Los cambios de año son ocasiones propicias para rememorar el pasado. Revivimos momentos buenos y malos que nos ocurrieron durante los meses que dejamos atrás. Pero, ¿cuán fidedigna es nuestra memoria?
En el cuento La niña de alta mar, Jules Supervielle cuenta la historia de una niña, única habitante de un pequeña isla fantasmagórica que flota en medio del océano.Nos describe su rutina diaria y su mirada atenta a un maestro inexistente en una sala de clases vacía. Al acercarse algún barco, la niña se duerme y la isla se sumerge bajo las aguas. Al final del relato se nos revela que la niña y el pueblo nacieron de la mente de un marino que un día en alta mar recordó demasiado a su hija muerta. La niña de alta mar puede leerse como una metáfora de los peligros de la persistencia de recuerdos inmutables.
Quienes padecen de estrés postraumático rememoran reiteradamente una vivencia negativa con toda su carga emocional y viven atemorizados ante la posibilidad de ser invadidos por ese recuerdo paralizante. Pero lo habitual es que la memoria sea un pálido reflejo del presente. No registramos y menos recordamos la integridad de nuestras vivencias. Los diferentes componentes de un recuerdo se codifican en regiones del cerebro que procesan fragmentos de información sensorial, motriz y emotiva. Al rememorar una vivencia se activan sólo algunas y la emoción experimentada es atenuada.
En los siete pecados de la memoria, el neurocientista Daniel Schacter describe la fragilidad de la memoria. Estos son la fugacidad de los recuerdos, cuando no registramos un evento y las dificultades para evocar un recuerdo. Son fallas que nos atemorizan, pues creemos que padecemos de alguna patología de la memoria. También existen los pecados positivos, en los que distorsionamos un recuerdo: los errores de atribución, cuando asociamos un recuerdo al lugar, momento o persona equivocados; el sesgo, cuando las creencias, expectativas y emociones del presente influyen en cómo recordamos el pasado; los errores por sugestión, cuando un tercero crea falsas memorias en un sujeto que intenta recordar una experiencia real o imaginaria. Los errores por sugestión explican parte de las confesiones falsas de sospechosos sometidos a interrogatorios. Finalmente, el séptimo pecado es la persistencia de recuerdos que quisiéramos olvidar.
Estudios con neuroimagen funcional avalan la tesis de Schacter: cada vez que recordamos un evento, la traza amnésica o las regiones neuronales que subtienden ese recuerdo se modifican e incorporan elementos del presente. De cierta manera, reconstruimos el pasado.
Frente a la fragilidad de nuestra memoria personal, la única manera de preservar una memoria colectiva es desconfiar de nuestras capacidades y plasmar la historia en soportes externos. Quizás así evitemos que la profecía de George Orwell en 1984 se realice y terminemos reescribiendo la historia por caprichos del presente.