Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Febrero 2, 2012

Al ver 40 grados, el nuevo show juvenil que Mega emite cada tarde, es fácil darse cuenta de que estamos ante un fracaso absoluto, por lo menos estéticamente hablando. Al final del lunes pasado la suma del programa había incluido a Bastián Paz, un discapacitado que contaba chistes picantes por YouTube; varias familias de gitanos; modelos en bikini y una omnipresente musicalización de discoteca de calle Suecia. El punto cúlmine de tal explotación de recursos fáciles llegó al límite cuando la mujer de uno de los gitanos del programa amenazó con divorciarse de su marido, luego de que las bailarinas contaran cómo éste se les había insinuado de modo más o menos impresentable.

No había sorpresa ahí. 40 grados era a los programas juveniles lo que Secreto a voces a la farándula y los reportajes de las diez de la noche a la investigación periodística: versiones mal ejecutadas, sin ideas propias, saturadas por sus lugares comunes; shows que podían ser leídos como parodias involuntarias, obras cuyo sentido central era justamente roer el hueso hasta dejarlo seco, hasta perder el sentido de lo que se narra, convirtiendo el drama en una broma y el impacto noticioso en mera anécdota. Ni qué hablar de ideología o sentido común en ellos: la omnipresencia de Patricia Maldonado, lejos de representar cualquier estamento popular podía leerse como un resabio del pinochetismo más kistch y triste, lo mismo que Pamela Díaz lo era del fútbol más trash y Nicolás Larraín, de la crítica política más pobre.

Es fácil pegarle al Mega. Es sencillo. No hacen falta muchas herramientas, apenas un poco de sentido común. Lo interesante es otra cosa: la ausencia de realidad, la falta de ideas, la senectud de una industria que no se abre a lo real. Lo impresentable de 40 grados no es que sea una cruza coja de Yingo y Perla, sino que se presente como algo nuevo o fresco. Lo importante es pensar en la sincronía: la fiesta que 40 grados propone es obscena porque se hace a meses de la movilización estudiantil más dura de los últimos veinte años. Los muchachos de 40 grados bailan a pocos días de que los últimos liceos de Santiago hayan depuesto las tomas, mientras los escolares perdían el año o la matrícula.

La televisión chilena es un animal lento y le cuesta entender lo que pretende representar. Gracias a esto, Megavisión puede coronarse como el canal que produce más ficción en Chile. 40 grados es la prueba; poner en pantalla lo que está sonando -en este caso los gitanos, la frescura del verano y Bastián Paz- basta para asegurar la parrilla. Pero lo real se cuela en la pantalla y deja a la intemperie lo que vemos. Lo triste es el hecho de que estos contenidos se sigan creando ahora, que sean la única salida para llenar el horario y fingir que se compite. Por supuesto, basta ver los números del rating para darse cuenta quién puntea en ese horario. Los Simpson siguen primeros casi siempre. No es raro, se parece bastante más a la vida chilena que 40 grados: personajes agobiados por la vida cotidiana, una ciudad idiota, hijos que no saben hablar con los padres, padres perdidos en un mundo que los deja fuera; la estupidez como una forma de la ternura; la familia como un lazo débil que debe reinventarse a cada minuto.

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