobre si los narcos son terroristas o meros criminales y sobre qué medidas se pueden tomar para frenarlos: amnistía, pacto, legalización.
El escritor Carlos Fuentes urgió la despenalización de las drogas y que se pida ayuda a la policía "israelí, francesa o alemana" para enfrentar a los carteles. Además, apuntó a la responsabilidad que le cabe a EE.UU., como fuente de armas y dinero.
Pero Fuentes dijo otra gran verdad cuando afirmó que la sociedad mexicana está "inerme" ante el narco. Al día siguiente del incendio, usuarios de redes sociales convocaron a una manifestación de apoyo a Monterrey en el Ángel de la Independencia, el principal monumento de la capital. Asistieron, con mucho, unas 400 personas.