La comparación es más vieja que odiosa a estas alturas ("el libro es mejor que la película"), pero una cosa es tan severa como cierta: hasta la peor de las películas le ayuda al mejor de los libros. Una adaptación, por indie o modesta que sea, es como una suerte de videoclip frente a una canción: la perfila, le da cuerpo, la hace digerible a las masas. Si es Hollywood el que quiso bendecir (sí, bendecir) un libro al transformarlo en película, el estatus de la novela crece en forma exponencial.
Porque somos muchos los que, cuando nos enteramos, por ejemplo, que el rol del padre homeless y megalómano lo interpreta nada menos que Robert De Niro, no podemos luchar contra la tentación de al menos revisar el libro antes que el director o los actores siquiera lo leyeran. Esto es lo que me pasó con el estreno norteamericano de Being Flynn, un drama que se estrenó hace poco y cuyo tráiler ya está en todas partes (lo vi y tragué saliva: uf, se ve peor de lo que esperaba, y esas imágenes con De Niro veterano manejando un taxi no me remitieron a Taxi Driver sino que me hicieron querer mirar hacia el otro lado). Being Flynn es una cinta que tiene todos los ingredientes que pueden alzarla por los cielos, pero muchas veces son esos trofeos los que hunden una película: actores de primera, enfermedades mentales, la literatura como fuego vital, padre e hijos, callejones lluviosos, Julianne Moore, gorros de lana hipster. Casi siempre lo que daña una adaptación es que sea una adaptación, que el director quiera colgarse del valor literario del libro, que todo sea más un gesto de veneración que un acto creativo.
La fuente de Being Flynn es Otra noche de mierda en esta puta ciudad (Anagrama) de Nick Flynn. Y sí, Nick Flynn, un autor-poeta, es Flynn hijo, como en Being Flynn, como en esta película basada en un hecho real; el libro, que parece una novela, es en el fondo una crónica de no-ficción. Nick Flynn escribió el libro que su padre, un ser psicótico y perdido, nunca escribió por esa excusa tan común: era demasiado bueno para ser entendido. El libro tiene garra, fuerza, vísceras; quizás se le pasa la mano, pero se nota que viene de Kerouac, de Fante, de Bukowski. Flynn hijo escribe de cloacas, tanto urbanas como afectivas. Se sabe: los sentimientos más oscuros, los terrores de las 3 a.m., son difíciles de mostrar literalmente. La poesía maldita es imposible de adaptar.
Si se puede juzgar una cinta por su tráiler (¿se puede? Algo…) Being Flynn es, en efecto, literal. Ahora llega una película pulcra sobre gente dañada. Pero nada, aquí estoy, odiando el tráiler, esperando la película, avergonzándome de lo que subrayé el 2006 cuando cayó en mis manos el libro.